domingo, 27 de febrero de 2011

Cacerías de Humanos (III) – Los cocodrilos marinos de Ramree.


 

En esta tercera y última (por el momento) entrega de las cacerías de humanos volvemos de nuevo al Pacífico en plena II Guerra Mundial. Esta vez las víctimas fueron las tropas del ejército Imperial Nipón las que sufrieron quizás la mayor matanza perpetrada por animales sobre seres humanos en un episodio realmente estremecedor.
Situándonos geográfica e históricamente, nos encontramos en la isla de Ramree, frente a la costa de Birmania a finales del mes de enero de 1945. En el contexto de la Operación Matador, en la que las tropas británicas tenían la misión de tomar el puerto con el nombre casi impronunciable de Kyaukpyu, en la zona norte de la isla. El 21 de Enero el acorazado Queen Elizabeth abrió fuego con todo su poder destructivo para proteger la cabeza de playa para el posterior asalto anfibio y el desembarco de la 71ª Brigada India.
            La resistencia que presentaron las tropas japonesas fue casi heroica. Se peleó cada metro de terreno de costa y los británicos tuvieron que utilizar todo su potencial bélico para que los nipones comenzaran a retroceder. Ellos no sabían que ese día aun les esperaba un enemigo más terrible y sanguinario, que ni siquiera se podían imaginar. La Infantería de Marina consiguió tomar el bastión japonés y sus aproximadamente novecientos defensores retrocedieron para unirse a un batallón que se proponía cruzar la isla y unirse al grueso del ejército apostado en el extremo sur. Fue para ellos una decisión equivocada que costaría muchas bajas.
            Los tropas japonesas se vieron obligadas a cruzar un manglar de aproximádamente unos dieciséis kilómetros en el que vivieron uno de los episodios mas terroríficos con los que se haya podido enfrentar un hombre. En el manglar, aparte de las picaduras de los voraces mosquitos, les esperaba el temible cocodrilo marino o poroso. Este reptil tiene un promedio de envergadura de cuatro a seis metros y de un peso de hasta mil trescientos kilos, aunque el mayor ejemplar que se ha capturado llegaba  a la tremenda medida de los nueve metros y casi los dos mil kilos de peso. Con estos datos nos podemos hacer una idea de la potencia de las mandíbulas, de la peligrosidad de este animal y de la impresión que debe producir encontrarse frente a frente con solo una de estas criaturas. En el manglar encontrarían miles.
            Los japoneses comenzaron una desesperada huida haciendo caso omiso a las peticiones de rendición por parte de los británicos.y fueron penetrando poco a poco en el manglar sin saber que estaban bajando a los mismísimos infiernos. Mientras avanzaban a duras penas entre el fango y la vegetación, la infantería de marina rodeó el perímetro y disparaban a todos aquellos que querían escapar de la mortal trampa que eran esas pantanosas aguas. El manglar se convirtió en un lugar de auténtica pesadilla, gritos de dolor y pánico inundaban la sofocante atmósfera del lugar. La muerte se abrió paso en toda su terrible y máxima expresión. Desde fuera se podía escuchar el sonido del chapoteo del agua en la desigual lucha de los soldados nipones con los cocodrilos marinos que no se podían esperar en ningún momento semejante festín.
            De los más de mil soldados japoneses que se propusieron romper el cerco, solo se pudieron hacer prisioneros a una veintena. Se cree que alrededor de cuatrocientos pudieron llegar con vida al otro extremo de la isla. El resto, según las diferentes crónicas y por las posteriores mediciones de la cantidad de sangre diluida en el agua del manglar, nos movemos en una horquilla de entre seiscientos y mil soldados los que  perecieron víctimas de los cocodrilos, picaduras y falta de agua potable.
            Basta con leer la crónica del naturalista y biólogo Bruce Wright, que acompañaba a las fuerzas británicas para darse cuenta de lo espantoso de este episodio:

            “……..Esa noche (la del 19 de febrero de 1945) fue la más horrible que cualquiera de la dotación de la ML (lancha de desembarco de la infantería de marina) haya visto nunca. Entre el esporádico sonido de los disparos podían oírse los gritos de los hombres heridos, aplastados en las fauces de los enormes reptiles, y el vago, inquietante y alarmante sonido de de los cocodrilos girando creaba una cacofonía infernal que rara vez se ha igualado en la Tierra.  Al amanecer llegaron los buitres para limpiar lo que los cocodrilos habían dejado.... "


 El Octavo Pasajero.







jueves, 24 de febrero de 2011

La tragedia del USS Indianápolis


USS Indianápolis

Ahora daremos un salto hasta las cálidas aguas del mar de Filipinas en la medianoche del 30 de julio de 1945. Durante esa noche se produjo uno de los incidentes más impactantes y luctuosos para la marina estadounidense durante el transcurso de la guerra y quizás de toda su historia.

