sábado, 20 de octubre de 2012

Batalla de Isandhlwana, el infierno africano.

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A los británicos hay que reconocerles algo muy importante, su hechos históricos los tratan mejor que nadie en el mundo. Éxitos, fracasos, victorias y derrotas son tratadas por sus cronistas de maneras tan épicas y heroicas que una vez enfrascado en la lectura de los mismos, uno no tiene más remedio que terminar identificándose con el bando de Su Graciosa Majestad. Pudiera parecer que incluso de una u otra forma siempre hubieran salido victoriosos de sus batallas y conquistas. Evidentemente, la realidad dice que esto no es así ni en broma y que de la percepción a los hechos concretos, hay un verdadero abismo. Las derrotas y los fracasos están ahí y muchos más de los que todos pensamos. Eso si, en su totalidad están enfundados de la heroicidad con la que todo caballero británico que se precie afronta situaciones tan complicadas y extremas como las que trataremos en este capítulo, la guerra zulú.
A finales del siglo XIX, la potencia hegemónica mundial era Gran Bretaña sin duda alguna. Sus colonias y territorios estaban repartidas  a lo largo de todo el globo terráqueo y millones de personas vivían bajo la influencia británica. El continente africano se había convertido en un enorme tablero de juego estratégico para los países europeos más poderosos. Las riquezas naturales, y en concreto las minerales, situaron a África como objetivo prioritario para las potencias del viejo continente. La expansión colonial era el eje principal de la política exterior británica en ese momento y no permitirían que nadie se interpusiera en la misión de hacer mucho más grande el Imperio Británico, ¿o sí? Pues bien, poneos vuestras botas altas y las casacas rojas que vamos a echar un vistazo.
A principios de 1879, el comandante en jefe de las tropas británicas en el sur de África, Lord Chelmsford, comenzó lo que se consideraba una simple y “rutinaria” campaña de expansión. El reino zulú independiente gobernado por Cetshwayo, fue considerado por el gobierno inglés como una amenaza molesta para la colonia británica de Natal. El rey zulú ya había recibido un ultimátum invitándole educadamente a entregar a las autoridades británicas un grupo de guerreros zulúes acusados de asesinar supuestamente a un grupo de súbditos británicos. La respuesta zulú como os podréis imaginar fue simplemente que no había respuesta. Así que los británicos fueron totalmente ignorados por los zulúes. Lord Chelmsford lo tuvo claro entonces, se internarían en su territorio y así aprovecharían para matar dos pájaros de un tiro. Darían un escarmiento a esa panda salvajes indígenas y a su vez agregarían más territorios para Su Majestad. Ulundi, la capital zulú, se convirtió en un punto marcado en rojo en los mapas del Lord inglés.
Lord Chelmsford

 Las tropas británicas seleccionadas para el operativo avanzaban de forma parsimoniosa en una impecable formación de tres columnas y que pasito lentamente comenzaban a adentrarse en territorio enemigo. Estas tres columnas estaban formadas por seis compañías del 24 Regimiento de Infantería, dos compañías de la infantería nativa, dos ametralladoras, setenta soldados de la 5ª Brigada de la Artillería Real y voluntarios de la Policía Montada, que ya hay que tener ganas de ser voluntarioso para esos menesteres. Estas fuerzas estaban comandadas por el teniente coronel Pulleine del 24 Regimiento de Infantería, el teniente coronel Durnford y por supuesto Lord Chelmsford, que era el que estaba al mando en la operación.

Rey Cetshwayo

 En frente, esperando con toda la paciencia del mundo, se encontraban las fuerzas de Cetshwayo. El zulú había conseguido reunir ni más ni menos que un ejército de más de veinticuatro mil valerosos, y muy cabreados, guerreros zulúes. Estos estaban armados en su mayoría con lanzas, escudos y alguno que otro fusil viejo. Aun así, la diferencia en el número de efectivos era realmente desproporcionada y podría marcar diferencias.
El jefe zulú dividió sus fuerzas en dos, un grupo se encargaría de interceptar a los británicos a orillas del río Tugela y el otro se lanzaría sobre la columna central. Dicha columna, la comandada por Lord Chelmsford, llegó a la colina de Isandhlwana el 20 de enero de 1879 y allí montaron un campamento provisional. Chelmsford, que era perro viejo y no se fiaba un pelo de los africanos, envió patrullas para localizar a posibles fuerzas indígenas. El mayor Dartnell fue el encargado de dirigir una de estas patrullas, precisamente la que se topó con las primeras fuerzas zulúes. Tras un durísimo enfrentamiento en el que salieron vivos de puro milagro, la patrulla del mayor Dartnell no pudo llegar hasta las primeras horas del 22 de enero al campamento de Isandhlwana.

