jueves, 9 de febrero de 2017

Elisha Kane, el "Doctor de los Mares Árticos"





Elisha Kent Kane


En este humilde blog, y posteriormente en mi libro Avernum (25 Rutas al infierno), ya tratamos en su momento las hazañas de pioneros y héroes antárticos como Robert Falcon Scott, Roald Amundsen o el gran Ernest Shackleton. Sin duda alguna el nexo de unión entre ellos fue su amor y pasión por la aventura y por ese brutal y desolado lugar llamado Antártida.



Pero en el lugar opuesto e igualmente inhóspito del mundo también otros exploradores ávidos de aventuras se enfrentaron al hielo y al frío, auténticos héroes que se jugaron la vida por descubrir nuevos horizontes para el ser humano, como por ejemplo el mítico “Paso del Norte” o conquistar el mismo Polo Norte. Uno de estos aventureros fue Elisha Kent Kane, un tipo peculiar con unas características físicas muy diferentes a los anteriormente citados pero con su mismo espíritu.



Nuestro protagonista vino al mundo en Filadelfia el 3 de febrero de 1820, hijo de John Kintzing Kane, abogado y político demócrata, y Jane Duval Leiper. Desde los  primeros días tras el alumbramiento su familia se dio cuenta de que el pequeño Elisha era un chico de salud frágil, de apariencia enfermiza y que como sucedía habitualmente en aquellos duros tiempos, tendría una vida corta y seguramente achacosa. Desde luego en esto último no se equivocaron ni mucho menos.



Para empezar los médicos detectaron en el pequeño Elisha una grave dolencia cardiaca con todo aquello que implicaba para la medicina de la época. Pues bien, contra todo pronóstico y a pesar de crecer aquejado constantemente de fiebres y todo tipo de males que le obligaban a estar postrado en cama durante meses, Kane se graduó en la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania allá por 1842. Y eso que durante su periplo universitario la fiebre reumática se apoderó de él y entre sus amistades nadie apostaba ni un solo centavo a que Elisha terminaba con vida sus años universitarios. Imaginad hasta que punto llegó la situación que su padre llegó a hablar con él y con la solemnidad propia de las circunstancias le dijo: Elisha, si vas a morir, muere al pie del cañón”. Aquella frase quedó grabada a fuego en la mente de Elisha, decidiendo este que seguiría a pies juntillas el sabio consejo de su progenitor ¡Y vaya si lo hizo!



Tras ejercer como médico durante solo unos meses en Filadelfia, cosa que le aburría enormemente, el 14 de septiembre de 1843, Elisha Kent se incorporó a la marina estadounidense como asistente de cirujano. Ese mismo año ya se desplazó hasta China para una importante misión diplomática comercial. Posteriormente pasó a participar en otras peligrosas misiones con el escuadrón de África. Más adelante y ya con el Cuerpo de Marines, participó de manera muy activa en la guerra entre EEUU y México, donde su comportamiento fue catalogado como heroico.

 


A pesar de culminar con éxito todas estas aventuras os tengo que decir que nuestro protagonista no lo pasaba lo que se dice precisamente bien en los viajes entre un país y otro. Los desplazamientos en barco los hacía de dos maneras, vomitando por la borda o bien recluido en su camarote presa de sus habituales fiebres. Pero él siempre tenía su frase recurrente y de la que seguramente su padre se sentiría muy orgulloso: “Si mi salud me va a dar poco tiempo de vida... ¿para qué estar enfermo encerrado en casa?”
 

En Filipinas no tuvo otra cosa que hacer que cruzar el cráter de un volcán colgado de una cuerda hecha tan solo de tiras de bambú. En sus aventuras mejicanas incluso llegó a recibir un lanzazo en el abdomen, herida de la que también milagrosamente sobrevivió. En Egipto se adentró en las catacumbas de Tebas y así muchas más aventuras ¡No está nada mal para un tipo enclenque y enfermizo! Pero sus deseos aventureros no se vieron saciados ni muchísimo menos con estas que os he enumerado, muy pronto llegarían las verdaderamente importantes y peligrosas, las expediciones árticas.



Para situarnos, en el verano de 1845 se había perdido el contacto con una expedición británica que había partido hacia el Ártico en busca del “Paso del Norte”, se trataba de la tristemente recordada “Expedición Franklin”, a la que por supuesto le dedicaremos en el 8º Pasajero su merecido espacio. A partir de ese momento innumerables expediciones salieron desde tierras británicas o norteamericanas en busca de recomponer el rompecabezas de la desaparición de los navíos británicos. Una de esas primeras expediciones fue financiada por el filántropo millonario Henry Grinnell y ésta sin duda cambió para siempre la ya de por sí ajetreada vida de Elisha Kane.. 