Un crucero acorazado de la clase Portland, el USS Indianápolis, viajaba en solitario tras haber finalizado con éxito una importante y extremadamente secreta misión. En el contexto del “Proyecto Manhattan”, el navío había realizado con éxito el acto de entrega de los componentes con los que se montaron las bombas atómicas que posteriormente serían arrojadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Las explosiones de estos artefactos certificarían prácticamente la victoria aliada en la II Guerra Mundial y la derrota total de los japoneses. Pero vayamos por partes y no nos desviemos…


Capitán McVay

Al regreso de su misión, el buque norteamericano fue localizado por un submarino I-58 de la Armada Imperial Japonesa. El capitán Mochitsura Hashimoto se encontraba al mando del sumergible nipón y como que no estaba dispuesto a dejar escapar semejante triunfo para su medallero particular. El capitán McVay, que estaba al mando del USS Indianápolis, había abandonado las trayectorias antisubmarino en zigzag con la intención de ganar tiempo para la finalización definitiva de su misión. Así que encuentro armado entre ambas embarcaciones era cuestión de tiempo y por supuesto que este no tardó en llegar. El capitán japonés tenía al Indianápolis fijado en el periscopio de su navío. Ordenó cargar los torpedos y cuando decidió que era el momento apropiado dio la mortífera y definitiva orden. Dos torpedos salieron del I-58 con destino al Indianápolis a toda velocidad, ambos proyectiles impactaron de lleno en el casco del acorazado norteamericano. En los primeros instantes tras los impactos la confusión era total entre la marinería. Gritos, heridos y explosiones conformaban el terrible escenario que se estaba gestando. Pero como toda situación por complicada que sea, siempre es susceptible de empeoramiento… vaya si empeoró. Tan solo durante los instantes posteriores a los impactos se calcula que perecieron alrededor de trescientos hombres, todos ellos tanto por el efecto directo de la explosión como por ahogamiento. En cuestión de minutos el Indianápolis realizó su último recorrido, en esta ocasión hacia las profundidades abisales.



Capitán Hashimoto

Hasta aquí todo puede parecer normal en el contexto de un conflicto bélico y el enfrentamiento entre navíos de guerra, pero la verdadera tragedia del Indianápolis no había hecho más que comenzar. De una tripulación de 1.196 hombres entre marineros y oficiales, unos 880 consiguieron saltar al mar con vida, a partir de entonces una espantosa cuenta atrás dio comienzo. El terror estaba a punto de hacer acto de presencia entre los superviviente a golpe de mandíbula de tiburón. Los hombres que no tenían salvavidas se aferraban a cualquier resto flotante que les pasara cerca. Un pensamiento demoledor les pasó a muchos por la cabeza, sabían que su misión había sido considerada como altísimo secreto y debido a la naturaleza de la carga entregada, muy pocos conocerían la posición real del Indianápolis. Difícilmente alguien les podría encontrar en aquellas solitarias aguas, y estaban en lo cierto, aún pasarían cinco interminables días hasta que alguien les rescatara.

Al amanecer del día 31, atraídos por el olor de la sangre y de los cadáveres en descomposición, aparecieron unos invitados de los que nunca nadie quiere ver en su fiesta. Numerosos grupos de tiburones oceánicos de puntas blancas hicieron acto de presencia en la zona. Con una longitud de casi tres metros, ciento cincuenta kilos de peso y con una violencia extrema una vez inmersos en frenesí depredador, la situación de difícil se tornó a desesperada. Los marinos intentaban mantenerse en grupos separados y esperando con seguridad el fatídico momento en el que serían devorados por los escualos. Pone los pelos como escarpias solo imaginar la dantesca escena. Veían como alrededor de ellos iban desapareciendo poco a poco sus compañeros entre gritos y podían contemplar estupefactos como se sumergían bajo las aguas teñidas de sangre. Todo esto en medio de un atroz y desesperado chapoteo de inútil lucha por la supervivencia. Lo peor es que la cosa ya no se quedaba solo con el “problemilla” de los tiburones. Otros feroces enemigos pero algo más sutiles, se presentaron también en la escena de los hechos. El sol, el hambre, el agotamiento y la ingesta de agua salada, provocaron en muchos de los marineros vívidas alucinaciones y episodios de pánico absoluto. Algunos de estos tremendos episodios derivaron en que algunos de los supervivientes se mataran los unos a los otros en el intento de huir de un misterioso enemigo invisible. Otros simplemente se alejaban nadando en solitario víctimas de la desesperación hasta desaparecer en un instante.