 Compañía británica en Isandhlwana

Lord Chelmsford, tras conocer los hechos relatados por Dartnell, decidió que él personalmente se encargaría dar su merecido a los guerreros zulúes, así de chulo era el hombre, que le vamos a hacer. Al amanecer partió con dos mil quinientos hombres y cuatro cañones en busca de cualquier zulú que tuviera narices de cruzarse en su camino. A pesar de la abultada inferioridad numérica, Lord Chelmsford tenía una fe ciega en el poder de sus armas de fuego frente al exiguo armamento de los africanos. El poder aniquilador de los novísimos rifles de repetición Martini-Henry era la gran baza a favor en la mente del  militar británico.
El comandante en jefe de los británicos dejó a unos mil trescientos hombres protegiendo el campamento de Isandhlwana a las órdenes del teniente coronel Pulleine, al que se le unió el teniente coronel Durnford por orden directa del propio Chelmsford. Está bastante claro que el experimentado militar quería toda la gloria de la victoria para él solito.
En la mañana del 22 de enero la calma era total. Ni rastro de los zulúes por ningún sitio y eso hacía que los militares británicos estuvieran con las orejas tiesas, era demasiado extraño. Lord Chelmsford junto a Dartnell intentaban localizar al enemigo de manera infructuosa, parecía como si se los hubiera tragado la tierra sin dejar rastro alguno. Era solo cuestión de tiempo el que se desatara el infierno en aquellas secas tierras.
Mientras tanto en Isandhlwana, un centinela atisbó en la lejanía los movimientos de algunos pequeños grupos de zulúes, la diversión estaba a punto de empezar. El teniente coronel Pulleine ordenó a sus hombres apuntar todas sus armas en dirección este. Mientras tanto enviaba un mensaje avisando a Lord Chelmsford del peligro al que se enfrentaban en el campamento, indudablemente se iba a liar parda y vaya si se lió.
 Teniente coronel Pulleine
 Durnford, que llegó bastante justito de hora a Isandhlwana, el nombrecito se las trae para escribirlo una y otra vez, junto a un nutrido grupo de sus jinetes y la compañía que estaba al mando del capitán Cavaye, se apostó en una colina cercana al campamento para esperar acontecimientos. Estos no tardaron en llegar y cuando lo hicieron no podían creer lo que estaban viendo sus ojos. La visión de los miles de enfurecidos guerreros zulúes que aparecían tras una elevación del terreno era para asustar al más pintado. Había que comunicar inmediatamente con el campamento para avisar de la que se les estaba viniendo encima. El griterío de los guerreros africanos era realmente ensordecedor y la congoja hizo acto de presencia de manera abrupta en el seno del campamento británico. No obstante eran caballeros británicos y eso contaba para bien, lucharían hasta el final por mantener intacto su honor y el de su país.
 Capitán Cavaye
 A Pulleine se le acumulaba el trabajo, por un lado recibió un mensaje de Lord Chelmsford en el que le ordenaba levantar el campamento y reunirse con el resto de la columna. Por otro, el mensaje del Durnford en el que les avisaba del inminente ataque de las fuerzas zulúes. Según algunos analistas militares, da la impresión de que Pulleine y sus oficiales o no se enteraban de nada de nada o en ningún momento fueron capaces de ser conscientes del enorme contingente de tropas enemigas al que se enfrentarían en cuestión de minutos. La actuación de Pulleine se limitó a tomar decisiones como si el que necesitara todo el apoyo fuera Durnford y no él. Envió una segunda compañía de apoyo al mando del capitán Mostyn para echarle una mano al capitán Cavaye. Durnford, que valoraba mucho su vida, optó por retirar sus hombres y las piezas de artillería de aquel avispero y volver al campamento. Con aquel número de efectivos sería imposible aguantar, la única opción posible y realista que tenían de sobrevivir era permanecer juntos en una posición defensiva. Los capitanes Mostyn y Cavaye siguieron a Durnford lo que se dice echando leches. Los hombres de Pulleine comenzaron las descargas de disparos sobre los guerreros zulúes. Los cadáveres de los africanos comenzaban a amontonarse, pero eran muchos, demasiados y el ataque no cesaba un ápice.

