jueves, 31 de marzo de 2011

La masacre de la toma de Jerusalén.




La historia puede ser muy versátil y manipulable a la hora de ser entendida, y sobre todo, a la hora de ser contada. Lo que para muchos son hechos históricos triunfales y dignos del ensalzamiento, para otros pueden ser de lo más execrables e intolerables. Son demasiadas las ocasiones en la que la ortodoxia, académica o religiosa, por intereses espurios obvia intencionadamente hechos lamentablemente brutales e indignos al gran público. Todo ello con tal de ensalzar a toda costa personajes, hechos y situaciones que jamás deberían de haber sido elevadas a tan altos lugares. El tema que os traigo, personalmente me parece uno de los hechos más terribles y vergonzantes que ha protagonizado el mundo occidental en toda su historia. Para ello daremos un nuevo salto en el tiempo y espacio para situarnos en Tierra Santa a finales del siglo XI.

Corre el año de 1095. El Papa Urbano II, tras el Concilio de Clermont y con el grito de ¡¡Dios lo quiere!!, hace un llamamiento a la cristiandad solicitando arrebatar Tierra Santa a los musulmanes. La tierra que vio a caminar al divino redentor tenía que ser recuperada para los cristianos.

Comenzaba la que fue llamada “La Cruzada de los Pobres”. En un primer momento la intención papal, algo que no es muy creible, era solamente la de la peregrinación a Jerusalén. Esa pudo ser solo la primera intención pero a partir del momento en que los “pobres caballeros” fueron masacrados por las tropas turcas en Constantinopla todo cambió. A partir de entonces podemos decir que comienza la que se bautizó como “La Primera Cruzada”.

Durante el verano de 1098 los cruzados toman la ciudad de Antioquia y comenzaban a prepararse para seguir hasta Jerusalén a cualquier precio. Antioquia queda bajo el mando de Bohemundo de Tarento y Edesa en poder de Balduino de Bouillón.

Ya en 1099, las tropas cruzadas comandadas por los caballeros Godofredo de Bouillón, hermano de Balduino, Roberto II de Flandes, Tancredo de Galilea y Gastón IV de Bearn intentan sitiar si éxito la ciudad de Arqa. Tras deliberar sobre la situación decidieron abandonar para centrarse en el “premio gordo”, Jerusalén.

El 6 de junio, Godofredo encomendó a Tancredo y a Gastón la misión de tomar la ciudad de Belén. Tras violentos combates la ciudad no pudo resistir. Tancredo, ante sus enfervorizadas tropas, alzó su estandarte desde la Iglesia de la Natividad. Al día siguiente las tropas cristianas estaban a las mismísimas puertas Jerusalén. Pronto daría comienzo su sitio y los terribles hechos que acaecieron tras su captura.

Los cristianos residentes habían sido expulsados por el gobernador fatimí de Jerusalén. La ciudad se preparó para resistir las terribles y violentas acometidas que sabían que les llegarían a buen seguro. Jerusalén estaba muy bien fortificada y bien dotada de suministros como para aguantar un largo asedio, al menos eso creían.  No cabe decir que estaban bastante equivocados. Se iban a enfrentar a las tropas cristianas, que contaban  en ese momento con más de mil quinientos caballeros y unos doce mil soldados de infantería.

El primer asalto se produjo el 13 de junio y fue repelido. Las murallas de Jerusalén resistieron el envite de los cruzados ante el jolgorio y regocijo de sus habitantes. La  situación de las huestes cristianas era realmente complicada, el hambre, la sed y la enfermedad hacían mella tanto física como moralmente. Al contrario de lo que  podría parecer, las penurias se cebaban con el ejército invasor y no con el defensor, como sería más lógico. Tuvieron que esperar a ser aprovisionados por barcos cristianos en el puerto de Jaffa para poder sobrellevar medianamente la situación en la que se encontraban.



Las tropas genovesas de Guillermo de Embriaco construyeron torres de asedio con la madera procedente del desguace de las naves de aprovisionamiento. Las torres fueron enviadas a las murallas de Jerusalén entre la noche del 14 y la mañana del 15 de julio. Y  tras horas de durísimos combates la ciudad santa no pudo resistir cayó merced de los cruzados.

El pánico se desató en la ciudad. Las defensas habían caído y las tropas que portaban el signo de la cruz arrasaban con todo a su paso. Los cruzados comenzaron una de las mayores masacres que han visto los siglos. Los gritos de pavor interpretaban una ignominiosa sinfonía que difícilmente se podría explicar con palabras. El olor a sangre y fuego lo impregnaba todo. La locura se apoderó del lugar.



Musulmanes, judíos, incluso algunos cristianos  fueron asesinados en el frenesí del odio racial y religioso. Muchos de ellos se cobijaron en la Mezquita de Al-Aqsa. Una vez cercados, los cruzados genoveses propusieron la captura de los refugiados y su posterior venta como esclavos. A esta opción se opusieron rotundamente los caballeros normandos. Para ellos la única salida era su total exterminio. Y así se hizo.

Para que os hagáis una idea de lo que sucedió allí, citaré textualmente las palabras de Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy (habéis leído bien, ¡¡canónigo!!):

“….El maravilloso espectáculo alegraba nuestra vista. Algunos de los nuestros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el Templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta las rodillas. Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro  para la ceremonia de Acción de Gracias”.

Durante horas procedieron a degollar y decapitar a miles de personas de forma sistemática. Es realmente difícil de imaginar el terror y el espanto que tuvieron que soportar tantos inocentes durante horas esperando su fatal desenlace.



Los judíos, presa del pánico, corrieron a buscar cobijo en la sinagoga. Símplemente el templo fue incendiado con todos ellos dentro sin el menor de los reparos. Una terrible muerte de la que poco más se puede decir.

Cuando se aplacó la furia de los cruzados, más que nada porque ya casi no quedaba nadie a quién degollar, ni nada que saquear, el hedor a putrefacción en las calles era nauseabundo. Los cadáveres y miembros cercenados se amontonaban por las esquinas. Los pocos musulmanes a los que se les perdonó la vida (momentáneamente) tuvieron la horrenda misión de deshacerse de los muertos fuera de la ciudad. Estos formaron piras de cadáveres de un tamaño realmente desproporcionado.

Con el paso de los días y ante el avance de ejércitos islámicos que procedían de Egipto, se decidió que todos los musulmanes y judíos que quedaban vivos fueran ejecutados. Esto sucedió a pesar de que se les había perdonado la vida a cambio de verdaderas fortunas. La mayoría fueron degollados. Otros obligados a saltar desde las altas torres o simplemente arrojados a las llamas. No importaba ni el sexo, ni la edad, había que terminar con todos ellos. Así era como se las gastaban en esos tiempos.

La cifra de víctimas es realmente pavorosa, se calcula que fueron salvajemente ejecutados más de ¡¡¡setenta mil personas!!! La mayor parte en cuestión de horas como hemos comentado anteriormente.

