jueves, 29 de agosto de 2013

Hallan pruebas del “origen marciano” de la vida en la Tierra




En febrero de 2009, y bajo el título de ¿Somos todos marcianos?, ABC publicaba un artículo sobre esta inquietante posibilidad. Entonces, H. Jay Melosh, profesor de Ciencias Planetarias de la Universidad de Arizona y una de las máximas autoridades mundiales en el estudio de impactos de meteoritos contra la Tierra, defendía la hipótesis de que la vida podría haberse originado antes en Marte que en nuestro propio mundo, para viajar después hasta aquí a bordo de meteoritos. Sin embargo, y aunque la idea es más que plausible, Melosh no disponía entonces de datos suficientes para afirmar que, efectivamente, la vida que conocemos no procede de la Tierra. Ahora, investigadores norteamericanos del Instituto Westheiner de Ciencia y Tecnología creen haber resuelto la cuestión.

La vida terrestre, según ha explicado este miércoles Steven Benner, uno de los padres de la Biología sintética y experto en el estudio de vida temprana, surgió en Marte y desde allí se trasladó a nuestro planeta, donde encontró las condiciones necesarias para prosperar. El “viaje” hasta aquí se llevó a cabo gracias a meteoritos caídos en Marte y algunos de cuyos escombros, lanzados de nuevo al espacio por la violencia de las colisiones, llegaron después a la Tierra con su preciosa carga biológica en una suerte de “carambola cósmica”. Benner ha expuesto sus conclusiones en Florencia, donde estos días se celebra la conferencia anual Goldscmidt que reúne a 3.000 de los más prestigiosos geoquímicos del mundo.

La idea de la “migración” de la vida de Marte hasta nuestro planeta se basa en un buen número de hechos bien establecidos. Primero, cuando el Sistema Solar era aún joven, los climas de Marte y de la Tierra eran mucho más parecidos entre sí de lo que son hoy, de forma que la vida que surgiera en cualquiera de los dos mundos podría haber sobrevivido fácilmente en el otro. Segundo, se estima que han llegado ya hasta la Tierra cerca de mil millones de toneladas de rocas procedentes de Marte, arrojadas al espacio tras el impacto de meteoritos sobre la superficie marciana. Y tercero, se ha demostrado que algunos microbios son capaces de sobrevivir a estos tremendos impactos y, lo que es más, pueden mantenerse “en suspenso” durante los cientos, o miles de años de duración de su travesía espacial.

Por lo tanto, la idea de que la vida surgiera en uno de los dos planetas para ser después “transportada” hasta el otro, resulta más que plausible. Por último, la dinámica orbital de Marte y de la Tierra hacen que sea cien veces más fácil para una roca viajar de Marte a la Tierra que al revés. Por lo que si la vida efectivamente surgió primero allí, algunos microbios habrían podido perfectamente “trasplantarla” hasta la Tierra, de modo que todos seríamos sus descendientes.

La nueva prueba que permite a Benner afirmar que la vida terrestre surgió en Marte está en una forma mineral y altamente oxidada del molibdeno, un elemento crucial para el origen de la vida pero que, hace más de 3.000 millones de años, solo estaba disponible en Marte, y no en la Tierra. “Además –asegura Benner –estudios recientes muestran que esas condiciones favorables para la vida aún pueden estar presentes en el Planeta Rojo.

“Solo cuando el molibdeno sufre una alta oxidación es capaz de influir en la formación de la vida temprana”, asegura el investigador. “Y esta forma oxidada de molibdeno no podría haber estado disponible en la Tierra en el momento en que la vida comenzó, porque hace tres mil millones de años la superficie de la Tierra tenía muy poco oxígeno. Todo lo contrario que en Marte. Se trata de otra evidencia que hace que sea más probable que la vida llegase a la Tierra a caballo de un meteorito marciano en lugar de que empezara aquí, en este planeta”.

La paradoja del alquitrán

 

La investigación de Benner afronta directamente dos de las cuatro paradojas que hacen difícil para los científicos comprender en qué modo podría haberse originado la vida en la Tierra. La primera de ellas es la que el propio Benner ha bautizado como la “paradoja del alquitrán”. Todos los seres vivos están hechos de materia orgánica, pero si se añade energía (ya sea luz o calor) a esas moleculas orgánicas y se las deja después crecer a su aire, nunca terminan creando vida. En su lugar, se convierten en algo muy parecido al alquitrán.