El mando naval de los EE.UU. no se percató de la desaparición del navío hasta la mañana del 2 de agosto y esto supuso un factor determinante en la tragedia del Indianápolis. En el transcurso de aquella mañana un bombardero estadounidense que se encontraba en misión rutinaria para la  detección de submarinos japoneses y pilotado por el teniente Gwinn, localizó al grupo de supervivientes y proporcionó inmediatamente su posición a su base en Peleliu. El factor tiempo jugaba absolutamente en su contra. Los mandos enviaron un hidroavión pilotado por el teniente Marks para analizar con mayor concreción la situación de los supervivientes. Marks, mientras sobrevolaba los restos y náufragos del Indianápolis, solicitó la asistencia inminente del destructor estadounidense USS Doyle. La escena que se presentaba allí abajo jamás podría quitársela de la cabeza el militar norteamericano. Náufragos que iban desapareciendo bajo las aguas en cuestión de minutos y una marea roja de sangre que se expandía ante sus atónitos ojos. El piloto estadounidense había recibido órdenes de no amerizar, pero no pudo hacer otra cosa que desobedecerlas e hizo descender el hidroavión hasta el mar para comenzar el rescate de los supervivientes. Durante esa larguísima jornada pudo salvar a cincuenta y seis de sus compañeros, todos ellos mientras el USS Doyle llegaba a la zona a toda máquina. El destructor norteamericano no apareció hasta bien entrada la noche y ante la apremiante y desesperada situación, su capitán optó por encender los focos para la búsqueda de supervivientes, aún corriendo el enorme riesgo de delatar su posición a posibles submarinos japoneses. Tan solo se pudieron salvar trescientos dieciséis supervivientes, el resto dejó sus descarnados huesos en las profundidades marinas. Los marineros supervivientes jamás podrían borrar de sus mentes el espanto y el miedo que vivieron durante aquellos eternos y terroríficos cinco días.


Supervivientes USS Indianápolis



El alto mando naval en un intento desesperado de evadir su responsabilidad, cargó todas las tintas contra el capitán McVay. Este se sentó en el banquillo de los acusados en un consejo de guerra con unas más que graves acusaciones en su contra. Los altos mandos tenían la firme intención de convertirle en el chivo expiatorio de la tragedia y como siempre la cuerda se rompe por el extremo más débil… El jurado militar declaró culpable al capitán por la no utilización de las técnicas zigzag para evitar los ataques submarinos. El capitán McVay no pudo superar esta deshonrosa situación y en 1968 decidió poner fin a sus días. Este pasó a convertirse en la última víctima que se cobraba el USS Indianápolis. Como consuelo para sus familiares y amigos, el presidente Bill Clinton en el año 2000 firmó un documento en el que se exoneraba a McVay de cualquier responsabilidad por el hundimiento del navío. A buenas horas, mangas verdes.



miércoles, 23 de febrero de 2011

Los leones devoradores de hombres de Tsavo


Desde la antigüedad hasta nuestros días, normalmente han sido los seres humanos los que han perpetrado grandes matanzas dentro del reino animal. Desde la matanza anual de delfines calderones en las Islas Feroe hasta las brutales cacerías de focas en en el norte de Canadá. La humanidad a llevado a algunas especies incluso al borde de la extinción con estas prácticas. Pero excepcionalmente han sido los propios animales los que han hecho una verdadera cacería de humanos. Los tres casos prototípicos son el de los leones “devoradores de hombres” de Tsavo en Kenya en 1929. El segundo es la masacre del USS Indianápolis realizada por tiburones, una de las dos que se producen en la Segunda Guerra Mundial. Siendo la otra la que se produjo durante la Batalla de la Isla Ramree en Birmania esta vez por cocodrilos marinos.




 Los leones de Tsavo.