Godofredo de Bouillón aceptó el cargo de ser el gobernador de la ciudad, pero se negó a ser nombrado rey. Algo que si haría su hermano Balduino a su muerte en el 1100 y al que se le coronaría como Balduino I de Jerusalén.

Así terminó la Primera Cruzada, que a la postre sería la única de ellas que se saldó de manera exitosa para el bando cristiano. Habían recuperado la ciudad donde Jesucristo había caminado y pasado sus últimos días. La toma de Jerusalén pasó a los anales como una gloriosa victoria para la cristiandad. Gloria bastante discutible a la luz de estos espeluznantes hechos. Es de suponer que Jesús no habría estado muy de acuerdo con semejantes crímenes.


El Octavo Pasajero






jueves, 24 de marzo de 2011

Andrei Chikatilo. El Carnicero de Rostov.



Cuando escuchamos las palabras “asesino en serie” lo primero que nos viene a la mente son los estereotipos que el mundo del celuloide ha creado de este tipo de personajes. Los Anibal Lecter, Norman Bates, Jason Burguis y demás fauna cinematográfica han hecho mella en el subconsciente colectivo de la sociedad actual. Tienen algo que atrae y que fascina aunque las historias sean de lo más truculento. Pero nuestro “lado oscuro” siente el magnetismo de estas. Existe un instinto primario subyacente en nuestra psique, que hace que no podamos apartar la vista aunque lo deseemos fervientemente.

Pero eso es en lo cinematográfico. La realidad es otra, una terrible realidad de sufrimiento y dolor. Víctimas inocentes que por solo cumplir con un perfil físico o estar en el momento y lugar equivocados tienen la mala fortuna de cruzarse con uno de estos depredadores y sus terribles actos. Un humano que caza humanos. Alguien que nunca se arrepiente y que es plenamente consciente en todo momento de sus acciones criminales.

En la inmensa mayoría de los casos, el asesino en serie se gesta en la infancia. A los traumas infantiles provocados por malos tratos paternos o sobreprotección maternal, le podemos añadir episodios asociados a disfunciones sexuales. Las conductas sádicas con animales y la piromanía son también ingredientes básicos para el cóctel letal que da como resultado a un psicokiller.

El personaje que os traigo tiene todos esos indicadores y muchos más. Uno de los  asesinos en serie prototípicos de la historia negra mundial. En él se mezclan en su máxima expresión todas las circunstancias que pueden llevar a alguien a producir semejante dolor al prójimo.

Andrei Romanovich “Chikatilo” es nuestro hombre. Nacido en pequeño pueblo de Ucrania, Yablochnoye, en octubre de 1936, en plena época  estalinista. Su padre cayó prisionero del ejército alemán y posteriormente tiene que huir de las purgas de Stalin. La población soviética en ese momento vive una terrible hambruna. El proyecto soviético de colectivización de la agricultura provocó traslados masivos de trabajadores a zonas de cultivo. Estos traslados dejaron desolados a pueblos enteros. Los que se quedaron estaban prácticamente sin alimentos. Se llegó al límite de realizar prácticas tan terribles y extremas como el canibalismo. Este ambiente marcó totalmente la infancia de Andrei.
Su madre tuvo la ardua tarea de criar a sus dos hijos pequeños en solitario. Aunque no existe documentación de que acredite su existencia, al parecer Andrei tuvo un hermano mayor, Stepan, que fue secuestrado, asesinado y posteriormente devorado por vecinos de la localidad. Aunque otra opción que también se contempla, y parece ser la más fiable, es que era la misma madre la que utilizaba esta historia para evitar que ni él, ni su hermana menor se alejaran del domicilio familiar. Podemos imaginar el pánico que se le inculcó a dos críos de tan corta edad y las consecuencias que tuvo esto a posteriori al menos en Andrei.

En la escuela era víctima de las burlas y del acoso por parte de sus compañeros de clase. Incapaz de admitir su miopía, no lo hizo hasta los treinta años, era el típico torpón del que todos se reían. Andrei era incapaz de rebelarse ante las vejaciones a las que era sometido. Era el blanco de todo y de todos, él simplemente aguantaba el chaparrón. A todo esto añadir que padeció de enuresis y se orinó en la cama hasta la edad de doce años, con las consiguientes palizas y humillaciones también por parte de su madre.

Como podéis ver, estamos añadiendo poco a poco todos los síntomas propios de los asesinos en serie. Aun nos falta por llegar alguno que otro más….
    
En el despertar de sus instintos adolescentes, a Andrei le ocurre otro hecho que le marcará plenamente su futuro. En su primer acercamiento amoroso a una chica, eyacula al instante de tan solo abrazarla. Las burlas y las risas de la chica hicieron muchísimo daño en él. Al poco tiempo los problemas sexuales de Andrei eran “vox populi” en la escuela. La semilla del odio ya estaba sembrada y presta para germinar. Poco a poco su personalidad se estaba desmoronando.

Andrei cumplió con su deber de servir en el ejército. Poco después se graduó como profesor de lengua y literatura rusa, ingeniería y en marxismo-leninismo. Esto último y su militancia en el partido fueron casi su único refugio.

Gracias a las labores de “celestina” de su hermana, Andrei consiguió casarse. La chica era poco agraciada, pero menos era nada. Con ella fue imposible culminar una sola relación sexual de manera satisfactoria. Chikatilo era incapaz de conseguir y menos aun de mantener una erección. Alguna que otra vez consiguió la suficiente para poder dejar embarazada a su mujer. Como marido era tranquilo y sosegado, nunca gritaba a sus hijos y generalmente estaba subordinado a los designios de su esposa.

En la escuela donde comenzó a ejercer de profesor también era el objeto de las burlas del alumnado. Le apodaron el “Ganso” o el “afeminado”. Le llegaron a agredir arrojándole una manta encima y sacarlo del aula a patadas. Estaba aterrado con los alumnos, pero en su interior la bestia seguía creciendo y ya no tardaría en aparecer. Allí comenzó a sentir atracción por las niñas, a las que observaba en sus dormitorios.

Un frío y terrible día de diciembre de 1978, a los 42 años edad, comenzó la cadena de asesinatos de Chikatilo. Su primera víctima fue una niña de 9 años, Yelena Zakotnova. Utilizando su experiencia en el trato infantil, convenció a la pobre cría para que le acompañara a las afueras del pueblo, donde tenía una cabaña. Allí la llevó para abusar sexualmente de ella. En el forcejeo arañó a la pequeña y de la herida brotó sangre, algo que le provocó una erección inmediata y como nunca. El fatal vínculo entre sangre y sexo se había establecido. Ya no podría parar. Sacó un cuchillo y se lo clavó a la niña en el abdomen. Con cada puñalada notaba que se acercaba más al orgasmo y a su vez al infierno. No cesó hasta la eyaculación. A su mente llegaban las imágenes de las vejaciones, insultos y burlas a los que había sido sometido durante toda su vida. No pudo reprimir el odio y  la ira contenida que acumulaba su mente.