 Capitán Mostyn
 Los zulúes, que no tenían ni un pelo de tontos, realizaron un movimiento táctico envolvente, con el que empezaron a apretar el nudo que tenía por objeto ahogar y aniquilar a los británicos. Las municiones de los europeos comenzaron a escasear y el círculo empezaba a cerrarse de manera preocupante. El ejército zulú intensificó sus ataques por el centro de la línea ya que los flancos británicos ya estaban ciertamente debilitados. El final estaba más cerca cada minuto que pasaba y estos se hacían eternos para los soldados que estaban ya enfrascados en la desigual batalla.
Los hombres de Durnford lucharon con especial valentía y arrojo. La línea defensiva se había roto y ya se trataba de morir llevándose por delante a cuantos más mejor. La munición de sus fusiles se terminó, entonces pasaron a las pistolas y finalmente a los sables y cuchillos. No quedó ninguno de ellos con vida, fueron aniquilados por los guerreros zulúes. Pero no creáis que todo fue heroísmo en el bando británico, algún que otro grupito de soldados intentó huir dejando atrás a sus compañeros. Su inevitable final fue el mismo, solo que mucho más deshonroso, fueron perseguidos y ejecutados sobre la marcha uno a uno.
Un grupo de unos sesenta fusileros al mando del teniente Anstey fue arrinconado en una de las márgenes del río Tugela y resistieron hasta el último hálito del último de sus miembros. El último soldado en caer en Isandhlwana intentó huir hacia una cueva que existía en la ladera. Allí continuó luchando hasta que la munición se le acabó y en el combate cuerpo a cuerpo pereció bajo las lanzas indígenas, un glorioso final para un soldado desde luego.
El momento “misterio” de esta historia nos lo traen dos tenientes británicos, Melville y Coghill. Al igual que habría hecho cualquier legionario romano con sus “Águilas”, defenderlas hasta la muerte y evitar que cayeran en manos enemigas, el teniente Melville ante lo desesperado de la situación no dudó en dirigirse raudo y veloz a la tienda de Lord Chelmsford. Había que poner a salvo “The Queen´s Color”, la bandera con el emblema real. Melville montó a lomos de su caballo y como alma que lleva el diablo se dirigió a toda velocidad hacia el río Tugela, tenía la firme intención de salvar la insignia y de paso, si podía ser, su vida. Cuando estaba casi desbordado por los zulúes, apareció en escena el teniente Coghill, que llegó galopando en auxilio de su compañero de armas. Juntos darían hasta la última gota de su sangre para salvar la bandera y el honor de los soldados caídos en su defensa. El primero en caer fue el caballo de Coghill, este no dudó en seguir batallando heroicamente ya sin su animal. El desconcierto llegó cuando en pleno combate el sol se oscureció y el ensangrentado campo de batalla se sumió en unas lúgubres tinieblas ante el asombro y la extrañeza de todos. Se estaba produciendo un eclipse de sol, parecía que hasta el mismísimo astro rey se entristeciese por la visión de lo que estaba sucediendo en Isandhlwana. Pero al igual que todos los eclipses, la oscuridad tan solo duró unos minutos y cuando el sol retomó su brillo habitual, la resistencia de los dos soldados había dado todo lo que tenía que dar y mucho más. Unos nativos de Natal abatieron a tiros a ambos soldados. Se había consumado una dolorosa derrota para las fuerzas británicas en el infierno de Isandhlwana.
 Teniente Melville
Teniente Coghill

Mientras tanto, Lord Chelmsford no tenía ni remota idea de lo que estaba sucediendo en el campamento. Él aun seguía dando vueltas preguntándose donde diablos se habían metido aquellos salvajes en taparrabos. Cuando una patrulla avanzada regresó y le hizo un retrato de lo que se habían encontrado no podía dar crédito. Solo podía repetir una y otra vez que había dejado más de mil hombres dando custodia al campamento.
Neville y Coghill

 Cuando llegó a lo que una vez había sido el campamento no podía creer lo que tenía ante si. Miles de cadáveres esparcidos por todos sitios. El color de las casacas británicas se confundía con la sangre derramada. Lord Chelmsford había llegado solo para enterrar los cadáveres de sus hombres y no dejar sus cuerpos a merced de los buitres y otras alimañas carroñeras. A pesar de que las bajas indígenas eran muy superiores en número, la derrota británica fue total y absoluta. Las bajas en el bando perdedor fueron cincuenta y dos oficiales, ochocientos seis soldados y cuatrocientos setenta y un soldados africanos bajo bandera británica. Las bajas zulúes se aproximaban a las dos mil entre muertos y heridos. Algo muy preocupante para el mando inglés fue que más de mil rifles cayeron en manos zulúes, estos podrían causar muchos problemas en el futuro.
The Queen´s Color fue rescatada de bajo las turbias aguas del río Tugela. La bandera fue presentada con honores ante la mismísima reina Victoria. La monarca otorgó de forma totalmente merecida, la Cruz de la Victoria a título póstumo a los tenientes Melville y Coghill, por el valor y el honor demostrados en batalla.
The Queen´s Color

