viernes, 4 de marzo de 2011

Richard Kuklinski, el hombre de hielo.




Hace unas semanas, charlando con un amigo, el autor Guillermo Díaz, sobre nuestra “afición” a los psicokillers y asesinos múltiples, me descubrió un personaje del que no había escuchado hablar jamás y que me dejó realmente sorprendido solo con el esbozo que me mostró de sus “hazañas”. No pude resistir la tentación de sumergirme en la vida de este depredador y descubrir una historia realmente espantosa.

Cuando a un asesino a sueldo se le suman todas las características propias de un asesino en serie, el cóctel es realmente explosivo. Y todos esos factores se combinan y de que manera en Richard Kuklinski, al que se le apodaría “Iceman”, el hombre de hielo. Más adelante conoceréis el terrible por qué.

Richard Kuklinski nace en New Jersey en 1935, en el seno de una familia descendiente de inmigrantes polacos. Vivían en un barrio marginal de las afueras, con toda la dureza y violencia que conllevaba la vida en la calle en esos durísimos años, en los que las consecuencias del crack financiero de 1929 estaban muy presentes aun. Su padre, Stanley Kuklinski, era un hombre realmente rudo, violento, alcohólico y que el trato hacia su mujer e hijos generalmente era a base de golpes un día tras otro.

Un buen día, por decirlo de alguna manera, cuando Richard era un crío de cinco años, Stanley llegó a casa con una de sus habituales y violentas cogorzas. Al instante comenzaron los gritos y al poco los golpes. En esta ocasión la peor parte se la llevó su hijo mayor, Florian. Stanley le propinó tal puñetazo a su hijo que este falleció en el acto. Ambos progenitores encubrieron el crimen montando la escena sobre un supuesto fatal accidente doméstico. Como no podía ser de otra manera Richard quedó realmente impactado por estos hechos y las consecuencias que tendrían a la postre en su personalidad fueron demoledoras.

Richard se convirtió en un niño encerrado en si mismo, problemático con los estudios y con serios problemas para relacionarse, estos debidos también por la dislexia que padecía. Era el blanco de las iras y burlas de los pandilleros del barrio y del colegio. Las agresiones y humillaciones en sus carnes eran prácticamente a diario, tanto en casa como fuera. Era como si todo el mundo le odiara y pronto encontró con quien descargar toda su rabia e ira contenidas. La población de gatos del barrió menguó y de que manera. En muy poco tiempo casi no había ni un solo gato en el vecindario. Se dedicó a torturarlos y a estrangularlos mientras les miraba a los ojos, deleitándose con los estertores de la muerte. Un factor  bastante común en todo psicokiller que se precie.

A los 13 años y tras uno de los episodios habituales de vejaciones callejeras, Richard llegó a su límite. Su padre al verlo llegar golpeado, le proporciona otra soberana paliza como reprimenda por haberse dejado avasallar. No aguantaba más, tenía que hacer algo. Charlie Lane, el jefecillo de la banda callejera que controlaba el barrio y su auténtica pesadilla, se convirtió en su único objetivo. Richard estudió sus rutinas durante días y se preparó para darle su merecido. Una madrugada esperó agazapado a que Charlie volviera a su casa en un sucio y solitario callejón. Allí, tras fríamente provocarlo y hacer que le atacara, Kuklinski le asestó con una barra de hierro un mortal golpe en la sien. El momento que tantas veces había soñado había llegado y no paró de golpear hasta que el cuerpo inerte de Lane se encontraba tirado en un charco de sangre y sus sesos esparcidos por el suelo. Se había vuelto loco, había perdido la noción de todo, solo quería golpearlo una y otra vez. Posteriormente ocultó el cuerpo en el maletero de un coche y se deshizo de él arrojándolo a una zona de marismas heladas. Previamente le arrancó al cuerpo los dientes y le cortó los dedos con un hacha para así hacer más complicada su identificación. Esa noche durmió feliz, había cruzado la línea, estaba en el “otro lado” y eso la hacía sentirse muy bien.

Su siguiente víctima no se hizo esperar, tras ganar una partida de billar volvió a ser insultado por otro joven del barrio. De vuelta a casa advirtió que este desdichado se había quedado dormido dentro del coche. Fue rápidamente por gasolina, la vertió en el interior del vehículo y le arrojó una cerilla. Disfrutó muchísimo con los gritos de dolor y pánico del chico entre las llamas. Richard se estaba creciendo por momentos.

Su padre por aquellos entonces había vuelto a pegar  a su madre. Richard no estaba dispuesto a aguantarlo más y fue directamente a por él, le puso un revolver calibre 38 en la sien y le dijo: “Si vuelves a acercarte a mi familia, te mato y te arrojaré al río”. Stanley nunca volvió a aparecer en escena. Kuklinski comentó posteriormente que se arrepintió toda la vida de no haberle disparado esa noche.