 Cabaña donde se produjo el primer crimen.

A los dos días apareció en cuerpo sin vida de la niña en el río Grushovka, cerca de la vivienda de Andrei, que  incluso fue interrogado por las autoridades. Pero la policía finalmente inculpó a otro agresor sexual. La bestia seguía suelta y con el tiempo se darían cuenta de su tremendo error.



El acoso al que sometió a algunas estudiantes del centro educativo le costó el puesto de trabajo en 1981. Pronto encontró un nuevo empleo en una fábrica y este le requería viajar bastante a menudo. Esta circunstancia le vino realmente bien para su carrera criminal.

El 3 de septiembre de 1981, Andrei cometió su segundo crimen. La víctima, una prostituta de 17 años llamada Larissa Tkachenko. Se dirigieron a un bosque cercano para mantener relaciones sexuales. Como era de esperar fue incapaz de consumar el acto, y la pobre chica no tuvo otra cosa que hacer que burlarse de su desequilibrado cliente. La ira cegó a Andrei. Sus manos apretaron el cuello de Larissa hasta su muerte. Eyaculó sobre su cuerpo inerte. Le lanzó brutales dentelladas en la garganta. Le cortó los senos y devoró los pezones. Todo con la brutalidad de una bestia fuera de si. Se dio cuenta de que volvería a matar y lo haría muchas veces.

Su tercera víctima fue Lyuba Biryuk, fue raptada y acuchillada más de 40 veces en una zona boscosa. A las mutilaciones múltiples, que repitió en este crimen, añadió otra variante. Le mutiló los ojos, esto se volvió algo común en sus asesinatos, se convirtió en la firma mortal de Chikatilo.

En 1983 terminó con la vida de cuatro personas, siendo dos de ellas prostitutas. Por primera vez se hallaba entre ellas una víctima masculina, a la que también sometió a todo tipo de mutilaciones y con la que llegó al extremo de ingerir sus genitales. A algunas de sus víctimas femeninas les introducía semen en la vagina con una ramita para simular una relación sexual completa e imposible para él. El aspecto de los cuerpos cuando eran descubiertos era aterrador. La policía no se podía explicar lo que estaba ocurriendo, jamás habían visto tanta brutalidad en un crimen. Ni se podían hacer una idea de cuanta le quedaba por ver.

El coto de caza particular que eligió Andrei fue las estaciones de trenes y autobuses. Allí seleccionaba a sus presas entre vagabundos, prostitutas y deficientes mentales. Pasaba las horas viendo pasar a la gente hasta que se decidía a atacar.

En 1984 asesinó a 15 personas. El intervalo entre crimen y crimen se estaba reduciendo de una manera preocupante. Decir que el útero de las víctimas era extirpado con tal precisión que todos los cirujanos de la provincia de Rostov pasaron a ser posibles sospechosos. Por cierto, ¿No os suena eso a otro famoso destripador?

El Coronel Fetisov fue enviado por Moscú para analizar que estaba pasando en Rostov. La maquinaria de propaganda soviética silenció todo lo que pudo el caso. No se podían permitir esa negativa publicidad de su “organizado” sistema. Viktor Burakov fue el elegido para llevar la investigación. En principio se centró en enfermos mentales y pedófilos fichados. Cuando el número de varones asesinados aumentó, los siguientes en ser investigados fueron la comunidad gay de Rostov. Las autoridades aprovecharon esto para fichar a muchos de ellos, pues la homosexualidad estaba totalmente prohibida. Cuando se abandonaron estas líneas de investigación se habían interrogado a miles de personas.

Burakov consultó con especialistas en psicología y psiquiatría de Moscú para realizar un perfil del asesino. Uno de ellos, el doctor Alexander Bukhanovsky, le remitió un informe en el que dio el siguiente perfil a groso modo: El asesino era un hombre, de entre 25 y 50 años. Padecía de alguna disfunción sexual. Mutilaba a sus víctimas tanto por frustración como por excitación sexual. No era ni retrasado mental ni esquizofrénico puesto que tenía capacidad para planificar y realizar sus ataques. La verdad que más acertado no pudo ser su informe.

Alexander Bukhanovsky y Viktor Burakov

Durante ese periodo Andrei fue detenido por conducta indecente. Fue sorprendido por un agente solicitándole sexo oral a una prostituta. En la maleta que siempre usaba hayaron un bote de vaselina, un cuchillo de cocina, una cuerda y una toalla. Nada más (y nada menos). Los investigadores creían que habían dado con el asesino. El jarro de agua fría llegó cuando los análisis sanguíneos dictaminaron que el grupo de Andrei era A y el del asesino que buscaban era AB. Estudios posteriores demostraron que Andrei pertenecía al pequeño porcentaje de personas en las que se da un grupo sanguíneo diferente en sangre y semen. Dado que no tenía antecedentes y era miembro del partido comunista fue liberado. Las fatales casualidades parecían que se combinaban de la peor manera.

A estas alturas de la historia, los sospechosos se cifraban en más de veinticinco mil. Andrei volvió a ser encarcelado durante tres meses por asuntos menores. No volvió a matar hasta agosto de 1985, cuando asesinó a dos mujeres. Su instinto letal parece que se controló durante 1986.  A mediados de 1987 retomó sus salvajes prácticas asesinando a varias personas, entre ellas un niño. En 1988 fueron 9 los asesinados. 1989 lo pasó en blanco y en 1990 de enero a noviembre liquidó a siete niños y dos mujeres. Todos ellos con el mismo “modus operandi”. El dispositivo policial ya era descomunal, eran miles los agentes centrados en la investigación. Moscú puso todos los medios posibles para la captura del asesino, al que apodaban el “Carnicero” o “Destripador” de Rostov.
Tras la aparición de uno de los últimos cadáveres la vigilancia se centró en la estación de Leskhoz. El 6 de noviembre Chikatilo asesinó a Sveta Korostik. Al regresar a la estación con alguna mancha de sangre en la cara y en la ropa es identificado por un agente, este lo deja seguir pero anotando sus datos. El nombre de Andrei Romanovich ya estaba encima de la mesa de Burakov desde hacía días, y cuando apareció el cuerpo las piezas comenzaron a encajar. Ya sabían que había sido apartado de la docencia por acusaciones de abusos. Los lugares donde aparecían los cuerpos coincidían con sus rutas laborales. Todas eran pruebas circunstanciales, les faltaban las pruebas definitivas o la confesión. El 20 de noviembre Chikatilo fue arrestado.
De los interrogatorios se encargó el procurador Kostoyev, un tipo realmente duro, que sabía perfectamente ejercitar la presión adecuada para hacer que un criminal se desmoronara y confesara todos sus crímenes. Pero con Chikatilo esa no fue una tarea fácil. Tenía diez días para conseguir esa confesión y este negaba la mayor una y otra vez. Solo confesó alguna que otra debilidad sexual, nada más.
Pasaban los días y solo se conseguía que Andrei se pusiera más a la defensiva. Así que Burakov optó inteligentemente por cambiar de estrategia y solicitó que viniera desde Moscú el Doctor Alexander Bukhanovsky.  El doctor se sentó frente a Andrei y le trató en todo momento con amabilidad, cortesía y escuchándole con atención. Era la primera vez que le pasaba en su vida. Le bastaron dos horas para que Andrei confesara todos sus crímenes y sacara a la luz los fantasmas que le perseguían desde pequeño en su cerebro. Recordaba lugares y detalles de todos y cada uno de los crímenes. Los recreó con ayuda de un maniquí y guió a los investigadores a los lugares de los hechos. La terrible cifra final con la que finalizó su periplo criminal ascendió a 53 asesinatos, 31 mujeres y 22 hombres.