 Sir John Franklin




Una vez en el ártico, un buen día de enero de 1853 y tras adentrarse en solitario varios kilómetros en el océano de hielo que tenía ante sí, Kane presenció el maravilloso espectáculo de un primer amanecer tras más de ochenta días de oscuridad. En sus libros posteriores describió las sensaciones de aquella experiencia de esta manera:  “Nunca, jamás, hasta que me cubra la tierra de la sepultura o el hielo de estas tierras, volveré a privarme de esta bendición de bendiciones”.



Tras una infructuosa búsqueda de meses la expedición en busca de Franklin fracasó en ese aspecto de su cometido, no encontraron ni rastro de la tripulación del HMS Terror. Así que a su regreso a los Estados Unidos nuestro amigo Kane se dedicó tanto a escribir como a dar apasionadas conferencias sobre sus vivencias y aventuras en el ártico, que por cierto fueron todo un éxito de público y crítica. Los auditorios se llenaban a rebosar y llegó a cobrar incluso miles de dólares por algunas de estas conferencias. Sus innumerables seguidores, ávidos de sumergirse en sus aventuras, empezaron a llamarle “El doctor Kane de los mares árticos” y su estatus social empezó a crecer hasta el nivel casi de héroe nacional.

Henry Grinnell

  
Si ya de por sí su fama había crecido como la espuma, ésta subió unos cuantos peldaños más cuando Elisha contrajo matrimonio con alguien muy conocido para todo amante del misterio y lo paranormal, Margaret Fox, una de las tres hermanas “mediums” con las que comenzó ese nuevo movimiento entonces que se denominó espiritismo. La boda fue todo un acontecimiento social para la prensa rosa de la época, pero una cosa sí que tenía que tener muy clara la recién estrenada Sra. Kane, su marido no iba a pasar mucho tiempo en casa con ella ni de lejos, más bien nada, los espíritus probablemente le harían más compañía. 


Las hermanas Fox

En 1853 vuelve a escena el millonario Henry Grinnel, este no se quedó muy conforme con el resultado de la primera búsqueda de la Expedición Franklin y no dudó en poner de nuevo dinero sobre la mesa para una segunda misión siempre que esta fuera liderada por el doctor Elisha Kane. Este, que a pesar de sus habituales achaques de salud, de que no era marino y de que ni mucho menos había capitaneado un navío en su vida, no dudó en embarcarse en esta nueva aventura y con los ojos cerrados. Él deseaba volver al Ártico como fuese y así lo haría, nadie le detendría. Hay que puntualizar que el reclamo del famoso doctor Kane era un dulce para otros intereses, por supuesto económicos como podréis imaginar, de su mentor y mecenas Mr. Grinnel.


En la primavera de 1853 y con una tripulación de dieciocho hombres inicialmente, el navío Advance, un barco pequeñito pero robusto, zarpó rumbo a territorios árticos en búsqueda de nuevo del capitán John Franklin y lo que surgiera, porque ya puestos…  Habría que explorar un poco más al norte ¿No? ¿Al Polo quizás…?



Kane hizo entonces suyo el objetivo que ya anteriormente había llevado a la tragedia a la Expedición Franklin. Este objetivo no era otro que la búsqueda del inexistente entonces, hoy en día ya es otro cantar, “Paso del Norte” y ya de paso pues añadiría el dar un pequeño paseíto por el mismísimo Polo Norte. Pues bien, la broma les costaría el quedar atrapados en el hielo ártico durante nada más y nada menos que más de tres años, que se dice muy pronto, y para después escribir una de las páginas más importantes de la historia de las aventuras que recuerdan los tiempos. Pero no nos emocionemos y vayamos por partes, analicemos un poco lo que sucedió en ese periodo de tiempo, que tiene su miga.



El Advance zarpó de los muelles neoyorquinos el 31 de mayo de 1853, llegando a tierras de Groelandia el 17 de julio. Allí se unieron al grupo Hans Hendrick, un inuit de diecinueve años, y Carl Petersen, un danés especialista en trineos tirados por perros y que también ejercería de traductor. Ya en agosto y bordeando las costas de Groelandia, superaron con creces el récord hasta entonces de navegación más al norte. Pero Kane y sus hombres no se detendrían aquí ni mucho menos, siguieron avanzando hacia terreno desconocido.



