martes, 15 de noviembre de 2011

Escuadrón 731. El Infierno en Manchuria.



 Sede del Escuadrón 731 en Pingfang

Aquellos que seguís el blog del Octavo Pasajero estáis acostumbrados a historias que muestran lo mejor y lo peor del ser humano. Héroes y villanos se han mezclado en aventuras y en tramas oscuras que han llegado a ser realmente duras de recrear en algunos momentos. Asesinos seriales, gobernantes psicópatas o bestias como salidas del infierno nos han acompañado a lo largo de estos meses. Casi todos ellos tenían una nota en común, sus mentes estaban enfermas. En cierto momento de sus vidas y por incontables causas, los protagonistas perdían el control. Pero sus terribles actos casi siempre se producían desde el plano estrictamente individual. La situación se agrava cuando pasamos de la maldad individual a la barbarie colectiva, esta perpetrada por científicos y militares. En un artículo anterior tratamos el terrible y macabro proyecto estadounidense MK Ultra y sus nefastas consecuencias para sus victimas. Pues bien, el Mk Ultra era un juego de niños comparado con los hechos que trataremos en esta ocasión. El proceso de documentación os puedo asegurar que ha sido realmente duro y difícil de asimilar para mí. La terrible y lamentablemente desconocida historia del Escuadrón 731 es una de las mayores atrocidades cometidas jamás por los seres humanos. Abrochaos bien los cinturones porque lo que se nos viene encima no os dejará indiferentes y os aviso que en determinados momentos será bastante duro.

Cuando empleamos el término “Holocausto”, al 99,9% de las personas nos viene la imagen de los campos de concentración nazis en la II Guerra Mundial, donde fueron asesinados casi seis millones de seres humanos. Pero han acaecido muchos holocaustos a lo largo de la historia. Dependiendo de la ocasión con mayor o menor cantidad de víctimas y con métodos más o menos brutales. Especialmente uno de ellos ha pasado bastante desapercibido y que temporalmente, al igual que el alemán, se produjo en el mayor conflicto bélico de la historia. En esa ocasión no fueron los nazis alemanes los ejecutores del genocidio. Esta vez fue el ejército imperial japonés el que perpetró una cantidad ingente de atrocidades como no se recuerda a lo largo de la historia.

Estamos en 1937. Se está gestando la II Guerra Mundial. El Imperio Nipón está en pleno proceso de expansión. Taiwán ya era una posesión japonesa desde 1895 y la anexión de los territorios chinos de Manchuria, con un gobierno títere, se convierte en un hecho en 1931. Pero la cosa no quedaría ahí. En 1937, tras unos incidentes de escasa importancia que sirvieron como excusa, se desatan las hostilidades y la guerra comienza. En el contexto de este conflicto, que se fusionaría temporalmente con la II Guerra Mundial, el Ejército Imperial Japonés pone en marcha el “Laboratorio de Investigación y Epidemiología” de la Kempeitai, la policía militar japonesa similar a las SS alemana. Esta era la encargada de contrarrestar influencias político-ideológicas por parte de los enemigos del Imperio. Os podéis imaginar que métodos utilizaba para contrarrestar.

Mapa del Imperio Nipón

Dentro del Laboratorio de Investigación y Epidemiología se creó un programa secreto de investigación y desarrollo de armas biológicas al que se denominó “Escuadrón 731”. Este se ubicó en Manchukuo (Manchuria) y en un primer momento utilizaría como tapadera la vigilancia del tratamiento y purificación de aguas. El control del proyecto recaía sobre la rama política del ejército, a la que se denominaba Kodoha, el Partido Bélico, para que andar por las ramas.

El Kodoha pasó a ser equivalente japonés del Partido Nazi alemán. Toda una descabellada y delirante parafernalia de supremacía racial y teorías racistas se daban cita en esta versión japonesa.

En 1932 se designó como responsable del Escuadrón 731 al Teniente General Shiro Ishii. Un doctor en medicina especializado en microbiología y al que la definición de “monstruo” quizás se le quede bastante corta.