En abril de 1992 Chikatilo fue juzgado en Rostov. Durante las sesiones se le introducía en una jaula esta vez para protegerlo de los familiares de sus víctimas. Chikatilo impresionaba. Con la cabeza rapada y la mirada perdida era la personificación del mal. De vez en cuando babeaba y ponía los ojos en blanco. Su defensa se planteó desde el punto de vista de la enfermedad mental, pero esto fue desmontado con facilidad por los fiscales y por los exámenes psicológicos. Andrei era consciente en todo momento de sus actos y estaba capacitado para discernir el bien del mal. Sus actos eran premeditados y se le consideró legalmente sano para recibir sentencia.



Tras dos meses de deliberaciones, el juez declaró culpable a Andrei Romanovich Chikatilo de 52 asesinatos y cinco violaciones, por lo que fue condenado a la pena capital. El 15 de febrero de 1994 al ser rechazada una apelación fue ejecutado con una la bala en la cabeza. Fue el fin de las andanzas criminales del Carnicero de Rostov, Andrei Chikatilo.



"Soy un error de la naturaleza, una bestia salvaje enfadada..."
Andrei Chikatilo

miércoles, 16 de marzo de 2011

Jure Grando. El Vampiro de Istria.



Cuando oímos la palabra vampiro, no podemos evitar que nos venga a la mente el famosísimo Conde Drácula de Bram Stoker. Este se inspira en las andanzas del terrible y sanguinario príncipe valaco Vlad Draculea, más conocido como “El empalador” (Tepes). Pero el príncipe Vlad, a pesar de ser alguien totalmente despiadado y que disfrutaba plenamente con el sufrimiento ajeno, incluso de sus propios súbditos, no era un vampiro ni mucho menos. No consta ningún testimonio de que bebiera nunca la sangre de sus víctimas, que por cierto fueron muchísimas y las sometió en muchos casos a atrocidades que dan escalofríos solo de pensarlo.

A lo largo de los siglos se han dado abundantes casos de vampirismo, incluso podemos hablar de auténticos “brotes”, como veremos más tarde. Los casos llegan prácticamente hasta nuestros días. Por nombrar algunos, el de Peter Kürten, el vampiro de Dusseldorf o Richard Chase, el vampiro de Sacramento. Ambos durante el siglo XX. Y más cercano en el tiempo tenemos al escocés Allan Menzies, ya en el XXI. Los dos primeros merecen sus respectivos espacios monográficos en el Octavo Pasajero porque sus historias son verdaderamente pasmosas.

En esta ocasión mostraremos a un personaje que ha pasado bastante desapercibido para el gran público. Leyendas, tradiciones y realidad se mezclan a partes iguales en esta espeluznante historia. Hablamos de Jure Grando, el vampiro.
Jure nació en la península de Istria, en Croacia, allá a principios del siglo XVII, en la localidad de Kringa. Su vida fue la normal para un campesino de la época, vida humilde y trabajando de sol a sol para poder sobrevivir. Pero realmente su historia comienza tras su fallecimiento.

Jure Grando muere en 1656 por causas desconocidas. Y lo “divertido” del caso  llega al poco tiempo de recibir cristiana sepultura. Al buen señor, contra todo pronóstico después de muerto, le dio una noche por volver del otro mundo y hacerle una visita sorpresa a su señora esposa. Según su viuda, el difunto le visitaba sonriente y jadeante por las noches. La sumía en un profundo sueño, para posteriormente abusar sexualmente de la pobre mujer y además succionarle la sangre en el cuello. Nos podemos imaginar el pánico que sentiría la pobre mujer ante tan desagradable y sobre todo, fría visita.

A la desdichada señora, como era de esperar, nadie la creyó. Algo que agravó la ya de por sí horrorosa situación que estaba padeciendo. Todo cambió cuando el párroco del pueblo, un tal Giorgio, toma cartas en el asunto tras las súplicas de la viuda. Este, que había oficiado el funeral de Grando dieciséis años atrás, se presentó en plena noche en casa de la viuda acompañado por unos conocidos. Su intención, más que nada para que le dejara tranquilo, era la de hacer ver a la mujer que las apariciones del difunto eran solo fruto de su imaginación y que los recuerdos de su esposo le estaban mortificando en demasía. La sorpresa llega cuando al entrar en la vivienda se encuentran al señor Grando sentado cómodamente en su salón. Como os podréis imaginar, la comitiva salió corriendo despavorida como alma que lleva el diablo y se cuenta que dándose algo más que empujones por salir de la estancia. La verdad que no es de extrañar, pero sigamos….

Los rumores se dispararon por Kringa. No se hablaba de otra cosa. Los aldeanos contaban que una misteriosa y oscura figura paseaba por sus calles en la noche oculta entre las sombras. Para colmo de males, por causas desconocidas, en 1672 se produjo un brote de vampirismo que se propagó por toda la península de Istria. Esto provocó que el pánico tuviera el terreno abonado para poder campar a sus anchas. Como no podía ser de otra manera, el origen del brote se le achacó a Jure Grando. 

Recetario anti-vampírico de la época

Según una tradición local muy antigua, los "strigon" o "vadevec" (hechiceros) bebían sangre humana, sobre todo de niños. Estos hechiceros al morir se convertían en vampiros que por las noches salían de sus tumbas. Estos deambulaban por las calles llamando a las puertas de algunas casas. Y cuando se realizaba esta llamada, era ya algo irremediable que en un breve lapso de tiempo, algún miembro de la familia muriera a manos del strigon. En otras ocasiones, volvían a sus antiguas casas, se introducían en el lecho de sus viudas y yacían con ellas sin mediar una sola palabra. La solución al problema, según estas tradiciones populares, era abrir la tumba donde moraba el vampiro durante el día y acabar con él clavándole estacas de madera en el tórax. Y ese fue ni más ni menos, el plan que comenzaron a barruntar el párroco Giorgio junto al magistrado de la localidad. Todos coincidían, Grando era un "strigon" y había que acabar con él como fuera.