Como era de esperar ante tamaño fracaso, las cabezas de algunos altos mandos comenzaron a rodar. Obviamente la primera en hacerlo fue la de Lord Chelmsford, este fue relevado del mando por el prestigioso general Sir Garnet Wolseley, el encargado de vengar semejante afrenta y de arreglar todo el desaguisado de Zululand. Los zulúes fueron derrotados poco antes de la llegada de Sir Garnet, pero él personalmente supervisó la captura los reyes Cetshwayo de Zululand y de Sekukuni de Transvaal. Reorganizó Zululand a la manera de las provincias y puso punto y final a la Guerra Anglo-Zulú en 1880.

domingo, 23 de septiembre de 2012

George Armstrong Custer. Morir con las botas puestas.

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 George Armstrong Custer

Un recuerdo la infancia que se mantiene en mi mente con toda la viveza, imagino que algunos de los que sois de mi generación también, es la alegría y el alboroto que formábamos todos los críos cuando veíamos las películas de “indios y cowboys”. El clímax de estos filmes llegaba en el momento en que los “buenos”, los “rostros pálidos” claro está, se encontraban en una situación de extremo peligro rodeados de “pieles rojas”, obviamente “los malos”. Estos cabalgaban en círculos gritando y disparando a un grupo de caravanas de humildes colonos. El éxtasis infantil culminaba cuando de manera totalmente épica comenzaba a resonar el característico toque de corneta del glorioso Séptimo de Caballería de los Estados Unidos de América. Los jinetes llegaban en su auxilio en el momento justo y los críos rompíamos a aplaudir enfervorizados.
El concepto que se nos inculcó a varias generaciones de niños es que los indios americanos, daba igual la etnia, cheyenne, sioux, apache o arapahoe, no eran más que un puñado de salvajes criminales con plumas en la cabeza. Unos indios que a lo único a lo que se dedicaban era a hostigar, por no decir joder, al hombre blanco que traía el progreso a aquellas desoladas e improductivas tierras. Según uno se hace mayor y adopta un poco de raciocinio, aunque solo sea un poquito, se va dando cuenta de que ni los buenos eran tan buenos, ni los malos eran tan malos. Con los indígenas norteamericanos se hizo lo que hoy llamaríamos un genocidio en toda regla. Se les asesinó, se violó a sus mujeres, se les arrebató sus territorios ancestrales y se les privó de algunas fuentes de su sustento como es el caso de la cuasi extinción de los bisontes que habitaban en las fastuosas praderas norteamericanas.
Dentro de este contexto histórico hubo una serie de personajes que grabaron su nombre para siempre en la historia de aquellos duros tiempos en Norteamérica. Grandes jefes indios como el gran jefe sioux Tatanka Iyotanka, más conocido por “Toro sentado”. Sin dejar atrás a Tasunka Witco “Caballo loco”, también de etnia sioux o el mismísimo Shi Kha She, mayormente conocido como “Cochise”, jefe de los valerosos guerreros apache chiricahua. Todos estos y muchos más eran los héroes del bando indígena. Al otro lado del ring, el bando de los hombres blancos, citar a personajes como William Frederick Cody, al que supongo que si conoceréis cuando os diga que se apodaba “Buffalo Bill”. El famoso sheriff de Dodge City, Wyatt Earp, uno de los protagonistas del mítico duelo de Tombstone o el celebérrimo militar al que le dedicaremos este capítulo, el General George Armstrong Custer. Un tipo bastante alejado de la ejemplar y heroica imagen que nos proporcionó Hollywood sobre su persona con la interpretación del mítico Errol Flynn. Un personaje muchísimo más conocido por su muerte mientras disparaba de pie y junto a la bandera del 7º de Caballería que por su ajetreada y belicosa vida. Una vez más tenemos la prueba de que la historia, sobre todo la del gran público, la escriben los vencedores. Así que sin más dilación, ensillemos nuestros caballos y pongamos rumbo a los Estados Unidos de América de mediados del siglo XIX.