Teniente General Shiro Ishii
 
Para dar inicio al programa de investigación se procedió a la construcción de un campo de prisioneros en Zhong Ma. Pero en 1935 una fuga de prisioneros y una fuerte explosión obligó el traslado a la localidad de Pingfang. Esta vez el complejo sería más seguro y con mucha más capacidad.

Dentro del Escuadrón 731, Ishii fundó un grupo secreto de investigación que se denominó “Unidad Togo”. Esta unidad coordinaría la experimentación química y biológica sobre individuos. El campo fue ocupado rápidamente por una legión de prisioneros en su mayoría de origen chino, pero también los había de origen mongol, coreano y ruso. A estos, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, se les unieron los prisioneros americanos, británicos y australianos capturados. Para que os hagáis una idea de lo que significaban estos prisioneros para los japoneses que estos se les llamaban “Maruta” que se puede traducir por “tablones” o “troncos de madera”. Los miembros del proyecto llegaron a tomar conciencia de que eran solo eso, madera. En un alarde de imaginación, con este nombre se designó el programa de pruebas sobre humanos.

 Miembros del Escuadrón 731


Como había mucho trabajo que hacer, el Escuadrón 731 se dividió en ocho divisiones, todas ellas muy “humanitarias”. Como ejemplo decir que la División 1 efectuaba investigaciones sobre peste bubónica, cólera, tuberculosis y ántrax. Estos tenían su “pequeño campo” con capacidad para unos cuatrocientos “huéspedes”. El resto de divisiones se dedicó a la manufacturación de armas y aparataje, al entrenamiento de personal etc.

Soldados con equipamiento de protección biológica y química.


El proyecto estrella del Escuadrón 731 fue el “Maruta”. En esta locura, el General Ishii puso todo su empeño, talento macabro e imaginación. Es en este momento cuando comienza el horror y la barbarie. Aunque no lo creais, omitiré algunos detalles tan horribles que ya son realmente difíciles de escribir. El que lo desee, que se tape ojos y oídos. Después no digáis que no os avisé.

Entre el grupo de sujetos que serían sometidos a los experimentos, aparte de los prisioneros, había niños, mujeres embarazadas, lactantes, ancianos…  No había distinciones todos eran “Maruta” y eso era ser menos que nada.



 
Los primeros experimentos se realizaron sobre prisioneros de guerra. A estos previamente se les había inoculado diversas enfermedades infecciosas, de las más variadas, prácticamente cualquiera de las que se os ocurran. Posteriormente se realizaban las vivisecciones, es decir, la extracción de órganos con el sujeto vivo, obviamente sin el uso de anestésicos para que estos no alteraran los resultados. Así, a lo bestia. El objetivo era el observar los efectos de estas enfermedades sobre los órganos internos del desdichado prisionero. La excusa de hacer estas intervenciones en vida era que se creía que el proceso de descomposición afectaría los resultados. Todo fuera por la ciencia. De estas vivisecciones no se salvaron las gestantes, en la mayoría de los casos embarazadas por los mismos miembros del proyecto, y a las que se les extraían los fetos con el mismo procedimiento. Lo que se dice gente muy humanitaria, si señor.

Vivisección de un prisionero.
 
Pero esto es aun una mínima parte de la experimentación, hay más, muchísimo más…

Para cuantificar el tiempo en que una persona fallecía desangrada no dudaban en amputarle un miembro, el que fuera. En algunas ocasiones los miembros amputados eran reinsertados en otras partes del cuerpo o en otros sujetos. A otros se les extrajo quirúrgicamente el estomago para unir directamente esófago con intestinos. Extracciones de tejido cerebral, hepático, etc. Se comprobó los efectos de la congelación y descongelación de miembros para estudiar la gangrena sin aplicar tratamiento. A algunos cautivos se les inyectó orina de caballo dentro de sus riñones. Privación de sueño hasta el fallecimiento. Prisioneros que fueron introducidos en centrifugadores haciéndolos girar hasta morir. No sigo con más investigaciones médicas porque hasta yo mismo me estoy poniendo malo.