Los aldeanos se dirigieron al cementerio, armados con antorchas y un crucifijo. Al abrir la tumba y para su sorpresa, lejos de estar descompuesto, el cadáver estaba en perfecto estado, ¡¡incluso con buen color de cara!! El grupo de nuevo fue presa del pánico y volvieron a Kringa a toda velocidad y sin mirar ni una sola vez atrás. Dice la leyenda que Grando mató a un miembro de la familia de cada uno de aquellos que habían osado perturbar su descanso.
  
Con el tiempo procedieron a un segundo intento. Pero esta vez fueron acompañados por el cura Giorgio (¡con la iglesia hemos topado!). El sacerdote y los nueve valientes vecinos que le acompañaban encontraron a Grando justo en el mismo lugar donde le habían dejado. Y tomando un crucifijo, el párroco se arrodillo y dirigió al vampiro con las siguientes palabras: "Mira esto, ¡oh vampiro!, ¡he aquí Jesucristo, el que nos liberó de las penas del infierno y murió por nosotros en el madero!" Según el sacerdote, en ese mismo momento vió caer lágrimas de los ojos del vampiro. Uno de los aldeanos aprovechó el momento de debilidad para intentar clavarle una estaca de madera en el pecho, pero cada vez que lo hacía, el cuerpo las expulsaba fuera. Grando emitía unos alaridos espeluznantes que provocaban el terror incluso en estos valerosos hombres. El vampiro daba saltos sobrehumanos dentro de la cripta como si de un animal enloquecido se tratara. Cuenta la leyenda que tuvo que ser un campesino, Stipan Milasic, el que armándose de valor, y después de una encarnizada lucha acabara con el vampiro. Al decapitarle, fue tanta la sangre que manó del cuello descabezado, que los cubrió a todos y casi llenó por completo la tumba. Y entonces fue cuando Jure Grando cayó al suelo y  por fin murió de verdad. Así acababa el terror que asolaba a Kringa y conseguía así su merecido descanso eterno.

En la actualidad la figura de Grando es la gran atracción turística de la villa de Kringa. En el café “Vampiro”, adecuadamente decorado y ambientado, mensualmente se realizan jornadas y tertulias literarias llamadas “Noches Vampíricas”, con la presencia de autores  de literatura de terror. En este género, el vampiro Jure Grando probablemente influyó mucho más en el “Drácula” de Bram Stoker que el mismísimo Vlad Draculeaque ya trataremos en otra entrega.
         

 Cafe Vampire


 Vino Jure Grando



martes, 15 de marzo de 2011

Algo se mueve.




Algo se mueve en el planeta. Y no me refiero al aspecto sísmico que de tan triste actualidad está. Cualquier noticiero de radio o televisión nos acribilla a base de informaciones sobre desastres naturales, guerras, atentados, muertes, accidentes, crisis económica… y lo peor es que no nos afecta nada.  Estamos anestesiados. Vivimos en nuestra burbuja “ideal” de bienestar. En ese aspecto los diferentes gobiernos occidentales de todo signo político han hecho muy bien sus deberes a lo largo de los años. Nos han dormido. Nos han drogado a base de adictivas cápsulas de ficticia felicidad consumista. Nos tragamos lo que sea. Admiramos y aclamamos las revoluciones populares en lugares lejanos mientras somos incapaces de hacer nada por nosotros mismos. Nos aprietan la soga que tenemos al cuello a base de medidas para los “mercados”. Nos reducen derechos y libertades que tanto costaron conseguir. Y todo esto para que unos pocos, a costa de muchos, tengan beneficios multimillonarios. Somos zombis que se mueven al son de la maquinaria de las altas instancias del poder de Occidente y harán todo lo posible para que continuemos así. Si alguien se sale en lo más mínimo del guión establecido ha de ser silenciado. Y como diría aquel, “el que se mueve no sale en la foto”. Gobiernos y medios de comunicación actúan en connivencia para ello. Y pisar, como si de un insecto se tratara, a cualquiera que sea considerado una mínima amenaza para el sistema.
Pero creo que esto comienza a cambiar poco a poco. Cuando aprietas una tuerca en exceso corres el riesgo de pasar la rosca y esto es ni más ni menos lo que creo que está sucediendo. La gente comienza a moverse. La red es un arma poderosísima a favor de los ciudadanos si se utiliza con sentido e inteligencia. Y empezamos a tomar conciencia de ello.

No se si os ocurrirá también a vosotros, pero cuando veo en televisión a cualquier político de cualquier signo, y de cualquier nacionalidad, tengo una sensación de repulsión fuera de lo normal. Simplemente repugnancia. Es como si ya no tuviera un velo delante y  que soy capaz de leer entre líneas. La mentira y la ambición aparecen en sus ojos claramente. Nos tratan como si fuéramos niños pequeños, como si nos tuvieran que llevar de la mano para cruzar la calle. Y todo para su propio beneficio, salvo en contadísimas excepciones. Es así, no nos engañemos. Aquella frase que definió el Despotismo Ilustrado,  “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, está totalmente vigente hoy en día en pleno siglo XXI. Aquí, en el ombligo del mundo que nos creemos que es la sociedad occidental.

No creo en absoluto en la inexistente profecía maya, ni en ese apocalíptico 2012 cinematográfico. Pero si creo que inexorablemente llegamos, y en eso si coincido con los mayas, a un cambio de ciclo y sinceramente no se si será para bien o para mal, al menos a corto plazo. Gaia, la tierra, se ha dado cuenta de que los seres humanos ya no somos un mero resfriado para ella. Somos una enfermedad que puede ser mortal y que si no hace nada al respecto, acabaremos con ella. Quiero pensar que aun tenemos tiempo, que hay esperanza, que hay un futuro hermoso para mis hijos y los vuestros. Pero hay que despertar ya. No hay un minuto que perder. Tenemos que reconciliarnos con ella y con nosotros mismos, o simplemente desapareceremos. La cuestión es si los que mueven los hilos del poder nos dejarán despertar o nos aumentarán la dosis para evitarlo. De nosotros depende, de que demos el puñetazo en la mesa y digamos no. De que tomemos conciencia de la necesidad de un cambio de modelo de sociedad o que nos enfrentemos irremediablemente al que será nuestro final como especie.