Toro Sentado
El pequeño George nació en New Rumley, Ohio, el 5 de diciembre de 1839. Sus padres, Emanuel y Mary, se dedicaban a la herrería, las labores campestres y sobre todo a cuidar de su caterva de niños. Emanuel era de ascendencia europea, su familia llegó a América a finales del siglo XVII procedente de la región germana de Renania y su apellido era en realidad Kuster, que después se “americanizaría” para quedar en el conocido Custer. A lo largo de la vida de George Armstrong Custer, tanto en el seno de la familia como en el de sus compañeros de clase y de armas, nadie se puso de acuerdo a la hora de nombrar a nuestro protagonista. Unos le llamaban Armstrong, otros Autie. En West Point lo conocían por “Fanny” o “Rizos”, unos sobrenombres nada viriles por cierto. Unos indios le llamaron “Pelo largo”, más que nada para no complicarse la vida con el nombre. Sin embargo para otros fue ni más ni menos que  “Hijo de la Estrella de la Mañana” o “Pantera agazapada”, la de vueltas que le tuvieron que dar para poner los dichosos nombrecitos. Sus soldados si que no se andaban con tantas florituras para referirse a Custer. Entre ellas estaban “Culo duro”, “Culata de hierro” o “Tirabuzones”. Vamos, que menos George Custer cualquier cosa. No obstante y más que nada para llevarles la contraria, nosotros le nombraremos de esta manera o simplemente como Custer, pero volvamos a la niñez de nuestro protagonista.
A pesar de que el deseo de su padre era que George algún día llegara a pertenecer al clero, a este le atraía sobre todo la parafernalia castrense. Como era de ascendencia germánica, sus padres le vestían con el traje de terciopelo típico de las tierras de Westfalia y le llevaban a ver los ejercicios que realizaban los soldados que entrenaban para la guerra con Méjico. En cierta ocasión, agarrando un fusil de juguete e imitando los movimientos de los soldados gritó: “ Mi voz es para la guerra”. La verdad que no me parece muy creíble la anécdota para un niño de corta edad pero en fin…  Suena más que nada a propaganda de biógrafos afines.
Aunque Custer nació en Ohio, gran parte de su infancia la pasó junto a su hermanastra Lidia y su hermano Reed David en Monroe, Michigan. Tras estos años de formación regresó a Ohio y en 1856 comenzó un acercamiento al congresista John Bingham, sobre todo con la intención de que le “enchufara” en la prestigiosa academia militar de West Point. Ese mismo año fracasó en su intento, pero al siguiente logró su ambicionado objetivo. Las malas lenguas dicen que realmente debió su acceso a la academia a un padre que quería quitarlo de revolotear alrededor de su hija. Lo que no haga un padre por su pequeña…
En 1861 sus estudios en West Point se vieron interrumpidos por el estallido de la guerra. Dio la casualidad de que el ejército de la Unión necesitaba una cantidad ingente de oficiales y gracias a ello se pudo graduar, si llega a ser por las notas… Tanto el comportamiento como las calificaciones de Custer eran realmente deplorables. Se graduó como el último de su clase con nada más y nada menos que 726 deméritos o faltas acumuladas. En cambio el número uno de la promoción, el pobre Patrick O´Rourke, cayó en la batalla de Gettysburg, lo que son las cosas. En la evaluación de Custer se le consideraba como profano, libidinoso y bebedor. Con el paso de los años, él mismo se declaró como lo que no debería ser un cadete de West Point, al menos era sincero el chico. Como anécdota decir que estando de oficial de guardia fue incapaz de detener una pelea entre dos cadetes, lo mismo la había dado al whisky más de la cuenta en ese momento, y fue arrestado en el momento de su graduación y no pudo asistir a las ceremonias.