La travesía poco a poco fue entrando en una nueva fase, los bloques flotantes de hielo cada vez eran más grandes y el viento azotaba al Advance como si se fuese a terminar el mundo. Así que el 24 de agosto no les quedó más remedio que atracar en la bahía de Resselaer y construir un almacén de víveres para el invierno que se aproximaba a marchas forzadas. Estos almacenes que a priori eran una buena idea en realidad fueron un gran error estratégico del doctor Kane, pues cuando quedaron atrapados finalmente ya andaban realmente escasos de víveres. Entre las mil y una eventualidades que sufrieron, una de ellas fue el desagradable problema de las ratas en el barco. De hecho, para deshacerse de los roedores casi matan al cocinero asfixiado por el humo tóxico del carbón y más adelante en otro intento, casi queman el barco con los rescoldos, eso sí, las ratas murieron o huyeron despavoridas por el ártico.


 El USS Advance atrapado

El eterno y oscuro invierno polar comenzó a hacer mella en la tripulación, la extrema dureza climatológica y la escasa alimentación provocó en alguno de los tripulantes la aparición del temido escorbuto. Los perros también enfermaron de una enfermedad similar a la rabia y sufrieron una importante diezma, cuarenta y seis de cincuenta y dos animales perecieron, lo que ya descartaba totalmente cualquier desplazamiento en trineo.


Milagrosamente toda la tripulación de mejor o peor manera pudo superar el primer invierno ártico. Un encuentro casual con un grupo de cazadores inuit a los que se les invitó a subir al barco hizo que los hombres pudiesen recuperar fuerzas devorando carne de morsa cruda que les supo a verdadera gloria bendita. Ya estaban preparados de nuevo para reemprender la búsqueda de lo que quedase de la tripulación del capitán Franklin, búsqueda cuyo resultado fue totalmente infructuoso si exceptuamos que en el camino se descubrió el glaciar Humboldt y que también existían aguas abiertas más allá del glaciar.



Pero pronto llegarían las primeras y casi inevitables bajas entre la tripulación, en una de las partidas dos de los miembros de la tripulación fallecieron y otros dos sufrieron amputaciones debido a la congelación de algunos de sus miembros.



Las partidas de búsqueda, y a su vez también los descubrimientos geográficos, se sucedieron a lo largo de los meses posteriores, pero solo hasta que de nuevo el temido invierno hizo acto de presencia, con este ya iban dos.



En julio de 1854 la situación de la expedición era algo así como bastante preocupante. Kane junto a otro tripulante trató la hazaña de navegar ¡¡En bote!! Una distancia de mil cuatrocientos kilómetros para intentar encontrar alguno de los barcos de las otras expediciones que también compartían la misión de encontrar a Franklin y sus hombres. Pero no hubo forma de superar una totalmente infranqueable barrera de hielo y tuvieron que volver de regreso cuando tan “solo” habían navegado unos doscientos kilómetros. Afortunadamente los inuits volvieron a prestar una inestimable y vital ayuda a nuestros protagonistas, las provisiones que les proporcionaban de vez en cuando les estaban salvando la vida, al menos por el momento.



A estas alturas de la película, ya a finales de agosto de 1854, algunos de los componentes de la expedición ya tenían más que claro que no saldrían de allí con el barco, éste estaba literalmente atrapado en una inexpugnable trampa de hielo y parte de él se había utilizado para calentarse. Había que encontrar desesperadamente la manera de huir de aquel infierno blanco aunque la vida se les fuese en el intento.



Nueve hombres, los más fuertes, y en algo muy parecido a un motín, decidieron partir en busca de ayuda el día 5 de agosto, mientras que Kane y el resto de la tripulación decidió permanecer junto al barco. El objetivo no era otro que llegar a Upernavik, a unos ochocientos kilómetros de distancia. Preferían mil veces el morir en el intento a pasar otro invierno más en semejantes condiciones. Kane escribió en su diario: “No puedo dejar de sentir que algunos de ellos regresaran, abatidos y sufrientes, a buscar un refugio a bordo. Deberán encontrarlo... pero si yo nunca regreso a casa y pueden encontrarla el Dr. Hayes o Mr. Bonsall o Master Sonntag, dejémosles cuidar sus pieles”.