El Octavo Pasajero

viernes, 11 de marzo de 2011

Simo Häyhä. La Muerte Blanca


"......La espera es tensa, los segundos se hacen interminables. Su mirada fija toda su atención en el oficial al frente de la columna de soldados. Este se aproxima al que probablemente será uno de sus  últimos pasos en esta vida. La nieve se adapta a la perfección a su cuerpo, como si de un mullido colchón de plumas se tratara. Es prácticamente invisible al ojo humano, pero está ahí, agazapado, preparado para matar. La máscara que cubre su rostro le da un aspecto casi espectral, es la mismísima faz de la muerte. Su dedo índice acaricia con sutileza el gatillo de acero de su fiel y preciso fusil. Como si de un macabro ritual se tratara, esta a punto de iniciar la letal secuencia de movimientos. No fallará, una vez más no lo hará, lo sabe. El corazón le late lentamente, impávido, como si no fuera con él. La nieve se funde lentamente en su boca mientras aguanta la respiración. La nevada no cesa, no da tregua alguna. El aire que resopla entre los árboles corta como un cuchillo afilado y el frío hiela la sangre. Uno, dos, tres… y el teniente del Ejército Soviético yace inerte para siempre sobre la nieve teñida de rojo, un gran trozo de su cráneo ha desaparecido. La “Muerte Blanca” ha cumplido inexorablemente con su terrible cometido una vez más. No será ni muchísimo menos el último.  Habrá más, muchos más".

Esta ficticia recreación que me he permitido la licencia de imaginar para vosotros, fue en mayor o menor medida una realidad allá por el invierno de 1939 en Finlandia. La protagonizó un pequeño, medía 1,52m, pero gran hombre llamado Simo Häyhä. Un héroe para todos los fineses y con una historia realmente apasionante que vamos a desgranar brevemente.

Centrándonos un poco en el entorno sociopolítico de nuestra historia, nos encontramos a finales de 1939. La URSS, gobernada entonces por Joseph Stalin, llevaba meses intentado negociar, más bien presionar, a Finlandia para que su frontera se retrasara y aparte se permitiera asentar en su territorio una base naval en la península de Hanko. Todo esto a cambio de unos territorios en Carelia. A lo que el gobierno finlandés se negó en rotundo. A esta situación se llegó porque los soviéticos, analizando los movimientos prebélicos nazis, se percataron de que al encontrarse la frontera finlandesa a tan solo treinta y dos kilómetros de Leningrado, cabía la posibilidad de que los alemanes se posicionaran realmente cerca de sus territorios. Y ese era un lujo que no se podían permitir dadas las circunstancias de ese momento. La Unión Soviética declaró entonces que el Pacto de no-agresión de 1934 entre ambas naciones no seguía vigente y el 30 de noviembre atacó a Finlandia con veintitrés divisiones y  cuatrocientos cincuenta mil hombres. Lo que a priori iba a ser un paseo militar se convirtió en una verdadera pesadilla y en gran medida fue gracias a Simo Häyhä y que el General Invierno esta vez actuó en su contra.

Nuestro personaje nació en Rautjärvi, Finlandia, en 1905. Su vida es la típica de una humilde familia de granjeros, cuidar del ganado, cultivar la tierra y la caza de subsistencia. Cuando cumple los diecisiete años y como todo buen ciudadano finés comienza el servicio militar, destacando por su puntería y demostrando una técnica depuradísima a la hora de acertar en los blancos. Pasados los años y una vez que ya estaba en la reserva tuvo que usar su talento y de que manera.

Como hemos reseñado anteriormente, la invasión de Finlandia se produce a finales de noviembre. Las temperaturas oscilaban entre los -20º y -40º centígrados, el frío era realmente aterrador, incluso para las supuestamente adaptadas tropas soviéticas. Finlandia sólo había podido reclutar a 180 000 hombres, pero estos se entrenaron duramente en tácticas de guerrilla, utilizando esquíes y equipos ligeros para desplazarse a gran velocidad por los nevados terrenos. El mando finés estudió con detenimiento la topografía del futuro campo de batalla y se confeccionaron trajes de camuflaje que resultaron realmente eficientes. Las tropas se convirtieron en casi invisibles al ojo humano. Otro artefacto que se utilizó fue una bomba casera utilizada con éxito en la Guerra Civil Española, que en este conflicto sería bautizada como cóctel Molotov. Conscientes de su inferioridad numérica, los fineses no se atrevieron a enfrentarse a los invasores soviéticos a campo abierto, eso sería un suicidio, sino que atacaron a los grupos enemigos aislados e hicieron de los canales de abastecimiento enemigos sus principales objetivos. En estos grupos aislados destacaban los francotiradores, los cuales causaban el terror entre las filas soviéticas, con Simo Häyhä a la cabeza como arma más mortífera.

La arrogancia e incompetencia de los oficiales soviéticos fue un factor determinante en la Guerra de Invierno. Muchos de ellos habían conseguido sus cargos simplemente por motivos políticos, conexiones y pertenencia al Partido, y no por sus cualidades militares. Algunos de estos nuevos comandantes seguían las ya obsoletas tácticas de combate de la I Guerra Mundial. Carentes de iniciativa, en numerosas ocasiones sufrieron grandes pérdidas al no retirarse de posiciones donde el sentido común indicaba lo contrario, solo por miedo a los oficiales políticos. Se estima que el 80% de los comandantes del Ejército Rojo fueron reemplazados durante la Gran Purga. Joseph Stalin se las gastaba así.

Como muestra de lo que se creía que sería la campaña por parte soviética, hay numerosos testimonios que aseguran que había entre los ejércitos rusos, para anticipar la celebración de la rápida victoria, ¡¡¡bandas de música!!! También aseguran que los soldados avanzaban despreocupados por el frente, cantando el himno nacional soviético, sin preocuparse por la resistencia finlandesa.

El Ejército Rojo, en contra de lo que podría parecer, no estaba bien equipado para la guerra en invierno, especialmente en los densos bosques. Muchos de los vehículos utilizados no habían sido probados a temperaturas extremas. De esta manera, tuvo que mantenerse a los vehículos encendidos las 24 horas del día, para evitar que el combustible se congelara en el motor. En definitiva, un completo desastre.

Simo, a la edad de 34 años, comienza a llevar a la práctica y en todo su esplendor sus “especiales” cualidades. Su arma favorita era una variante finlandesa del fusil Mosin-Nagat soviético, lo que son las cosas, el M28 Pystykorva. Disparaba sin mira telescópica aunque parezca increíble dado el número de bajas que causó. Esto era para evitar reflejos del sol en la lente y así no delatar su posición al enemigo. Añadir que con las extremas temperaturas que estaban sufriendo, las miras se empañaban y se volvían extremadamente frágiles.