El cadete Custer en West Point

Una vez metido de pleno en la Guerra de Secesión, el ascenso de George Custer fue meteórico, algo normal por otro lado durante la Guerra Civil norteamericana, pues los oficiales caían como chinches en el frente y había que reponer con demasiada frecuencia. Sus primeros destinos fueron como teniente segundo en el Segundo y el Quinto Regimiento de Caballería. Custer pasó posteriormente a las ordenes del general McClellan como ¡¡¡Ingeniero topográfico!!!, ahí es nada. En realidad su misión no era detallar mapas con precisión sino que al menos era saber donde había un río, un cerro o la altura del trigo de alguna plantación. Con el general William Baldy tuvo también la honorable misión de cavar tumbas, que también era algo importante ¿o no? A su favor hay que decir que con el paso de los meses, George Custer se convirtió en un experto en los análisis topográficos para los altos mandos. Esto le hizo colocarse en una buena posición de cara a los ascensos importantes, los premios gordos. Deciros que Custer a lo largo de su carrera militar llegó a conseguir un extraordinario sentido de la topografía, la ubicación y de la localización de rutas para las marchas.
En cierta ocasión se le ordenó a Custer estudiar la profundidad del vado del río Chikahominy. Este se abrió paso entre la vegetación de la rivera y de repente se topó con un grupo de soldados enemigos que custodiaban el cruce del río. Custer de manera realmente valerosa les sorprendió, capturó y les trajo de vuelta a su compañía atados a su caballo. Las noticias llegaron de inmediato al general McClellan que le reclamó de inmediato en su despacho. El general estaba realmente impresionado y no dudó en ascenderlo temporalmente al grado de capitán por aquellos actos de servicio.
En junio de 1862, tan solo doce meses después de su graduación, el capitán George Armstrong Custer había comenzado su imparable ascenso hacia la eternidad de la fama, sobre todo tras la debacle de Chancerllorsville. En Washington llegaron a la conclusión de que había que renovar casi en su totalidad a los mandos de caballería con la idea de mejorar la eficiencia en las unidades. Necesitaban jóvenes y brillantes oficiales que pusieran toda la carne en el asador para conseguir la anhelada victoria. Tres de ellos fueron los elegidos para la gloria, E. J. Farnsworth, Wesley Merritt y George A. Custer. Los tres jóvenes ascendieron al rango de general de brigada. Habían pasado dos años desde su graduación y a sus tan solo veintitrés años, Custer se convertía en el general más joven del ejército de la Unión. Es en esta época en la que según parece Custer mató su primer hombre. Según una de las cartas que le remitió a su hermana, esta le pareció una experiencia de lo más emocionante y divertida. Se ve que con el paso del tiempo le cogió más aun el gusto si cabe.
Tras el repentino ascenso se le asignó la brigada de Michigan con la que participaría en la mítica batalla de Gettysburg, Bristoe y Mine Run. En Gettysburg, Pensilvania, George Custer se posicionó junto al general Gregg al este de la ciudad para cubrir la retaguardia ante el más que posible ataque del general confederado J.E.B. Stuart. La batalla se alargó durante tres larguísimos días de encarnizados enfrentamientos y con un demoledor intercambio de artillería. En la jornada del 3 de julio de 1863 se producirían dos de los más importantes encuentros entre caballerías de uno y otro bando a lo largo de la guerra. Se cumplió el presagio y las fuerzas confederadas del general Stuart colisionaron con la división del general Gregg y la brigada de Custer. En la batalla incluso se llegó al cuerpo a cuerpo con sables. Las tierras de Gettysburg fueron regadas con la sangre derramada de hermanos contra hermanos y entre ambos hubo un claro derrotado. Las fuerzas confederadas dejaron atrás los cadáveres de más siete mil de los suyos y las sucesivas cargas de caballería federales dejaron al general Lee en una situación ya difícilmente sostenible.
La brigada de Custer se puso al servicio del general Philip Sheridan, un genocida de tomo y lomo, y entre ellos surgió una gran amistad que duró años. En ese momento se dio uno de los primeros episodios negros de la biografía de George A. Custer. Este no dudó un instante en cumplir muy gustosamente la orden dictada por los generales Grant y Sheridan de ejecutar sin juicio previo a todo miembro capturado de las guerrillas confederadas. Como os podéis imaginar fue toda una masacre, y no fue la última ni mucho menos.

General Philipp Sheridan

 En las últimas semanas de la guerra, Custer se dedicó a hostigar de una manera extremadamente perseverante a las tropas en retirada del general Lee. Esto le trajo consigo el premio de recibir personalmente la bandera de la rendición a manos del propio general confederado. Una vez más, su leyenda militar volvía dar un paso más hacia la historia.
Tras la guerra, el rango de Custer fue normalizado al de capitán, pero pronto no tardaría en tener otro golpe de suerte. Como en el oeste del país el “problema” con los indios parecía que se agudizaba, Custer fue designado para dirigir al recién creado, y a la postre mítico, 7º de Caballería con el rango de teniente coronel. Como veréis, este tipo tenía la habilidad de que los ascensos le cayeran como churros.
En febrero de 1864, Custer pasó por el altar. Libbie Bacon se convirtió en la esposa de nuestro protagonista. Un romance un poco accidentado porque en un primer momento el padre de Elizabeth, el juez Bacon, no estaba conforme con la relación que mantenían ambos jóvenes. La cosa cambió cuando Custer fue ascendido, con lo que el juez ya no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer ante esta relación. Este matrimonio por razones obvias y evidentes solo duró doce años. Añadir que unos años después de la muerte de Custer, Libbie se dedicó a escribir libros sobre su marido y ya en el primero de sus libros, Boots and Saddles (Botas y Sillas de montar), lo retrató no solo como un genio militar, sino como un hombre refinado, culto y mecenas de las artes. Vamos, que no se lo creía ni ella misma y de imaginación se ve que iba bien despachada.