Este extraño caso se dió en 1898 en Kenia. Una de las prioridades del Imperio Británico era la construcción de la línea ferroviaria Mombasa - Kambala, llamada posteriormente "El expreso lunático", por la cantidad de problemas que hubo que sortear para terminarla. En marzo de 1898, el Coronel John Henry Patterson, ingeniero militar, fue seleccionado para diseñar y construir un puente que cruzara las aguas del río Tsavo, palabra que en el idioma autóctono de la zona, el kamba, precisamente significaba “lugar de matanza”. Durante la realización de las obras aparecieron en escena una pareja de leones que se dedicaron a sembrar el pánico entre los trabajadores. Algunos de ellos fueron sorprendidos en sus propias tiendas en plena noche para ser devorados, otros fueron atacados a plena luz del día mientras realizaban las tareas de construcción.

El misterio comenzó de inmediato, la pareja de leones no actuaba conforme al comportamiento habitual de estos felinos. Generalmente un macho se rodea de cuatro o cinco hembras para aparearse y ocupar un territorio de caza más o menos extenso y los ataques a humanos eran bastante esporádicos. Pero estos eran diferentes y su comportamiento completamente anómalo. Estos dos machos jóvenes  pronto incluyeron a los humanos en su dieta. Las características morfológicas de ambos felinos eran muy diferentes a las de sus congéneres de la zona. Su mayor tamaño y la carencia de melena hace suponer que eran de una raza descendiente de leones cavernarios y no de la sabana como era lo lógico. Los leones fueron bautizados como Ghost (fantasma) y Darkness (oscuridad). Se construyeron trampas, alambradas de espino y otras barreras de protección que a la postre fueron inútiles para frenar la letal sed de sangre de esta mortífera pareja. El pánico se apoderó de los trabajadores, muchos de ellos huyeron abandonando sus puestos de trabajo, con la idea en sus mentes de que ambos leones eran la reencarnación de dos guerreros de la mitología de la etnia local Taita. Patterson, presionado para cumplir los plazos de la construcción, se vió obligado a tomar cartas en el asunto. La persecución de las bestias se convirtió prácticamente en una obsesión para él. Construyó plataformas elevadas para poderles disparar con rifles. Se encaramó en árboles para intentar abatir las béstias. Pero a pesar de esto los leones escapaban milagrosamente de las balas del británico. Su inteligencia y su comportamiento parecían sobrenaturales. Incluso el propio Patterson comenzó a creer que eran dos demonios malignos los que les estaban atacando. Hasta que al fin, pudo cazar a uno de los animales el 9 de diciembre de 1898, cuando ya se contabilizaba la terrible cifra de 135 muertes. El felino tenía unas medidas realmente desproporcionadas, tres metros desde la cabeza hasta la punta de la cola así como unas fauces y unas garras realmente brutales. Tres semanas después Patterson logró abatir el segundo de estos animales, terminando así con la pesadilla que estaban viviendo desde hacía meses.

Hoy en día y tras las últimas investigaciones, se cree que debido a la gran afluencia de caravanas swahili, que dejaban a sus fallecidos sin enterrar, y las tribus locales, que tampoco solían enterrar a sus difuntos sino dejarlos a merced de los carroñeros, se generaba una gran cantidad de restos humanos que rápidamente se integraron en su dieta alimentícia. Otros estudios recientes, basados en el análisis de isótopos y de muestras de pelo y hueso de ambos animales, han servido para analizar su dieta y sugieren que el número de víctimas fue menor al que en un principio Patterson se refería en sus anotaciones y se calcula que pudieron ser alrededor de 35 o 40, aunque otros investigadores mantienen que no se ha contabilizado gran cantidad de ataques que se realizaron por el simple mero hecho de matar, solo para mostrar su poder territorial, sin proceder a devorar a su presa. Algo que sigue sin tener explicación es el gran tamaño de ambos felinos para unos ejemplares de su edad así como la carencia de melena. Ambos ejemplares se pueden admirar en el museo Field de Chicago.




El Octavo Pasajero


El Octavo Pasajero

Miedo, terror, pánico, intriga. Estos ingredientes, a priori todos desagradables, forman un cóctel realmente apasionante y atractivo para el ser humano. Tanto cine como literatura demuestran el auge de estas historias y como hay algo interno en nosotros que nos atrae a ellas, aunque sepamos en nuestro foro interno que nos pueden impactar y hacérnoslo pasar realmente mal. En este blogg iremos tratando esas historias. Por esta "casa del terror" pasarán psicokillers, tragedias extrañas, fenómenos anómalos.....  En definitiva os invito a que pasemos algo de miedo y diversión juntos.




 El Octavo Pasajero