Häyhä se convirtió en un cazador implacable. En la campaña del río Kollaa, las víctimas caían a diario a manos de Simo. Las tropas rusas pertenecían a la 156 División, eran unos cuatro mil hombres, carros de combate y artillería pesada. Frente a ellos un pelotón de solo treinta y dos finlandeses y entre ellos Simo Häyhä. Atacaban sobre todo por la noche. Esto obligó a los soviéticos a ralentizar el avance, hacer trincheras, puestos de vigilancia etc. Los ataques eran fugaces. Intentaba disparar siempre a menos de 400 metros, desde lugares altos. No hacia movimientos bruscos, intentaba camuflarse con la nieve. Siempre buscaba al mando de mayor graduación. Para ello observaba lo que hacían, si daban órdenes, hablaban con operadores de radio o eran tan necios de llevar a la vista los distintivos de su uniforme. Una vez que comenzaba el ritual, sus compañeros sabían que la muerte se aproximaba a velocidad de vértigo. Compactaba la nieve que tenía delante para evitar que se levantara a la hora de realizar el disparo. También se introducía nieve en la boca para evitar el vaho de su aliento. El objetivo era la cabeza de su enemigo. Este pasaba de la vida a la muerte en un mísero instante.  La moral de las tropas rusas estaba por los suelos. Cuando se retiraron, dejaron sobre la nieve a más de 300 muertos. Por parte finlandesa quedaban tan solo cuatro soldados. Estos hechos se bautizaron como  “el Milagro de Korallaa”.

El miedo se instaló en las filas del ejército rojo. Los soviéticos le apodaron "Belaya Smert", la Muerte Blanca. Solo leer el apodo hace que nos recorra un escalofrío.

Los soviéticos hicieron de todo para intentar acabar con La Muerte Blanca. Llegaron francotiradores de elite a la zona, se le atacó con artillería y siempre se escabullía como si de un espectro se tratara. Pero el 6 de marzo de 1940 y a una semana del fin del conflicto armado, Häyhä fue herido en la cara por una bala rebotada. Probablemente el disparo incluso se realizó al azar. Simo fue auxiliado por sus compañeros, que lo encontraron tumbado sobre la nieve y con media cara destrozada por el impacto. A la semana recuperó la consciencia, el mismo día en que la Guerra de Invierno se daba por finalizada. Posteriormente fue ascendido de cabo a segundo teniente y retirado del servicio por las heridas.

El final de la Guerra de Invierno se saldó con veinticinco mil fallecidos por parte Finlandesa y unos doscientos setenta mil soldados soviéticos quedaron en el campo de batalla para siempre. Unas cifras terribles para una guerra de tan solo cien días y en la que la URSS finalmente consiguió anexionarse unos territorios básicos estratégicamente para la guerra que se venía encima y que tanto dolor y destrucción dejó en todo el planeta.

Simo Häyhä tardó años en recuperarse de su herida, la bala  había atravesado su mandíbula y le había destrozado la mejilla izquierda. Tras la Segunda Guerra Mundial se dedicó a la caza y a la cría de perros. Con su fusil alcanzó la espectacular cifra oficial de 505 soldados abatidos. La extraoficial llega a los 542 y solo en ¡¡¡cien días!!! Llevó a su máxima expresión el primer mandamiento de todo sniper, “un disparo, un muerto” (One shot-one kill). Aparte de las bajas que causó con su fusil, hay que añadir las que acreditó con el sub-fusil Suomi-konepistooli, que ascendieron ni más ni menos que a doscientas. Esto nos da la terrible cifra total de setecientos cuarenta y dos enemigos abatidos. La cifra deja sin palabras.

Cuando en 1998 se le preguntó cómo llegó a ser tan buen tirador, simplemente contestó que "practicando". Sobre su record de muertes, decía que "Hice lo que se me ordenó lo mejor que pude". Murió el 1 de abril de 2002  a los 97 años de edad, siendo un verdadero héroe para todos los finlandeses. Simo Häyhä, La Muerte Blanca.




viernes, 4 de marzo de 2011

Richard Kuklinski, el hombre de hielo.




Hace unas semanas, charlando con un amigo, el autor Guillermo Díaz, sobre nuestra “afición” a los psicokillers y asesinos múltiples, me descubrió un personaje del que no había escuchado hablar jamás y que me dejó realmente sorprendido solo con el esbozo que me mostró de sus “hazañas”. No pude resistir la tentación de sumergirme en la vida de este depredador y descubrir una historia realmente espantosa.

Cuando a un asesino a sueldo se le suman todas las características propias de un asesino en serie, el cóctel es realmente explosivo. Y todos esos factores se combinan y de que manera en Richard Kuklinski, al que se le apodaría “Iceman”, el hombre de hielo. Más adelante conoceréis el terrible por qué.

Richard Kuklinski nace en New Jersey en 1935, en el seno de una familia descendiente de inmigrantes polacos. Vivían en un barrio marginal de las afueras, con toda la dureza y violencia que conllevaba la vida en la calle en esos durísimos años, en los que las consecuencias del crack financiero de 1929 estaban muy presentes aun. Su padre, Stanley Kuklinski, era un hombre realmente rudo, violento, alcohólico y que el trato hacia su mujer e hijos generalmente era a base de golpes un día tras otro.

Un buen día, por decirlo de alguna manera, cuando Richard era un crío de cinco años, Stanley llegó a casa con una de sus habituales y violentas cogorzas. Al instante comenzaron los gritos y al poco los golpes. En esta ocasión la peor parte se la llevó su hijo mayor, Florian. Stanley le propinó tal puñetazo a su hijo que este falleció en el acto. Ambos progenitores encubrieron el crimen montando la escena sobre un supuesto fatal accidente doméstico. Como no podía ser de otra manera Richard quedó realmente impactado por estos hechos y las consecuencias que tendrían a la postre en su personalidad fueron demoledoras.

Richard se convirtió en un niño encerrado en si mismo, problemático con los estudios y con serios problemas para relacionarse, estos debidos también por la dislexia que padecía. Era el blanco de las iras y burlas de los pandilleros del barrio y del colegio. Las agresiones y humillaciones en sus carnes eran prácticamente a diario, tanto en casa como fuera. Era como si todo el mundo le odiara y pronto encontró con quien descargar toda su rabia e ira contenidas. La población de gatos del barrió menguó y de que manera. En muy poco tiempo casi no había ni un solo gato en el vecindario. Se dedicó a torturarlos y a estrangularlos mientras les miraba a los ojos, deleitándose con los estertores de la muerte. Un factor  bastante común en todo psicokiller que se precie.

A los 13 años y tras uno de los episodios habituales de vejaciones callejeras, Richard llegó a su límite. Su padre al verlo llegar golpeado, le proporciona otra soberana paliza como reprimenda por haberse dejado avasallar. No aguantaba más, tenía que hacer algo. Charlie Lane, el jefecillo de la banda callejera que controlaba el barrio y su auténtica pesadilla, se convirtió en su único objetivo. Richard estudió sus rutinas durante días y se preparó para darle su merecido. Una madrugada esperó agazapado a que Charlie volviera a su casa en un sucio y solitario callejón. Allí, tras fríamente provocarlo y hacer que le atacara, Kuklinski le asestó con una barra de hierro un mortal golpe en la sien. El momento que tantas veces había soñado había llegado y no paró de golpear hasta que el cuerpo inerte de Lane se encontraba tirado en un charco de sangre y sus sesos esparcidos por el suelo. Se había vuelto loco, había perdido la noción de todo, solo quería golpearlo una y otra vez. Posteriormente ocultó el cuerpo en el maletero de un coche y se deshizo de él arrojándolo a una zona de marismas heladas. Previamente le arrancó al cuerpo los dientes y le cortó los dedos con un hacha para así hacer más complicada su identificación. Esa noche durmió feliz, había cruzado la línea, estaba en el “otro lado” y eso la hacía sentirse muy bien.