 George y Libbie Custer

En las Guerras Indias es cuando Custer se descoca y de que manera. Una vez el mando del 7º de Caballería y en una de las primeras campañas contra los Cheyenne en 1867, obtuvo uno de sus primeros pero importantes fracasos. Sus tropas fueron reclutadas principalmente entre granjeros, estos fueron pobremente entrenados en las artes militares y por otro lado, obligados a realizar marchas verdaderamente extremas. Algunos soldados desertaron y al ser capturados por supuesto que ejecutados y otros simplemente cayeron muertos exhaustos de extremo agotamiento. Tras estos hechos, finalmente fue arrestado y acusado de hasta cuatro cargos diferentes. Tras la vista en la Corte Marcial fue declarado culpable y obligado a renunciar a su cargo y sueldo durante un año. El veredicto no pudo ser más claro y demoledor. Aquí os dejo una muestra de lo que salió a relucir del señor Custer. Su carácter fue considerado impropio de un militar de su clase y rango. Fue responsabilidad suya la muerte de algunos de sus inexpertos soldados por hambre y mostró un absoluto desprecio por el bienestar de sus tropas en pos de sus intereses particulares. Con buen criterio fue considerada como una gravísima irresponsabilidad el abandono de Fort Wallace, Kansas, para cabalgar doscientas setenta y cinco millas para ver a su amada Libbie. Es que cuando la pasión aprieta… Eso si, mientras el señor utilizaba los caballos propiedad del ejército de los Estados Unidos para sus escapadas, era capaz de ordenar que soldados hambrientos recibieran veinticinco latigazos por robar una mísera manzana.
La suspensión de empleo y sueldo por un año no se cumplió en su totalidad y se quedo en unos pocos meses. Una vez más su mentor y amigo “Little Phil” Sheridan volvió a echarle un cable recuperándolo para el Séptimo de Caballería en su campaña contra los indios en Oklahoma. Al año siguiente Custer purgó sus “pecados” de cara a la cúpula militar a orillas del río Washita. Esta acción de “guerra” no dejó de ser otra cosa que un asesinato a sangre fría de niños, mujeres y ancianos cheyenne.
Como sé que os gustan los chismes del corazón, no lo neguéis, os diré que Custer en está época vivió un apasionado romance con una india cheyenne llamada Meotzi. Esta era hija del jefe Little Rock, al que curiosamente los hombres de Custer se habían cargado previamente y sin miramiento alguno. Como quien no quiere la cosa, en la celebración de un extraño ceremonial indio, Custer, que no se enteraba de nada de la película, contrajo sin saberlo matrimonio con la india Meotzi y ya puestos... La relación entre Custer y la princesa india se prolongó desde el invierno de 1868 al de 1869, como la cosa estaba complicadilla para visitar a Libbie y la necesidad apremiaba, nuestro amigo no tuvo mas remedio que ponerse manos a la obra. Los cuchicheos sobre esta relación llegaron hasta su esposa, que ni corta ni perezosa se personó para comprobar “in situ” los rumores sobre la posible paternidad de Custer, al que le endosaban dos hijos. El primero de ellos era indio de pura cepa, no había duda. Pero el segundo amigos míos…  el segundo era blanquito, rubito y le llamaban “Pájaro amarillo”, como para dudar. Era “vox populi” y bastante común que a pesar de estar muy castigado, las prisioneras indias de buen ver sirvieran de desahogo a las tropas. Custer normalmente tenía prioridad para ponerse el primero de la cola. De hecho dicen las lenguas viperinas que Custer tuvo que acudir al tratamiento de mercurio para la gonorrea y que su esposa también contrajo el mal venéreo.

General George A. Custer

Volviendo a temas más serios, en marzo de 1873, el 7º de Caballería recibió la orden de acuartelarse en Fort Abraham Lincoln, en Dakota del Norte, donde participaron en alguna que otra refriega con los indios Lakota en la zona de Yellowstone. Mientras tanto Custer volvía, una vez más, a tener problemas con sus superiores. En marzo de 1876 fue requerido en Washington para testificar ante una Comisión del Congreso sobre un posible fraude en el Servicio Indígena. El testimonio de Custer puso en clara evidencia al ex Secretario de Guerra y provocó un terrible enfado al presidente de los EE.UU., Ulysses S. Grant. El temperamental presidente no dudó en relevar inmediatamente del mando a George Custer, aunque tras la presión de su gabinete no tuvo más remedio que rectificar la situación.