“Ciertos elementos, como el boro o el molibdeno, parecen ser capaces de controlar la tendencia de la materia orgánica a convertirse en alquitrán, por lo que creemos que ambos resultan fundamentales para que la vida pueda dar sus primeros pasos. El reciente análisis de un meteorito marciano muestra claramente que hay boro en Marte. Y creemos que también hay allí una forma extremadamente oxidada de molibdeno”.

Según la segunda paradoja, la vida lo habría tenido muy difícil para surgir en la Tierra porque en ella había demasiada agua. De hecho, es incluso probable que el agua llegara a cubrir, en algunos momentos, la entera superficie de nuestro planeta. Y aunque el agua resulta fundamental para que la vida prospere y se desarrolle, no es adecuada para su origen. De hecho, el agua no permite que se concentre el boro en las cantidades necesarias para que la vida surja. Y, peor aún, resulta altamente corrosiva para el ARN, las moléculas geneticas más antiguas. Y si es cierto que en aquellos lejanos tiempos también había agua en Marte, también lo es que allí, en el Planeta Rojo, el agua cubría zonas mucho más pequeñas que en la Tierra primitiva.

“Las pruebas –afirma Benner- parecen indicar que todos nosotros somos marcianos, que la vida comenzó en Marte y llegó hasta la Tierra en una roca. Fue una suerte, después de todo, que acabáramos aquí, ya que sin duda la Tierra es el mejor de los dos mundos a la hora de sostener la vida. Si nuestros hipotéticos antepasados marcianos se hubieran quedado en Marte, seguramente no habría habido ninguna historia que contar”.

Científicos crean microcerebros humanos del tamaño de un guisante



Un equipo de científicos europeos ha desarrollado pequeños cerebros humanos tridimensionales, de cuatro milímetros de diámetro, del tamaño de un guisante, a partir de células madre pluripotentes que ayudarán a profundizar en el estudio de las enfermedades neurológicas, informó este miércoles la revista científica Nature.

Estos órganos artificiales, fruto de una investigación conjunta de la Universidad de Bonn (Alemania) y el Instituto de Biotecnología Molecular de Viena (Austria), aportan importantes avances sobre el desarrollo del cerebro durante las etapas más tempranas y sus patologías.

La complejidad del cerebro humano ha impedido avanzar más en el estudio de las enfermedades neurológicas, por lo que era "necesario un sistema celular que simulara las complejas características de este órgano para estudiarlo en profundidad", explicó a los medios el alemán Juergen Knoblich, jefe del proyecto.

"Este planteamiento puede superar algunas de las limitaciones que encontramos cuando experimentamos con el cerebro de los animales, ya que no comparte las mismas peculiaridades del cerebro humano", añadió el científico. Estos microcerebros, que incluyen la corteza cerebral que cubre los dos hemisferios, están formados por diferentes tejidos dispuestos en capas, cuya organización guarda muchas semejanzas con la de un cerebro en sus etapas más tempranas de desarrollo.

Para demostrar la utilidad de este sistema celular, los científicos analizaron las diferentes enfermedades neurológicas que tienen lugar cuando el cerebro se encuentra en pleno desarrollo, como la microcefalia. Este trastorno neurológico, que carece de un tratamiento para revertir sus síntomas, provoca que el tamaño de la cabeza de las personas afectadas sea considerablemente menor al que debería tener en relación con su edad y sexo.

A partir de células madre pluripotentes, el equipo de investigadores añadió al sistema inicial una serie de células procedentes de pacientes que padecían microcefalia para obtener un cerebro característico de una persona con esta enfermedad. Los científicos encontraron así que en los cerebros con esta dolencia las células precursoras de las neuronas dejaban de proliferar demasiado pronto, un defecto que podría explicar algunas de las causas de la microcealia.

"Este fenómeno no tiene lugar de la misma forma cuando experimentamos con ratones, ya que ningún animal presenta la misma expansión neuronal que el ser humano", concluyó Knoblich. Estos pequeños órganos artificiales no presentan las mismas funciones mentales que un cerebro humano corriente, si bien el grupo de científicos no descarta progresar en esa línea, así como profundizar en otro tipo de enfermedades neurológicas.