Su siguiente víctima no se hizo esperar, tras ganar una partida de billar volvió a ser insultado por otro joven del barrio. De vuelta a casa advirtió que este desdichado se había quedado dormido dentro del coche. Fue rápidamente por gasolina, la vertió en el interior del vehículo y le arrojó una cerilla. Disfrutó muchísimo con los gritos de dolor y pánico del chico entre las llamas. Richard se estaba creciendo por momentos.

Su padre por aquellos entonces había vuelto a pegar  a su madre. Richard no estaba dispuesto a aguantarlo más y fue directamente a por él, le puso un revolver calibre 38 en la sien y le dijo: “Si vuelves a acercarte a mi familia, te mato y te arrojaré al río”. Stanley nunca volvió a aparecer en escena. Kuklinski comentó posteriormente que se arrepintió toda la vida de no haberle disparado esa noche.

En 1960 conoce a la que sería su futura esposa y madre de sus tres hijas, se llamaba Bárbara y nunca supo a lo que realmente se dedicaba su marido. En esa época Richard traficaba con pornografía que era revendida por la familia mafiosa de los Gambino. El gángster Roy Medeo le contrató para cobrar unas deudas. Kuklinski medía casi dos metros y su sola presencia inspiraba pavor. Dada su eficiencia en el cobro, Medeo decidió un día poner a prueba al gigantón. Dando un paseo por el parque le ordenó a Richard que matara un hombre elegido al azar. La desgraciada víctima era un hombre que paseaba su perro sin poder imaginar que se estaba cruzando en el camino de un depredador y era su último paseo con su mascota. Richard le disparó a la cabeza y volvió con Medeo como si no hubiera pasado nada. Este quedó impresionado, tenía mucho trabajo para él.

Durante los siguientes treinta años Kuklinski asesinó de las más variadas formas. Cualquier cosa le servía desde un martillo a un pica-hielos, pasando por cuchillos o pistolas, cualquier utensilio podía ser un arma letal. Se perfeccionó muchísimo el uso del cianuro, lo utilizó en muchas ocasiones pues era difícil de detectar toxicológicamente y más cuando era utilizado en aerosol aunque también lo utilizó en otras muchas variedades. El inhalador lo comprobó con éxito en un inocente viandante, el cual cayó fulminado a los quince segundos. Para deshacerse de los cuerpos utilizaba también los métodos más variopintos. Su favorito era colocar los cuerpos en un barril de aceite y arrojarlos a un lago. Otro era lanzar el cuerpo a una profunda grieta que tenía localizada en el terreno. El mas “espectacular” era colocar el cuerpo en una cueva minada de voraces ratas gigantes de Pennsylvania. Este método también lo utilizó con personas vivas a las que por uno u otro motivo se les había asignado un sufrimiento “extra” antes de morir. En una ocasión esto fue filmado para que el cliente supiera del sufrimiento al que había sometido a su objetivo. Imaginaos ante la clase de individuo que nos encontramos.

El apodo de Iceman, hombre de hielo, le llegó por dos vertientes. Una por su más que demostrada frialdad para las ejecuciones. No dudaba, ni siquiera pestañeaba, no sentía la más mínima piedad por su víctima. La otra fue por uno de sus mortales experimentos. Tuvo el cuerpo de una víctima  en un congelador durante dos años antes de deshacerse de el. Estuvo a punto de engañar a la policía pero los forenses descubrieron restos de hielo en la autopsia, solo le faltaron unas horas más para la total descongelación del cuerpo.

El salario de Kuklinski era de aproximadamente unos cincuenta mil dólares por trabajo. La cifra podía ser mayor si la víctima tenía que recibir y padecer un tratamiento “especial”, en lo que a sufrimiento se refiere. Su esposa declaró que vivían como la típica familia americana. Una casa lujosa, coche familiar y barbacoa los domingos. Lo que no contaba a nadie era a la violencia doméstica a la que se veía sometida. A pesar de ello Bárbara siempre le perdonaba y decía de él que era un hombre romántico y un estupendo padre para sus hijas. Tras su encarcelamiento declaró que el enterarse del trabajo real de su marido fue una conmoción, y reconoció que nunca hacía preguntas sobre sus salidas por razones de trabajo.

Cuando Kuklinski entró en la cincuentena se sentía agotado, sus actos eran más despiadados y se volvió descuidado y confiado. Empezó a cometer errores. Fue obligado a quitar de circulación a varios de sus socios por un asunto de atracos y la policía comenzaba a cercarlo. El detective Kane, de la policía de New Jersey contactó con un amigo de Kuklinski, el cual introdujo al agente Dominick Polifrone como agente infiltrado. La excusa fue contratar a nuestro hombre para un trabajo. Todos los detalles fueron grabados y posteriormente, y una vez ya reunidas todas las pruebas y testimonios, por fin este criminal fue retirado de las calles de Nueva York. En 1988 fue condenado a dos cadenas perpetuas.

En una entrevista a la cadena HBO confesó que se arrepentía solo de un asesinato, el cual él mismo reconocía particularmente cruel. Richard Kuklinski estaba a punto de liquidar a un hombre, cuando este comenzó a rogar a Dios por su vida entre súplicas y sollozos. Este le dijo que le daba a Dios treinta minutos para que le salvara. Evidentemente ni Dios ni nadie apareció en su auxilio y una vez que el tiempo expiró, fue ejecutado fríamente. Obligar a un hombre a esperar treinta minutos su inevitable ejecución fue considerado por el mismo Kuklinski como su asesinato más sádico. “No estuvo muy bien. Es algo que no debería haber hecho” se limitó a decir. En otras entrevistas declaró que para él, el asesinato era algo vocacional, mataba por puro placer. Nunca dejaba testigos, incluso sus compinches podían incorporarse en cualquier momento a su lista.

Kuklinski falleció a la edad de 70 años el 5 de Marzo del 2006. Según las autoridades fue por causas naturales aunque para muchos su muerte fue más que sospechosa. Kuklinski iba a testificar contra el jefe de la familia Gambino, Salvatore Gravano, y sin su testimonio el caso se vino totalmente abajo con la posterior puesta en libertad del capo.

Kuklinski, a la pregunta de cuantos hombres había matado, siempre contestaba que más de cien, y que era algo de lo que no se sentía para nada orgulloso. Probablemente su fatídica estadística de asesinatos se aproximara bastante más a las doscientas defunciones que a las cien que el mismo se refería. Un verdadero y eficaz cazador de hombres que afortunadamente ya no se encuentra entre nosotros.