En 1960 conoce a la que sería su futura esposa y madre de sus tres hijas, se llamaba Bárbara y nunca supo a lo que realmente se dedicaba su marido. En esa época Richard traficaba con pornografía que era revendida por la familia mafiosa de los Gambino. El gángster Roy Medeo le contrató para cobrar unas deudas. Kuklinski medía casi dos metros y su sola presencia inspiraba pavor. Dada su eficiencia en el cobro, Medeo decidió un día poner a prueba al gigantón. Dando un paseo por el parque le ordenó a Richard que matara un hombre elegido al azar. La desgraciada víctima era un hombre que paseaba su perro sin poder imaginar que se estaba cruzando en el camino de un depredador y era su último paseo con su mascota. Richard le disparó a la cabeza y volvió con Medeo como si no hubiera pasado nada. Este quedó impresionado, tenía mucho trabajo para él.

Durante los siguientes treinta años Kuklinski asesinó de las más variadas formas. Cualquier cosa le servía desde un martillo a un pica-hielos, pasando por cuchillos o pistolas, cualquier utensilio podía ser un arma letal. Se perfeccionó muchísimo el uso del cianuro, lo utilizó en muchas ocasiones pues era difícil de detectar toxicológicamente y más cuando era utilizado en aerosol aunque también lo utilizó en otras muchas variedades. El inhalador lo comprobó con éxito en un inocente viandante, el cual cayó fulminado a los quince segundos. Para deshacerse de los cuerpos utilizaba también los métodos más variopintos. Su favorito era colocar los cuerpos en un barril de aceite y arrojarlos a un lago. Otro era lanzar el cuerpo a una profunda grieta que tenía localizada en el terreno. El mas “espectacular” era colocar el cuerpo en una cueva minada de voraces ratas gigantes de Pennsylvania. Este método también lo utilizó con personas vivas a las que por uno u otro motivo se les había asignado un sufrimiento “extra” antes de morir. En una ocasión esto fue filmado para que el cliente supiera del sufrimiento al que había sometido a su objetivo. Imaginaos ante la clase de individuo que nos encontramos.

El apodo de Iceman, hombre de hielo, le llegó por dos vertientes. Una por su más que demostrada frialdad para las ejecuciones. No dudaba, ni siquiera pestañeaba, no sentía la más mínima piedad por su víctima. La otra fue por uno de sus mortales experimentos. Tuvo el cuerpo de una víctima  en un congelador durante dos años antes de deshacerse de el. Estuvo a punto de engañar a la policía pero los forenses descubrieron restos de hielo en la autopsia, solo le faltaron unas horas más para la total descongelación del cuerpo.

El salario de Kuklinski era de aproximadamente unos cincuenta mil dólares por trabajo. La cifra podía ser mayor si la víctima tenía que recibir y padecer un tratamiento “especial”, en lo que a sufrimiento se refiere. Su esposa declaró que vivían como la típica familia americana. Una casa lujosa, coche familiar y barbacoa los domingos. Lo que no contaba a nadie era a la violencia doméstica a la que se veía sometida. A pesar de ello Bárbara siempre le perdonaba y decía de él que era un hombre romántico y un estupendo padre para sus hijas. Tras su encarcelamiento declaró que el enterarse del trabajo real de su marido fue una conmoción, y reconoció que nunca hacía preguntas sobre sus salidas por razones de trabajo.

Cuando Kuklinski entró en la cincuentena se sentía agotado, sus actos eran más despiadados y se volvió descuidado y confiado. Empezó a cometer errores. Fue obligado a quitar de circulación a varios de sus socios por un asunto de atracos y la policía comenzaba a cercarlo. El detective Kane, de la policía de New Jersey contactó con un amigo de Kuklinski, el cual introdujo al agente Dominick Polifrone como agente infiltrado. La excusa fue contratar a nuestro hombre para un trabajo. Todos los detalles fueron grabados y posteriormente, y una vez ya reunidas todas las pruebas y testimonios, por fin este criminal fue retirado de las calles de Nueva York. En 1988 fue condenado a dos cadenas perpetuas.

En una entrevista a la cadena HBO confesó que se arrepentía solo de un asesinato, el cual él mismo reconocía particularmente cruel. Richard Kuklinski estaba a punto de liquidar a un hombre, cuando este comenzó a rogar a Dios por su vida entre súplicas y sollozos. Este le dijo que le daba a Dios treinta minutos para que le salvara. Evidentemente ni Dios ni nadie apareció en su auxilio y una vez que el tiempo expiró, fue ejecutado fríamente. Obligar a un hombre a esperar treinta minutos su inevitable ejecución fue considerado por el mismo Kuklinski como su asesinato más sádico. “No estuvo muy bien. Es algo que no debería haber hecho” se limitó a decir. En otras entrevistas declaró que para él, el asesinato era algo vocacional, mataba por puro placer. Nunca dejaba testigos, incluso sus compinches podían incorporarse en cualquier momento a su lista.

Kuklinski falleció a la edad de 70 años el 5 de Marzo del 2006. Según las autoridades fue por causas naturales aunque para muchos su muerte fue más que sospechosa. Kuklinski iba a testificar contra el jefe de la familia Gambino, Salvatore Gravano, y sin su testimonio el caso se vino totalmente abajo con la posterior puesta en libertad del capo.

Kuklinski, a la pregunta de cuantos hombres había matado, siempre contestaba que más de cien, y que era algo de lo que no se sentía para nada orgulloso. Probablemente su fatídica estadística de asesinatos se aproximara bastante más a las doscientas defunciones que a las cien que el mismo se refería. Un verdadero y eficaz cazador de hombres que afortunadamente ya no se encuentra entre nosotros.