Mano de un prisionero afectada por el ántrax

El catálogo del horror y de las atrocidades cometidas parecía no tener fin. Ni la más enfermiza de las mentes podría imaginar el horror y el miedo que tuvieron que padecer las miles de personas que habitaban el campo. Cualquier locura que se les ocurría, no dudaban en realizarla sobre los prisioneros. 


A los experimentos médico/científicos hay que añadir los ensayos con agentes patógenos. Sífilis, gonorrea, peste bubónica… todo esto obviamente con los conejillos de indias humanos. A estos, una vez infectados, se les exponían a miles de pulgas con objeto de conseguir infinidad de transmisores de las enfermedades. Estas pulgas infectadas fueron diseminadas por aviones en poblaciones chinas ocultas en ropas y alimentos contaminados. Se calcula que estos agentes patógenos provocaron la muerte de más de cuatrocientos mil ciudadanos chinos. Se experimentó con armas y los efectos de las explosiones sobre prisioneros atados a postes y a distintas distancias. El uso de lanzallamas y bombas químicas etc etc... Realmente pavoroso.

Morgue


En el complejo de Pingfang se produjeron toneladas de armas biológicas que fueron escondidas a lo largo de todo el país. Una vez que la guerra llegaba a su fin, los japoneses no fueron capaces de borrar todas las huellas de este genocidio. En agosto de 1945, los rusos invaden Manchuria y los miembros del Escuadrón 731 tienen que salir como quién dice pitando de la zona. Cada uno de ellos tenía en su poder cápsulas de cianuro potásico. Las órdenes del Teniente General Ishii eran tajantes, había que incluso morir por mantener el secreto oculto, era demasiado grave lo que había pasado en esas instalaciones. Esas ordenes tan tajantes finalmente no lo fueron tanto. Ya veremos por qué.


 Cadaver de prisionero infectado.

En 1945, tras el lanzamiento por parte estadounidense de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaky, Japón se rendía a los aliados. El General Douglas McArthur es nombrado comandante supremo de las fuerzas aliadas. A sus servicios de inteligencia llegaron los testimonios de algunos supervivientes de Pingfang. Pero en contra de lo realmente justo y del triste recuerdo de los cientos de miles de víctimas, se llegó a un acuerdo secreto de inmunidad para los miembros del Escuadrón 731. El precio de dicho acuerdo era la entrega al ejército de los Estados Unidos de todos los datos y resultados de las pruebas que se realizaron a lo largo de esos años. Al igual que hicieron con un numeroso grupo de científicos nazis, entre ellos el famosísimo Herbert Von Braun, muchos de los miembros del programa japonés fueron reclutados. Un nuevo escenario mundial se estaba preparando y EEUU quería estar a la cabeza de la tecnología armamentística en todas sus vertientes. Obviamente estos datos jamás fueron compartidos con el resto de aliados.


General Douglas McArthur
 
En el Tribunal de Crimens de Guerra de Tokyo el tema se trató de pasada. El tema se quedó en una referencia a unos sueros infectados y que pasó casi totalmente desapercibido. Y como no aparecieron pruebas pues se desestimó el caso. Así, por las buenas. Los soviéticos, que sufrieron en sus carnes los horrores del Escuadrón 731,  en los juicios de Jabaróvsk, si entraron en más profundidad que los norteamericanos y llevaron a juicio a doce miembros del 731 y sus filiales. Entre ellos el General Yamada, comandante del casi millón de soldados japoneses que ocupaban Manchuria. Fueron sentenciados entre 2 y 25 años en campos de trabajo. Conociendo como se las gastaba Stalin no creo que ninguno de ellos saliera con vida.

El daño que causó el Escuadrón 731 a cientos de miles de personas durante esos años no quedó ahí. En el año 2003, un grupo de veintinueve trabajadores tuvieron que ser hospitalizados tras hallar y dañar por casualidad unos proyectiles cargados con armas químicas hacía cincuenta años. Esperemos que ningún otro Escuadrón 731 pise la faz de la Tierra.