Mientras tanto el resto de la tripulación con Kane a la cabeza se preparó para pasar un invierno más, imaginemos por unos momentos la extrema dureza de la prueba a la que se enfrentaban de nuevo. A pesar de las provisiones y de la ayuda inuit la situación solo podría definirse como dantesca o cuanto menos de pesadilla. El 12 de diciembre se produjo el  regreso del grupo de hombres que había partido en agosto, su aspecto era absolutamente deplorable y con claros síntomas de padecer una desnutrición bastante severa. Eran sin duda alguna la viva imagen del sufrimiento y de la desesperanza. El propio Kane tuvo que amputar dos dedos de la mano y varios de los pies del doctor Hayes por causa de la congelación.



La dureza de aquel invierno fue tan extrema que incluso los inuit sufrieron tremendamente los rigores climatológicos que les estaban azotando. El escorbuto regresó de nuevo y la situación ya pasó de mala a nivel desesperación. Había que escapar de allí como fuese y desde luego sería una lucha a vida o muerte, sin medias tintas, y de nuevo Upernavik sería su destino.






El 20 de mayo de 1855 el grupo vio por última vez la triste y fantasmal silueta del Advance apresada en el hielo polar. El grupo arrastró tres botes con la ayuda de trineos durante muchísimos kilómetros, más de ochenta y en las condiciones físicas y mentales que os podéis imaginar. Pues bien, el 17 de junio de 1855, casi un mes después, llegaron a Etah y allí comenzó una singladura marina que se podría calificar de suicida. Supongo que con todos estos datos a todos nos quedará bien claro que en aquella época los hombres estaban hechos de otra pasta. Navegaron durante más de mil doscientas millas entre icebergs, témpanos de hielo, vientos helados que desgarraban como cuchillos y con todo esto tan solo uno de ellos no pudo superar semejante prueba de resistencia. El 21 de julio, ¡¡Observad cómo pasaban los meses!! nuestros protagonistas doblaron el cabo de York y fue poco más adelante donde fueron avistados el 6 de agosto por un ballenero danés. Afortunadamente los daneses se prestaron a acercarlos hasta Upernavik, nada más y nada menos que ochenta y cuatro días después de su partida.



Mientras tanto, desde los Estados Unidos el propio gobierno financió expediciones en busca de Kane y sus hombres, vamos, que esto era un no parar, expediciones que buscaban a otras expediciones que se perdían y así sucesivamente. El caso es que una de ellas pudo alcanzar a otro barco danés que llevaba a los supervivientes a las islas Shetland. Finalmente Kane y sus hombres arribaron a Nueva York el 11 de octubre de 1855, más de tres años después, que se dice muy pronto.



La misión inicial, que en principio no era otra que la búsqueda de Franklin claramente fue fallida, de hecho lo fue así durante más de ciento cincuentas años, pero los conocimientos geográficos, climáticos y de otras disciplinas científicas que consiguieron con esta expedición fueron de un valor incalculable para la ciencia del momento. Una hazaña que si bien no llegó al nivel de fama de las de Shackleton o Scott en años posteriores, pero que desde luego se quedaba muy cerca. Al año siguiente, Kane publicó su libro “Exploraciones árticas: La segunda expedición Grinnell en búsqueda de Sir John Franklin, 1853, 54, 55” donde relataba con una excelsa cantidad de detalles el auténtico infierno vivido durante aquellos tres años. Pero aquella heroicidad tendría su coste y Kane tendría que pagar su peaje. 






La habitual “mala salud” de nuestro protagonista empeoró bastante durante los siguientes meses. A pesar de todo, en noviembre de 1856 cumplió con su promesa de entregar a Lady Franklin el informe de la infructuosa misión de rescate de su marido. Desde allí y con la firme intención de recuperar fuerzas al sol caribeño viajó hasta La Habana, pero allí su cuerpo ya dijo basta. El 16 de febrero de 1857 y con tan solo treinta y siete años de edad, Elisha Kent Kane fallecía después de una vida intensa como solo unos pocos “elegidos” pueden haberla tenido y superando casi siempre a pesar de su maltrecha salud, cualquier obstáculo que se le pusiese por delante. La noticia fue muy dolorosa para la sociedad estadounidense, uno de sus mayores héroes hasta entonces les dejaba para siempre.



El gobernador de Cuba acompañó personalmente sus restos mortales hasta la ciudad de Nueva Orleans. De allí a Cincinnati, las orillas del Mississippi estaban repletas de gentes con expresando su inmenso dolor. Para que os hagáis una idea del impacto de su muerte,  el trayecto en tren de Cincinnati a Filadelfia duró casi cuatro días a causa de la multitud que le quería rendir homenaje. Solo decir que su funeral fue el más grande en la historia de Estados Unidos hasta esa fecha, solo superado por el de Abraham Lincoln pocos años más tarde.