 Ullyses S. Grant

Allá por 1876, los sioux y los cheyenne trataban de impedir por todos los medios el avance colonizador de los rostros pálidos. El final de nuestro protagonista se aproximaba a pasos agigantados. El 17 de junio de 1876 los cerca de mil soldados del general George Crook  se enfrentaron en Rosebud a una coalición de Oglala-Lakota, Cheyenne, Sans Arcs, Miniconjou, Hunkpapas y Pies Negros al mando del gran jefe Caballo Loco. Se trataba de más de mil quinientos guerreros en total. A pesar de tales fuerzas por uno y otro bando no dejó de ser una “toma de contacto” en la que tan solo hubo nueve bajas en el bando estadounidense y poco más de treinta en el indígena. 

 Caballo Loco

El 22 de junio de 1876, Custer y seiscientos cincuenta y cinco de sus hombres fueron enviados a localizar los poblados sioux y cheyenne involucrados en el incidente de Rosebud. Tres días más tarde sus exploradores localizaron el poblado de los sioux. En uno de sus habituales arrebatos de chulería, en lugar de esperar la llegada del grueso de las tropas comandadas por el general Terry, y realizar un reconocimiento más intensivo y realizar un cálculo realmente aproximado de los efectivos enemigos, Custer decidió atacar el poblado indio dividiendo sus tropas en tres, como en Washita.
El grupo del capitán Benteen atacó por el flanco izquierdo. El segundo grupo, liderado por el mayor Marcus Reno, fue enviado a atacar el campamento a orillas del río Little Big Horn. Custer se encargaría de taponar la vía de escape.
El mayor Reno fue el primero en llegar al campamento indio y darse cuenta de que habían metido la pata hasta el fondo. El asentamiento era muchísimo mayor de lo que habían imaginado. No tuvo mas remedio que retirarse a un lado del río perseguido por cientos de feroces guerreros indios. El capitán Benteen pudo unirse a él más tarde y a pesar de sufrir numerosísimas bajas, juntos lograron organizar una posición defensiva que aguantó durante dos eternos días. 

 Recreación de la batalla de Little Big Horn

Custer corrió peor suerte, él y sus hombres cabalgaron hacia el norte a través del vado este del río Little Big Horn. Los sioux y cheyennes se dieron cuenta de la maniobra del general y salieron en su busca. La osadía y precipitación de nuestro protagonista se pagarían con un elevadísimo precio, el más alto de todos, con la vida. Más de cuatro mil guerreros indios rodearon en un risco a Custer y sus doscientos treinta y un soldados. La desproporción de fuerzas era tal que la batalla no duró más de diez minutos. En ella perecieron todos los soldados incluyendo a George A. Custer, sus hermanos Tom y Boston, su hermanastro Calhoun James y su sobrino Autie Reed. Lo que podemos definir como un drama familiar total.
Podemos imaginar la estampa de Custer con casi treinta y cinco años de edad, sus casi dos metros de altura, su dorado cabello al viento y sus ojos azules viendo aproximarse miles de valerosos y enfurecidos pieles rojas. Él disparó todo lo que pudo y más aun, muchos de sus enemigos cayeron abatidos por su revolver. Pero su suerte estaba echada y Custer cayó abatido entre el estruendo del fragor de la batalla. Las tropas del general Terry llegaron al lugar de los hechos el 28 de junio de 1876 y el panorama que se extendía ante ellos era totalmente desolador. El único miembro del ejército estadounidense que salió vivo de la trifulca fue el caballo del mayor Keogh, “Comanche”. 

 Comanche, el único superviviente de Little Big Horn

Una vez más y ya van…, Sheridan exculpó a Custer de cualquier responsabilidad y cargó las tintas contra el mayor Reno. Se acusó a este de no haber acudido al rescate de Custer cuando lo podría haber hecho y de haber estado completamente borracho la noche anterior. Una acusación a todas luces injusta que con el paso del tiempo quedó plenamente aclarada a pesar de todos los intentos de Libbie Custer por evitarlo.
Como en casi todo en la vida de Custer, la polémica le siguió acompañando tras su muerte. El cuerpo del general presentaba tres heridas de bala y ni una sola flecha como sería de esperar por todos. La rumorología empezó a expandir a toda velocidad la idea del posible suicidio de George A. Custer. Este hecho fue refrendado por el testimonio de un par de indios y negado por el teniente James Bradley, el oficial que encontró el cuerpo sin vida de nuestro protagonista.
En el bando de los indios no se ponían de acuerdo para adjudicar el honor de la autoría de la muerte de Custer. Los candidatos eran Toro Blanco, que era sobrino de Toro Sentado, Dos Lunas, Lobo Harshay y Oso Valiente de los cheyenne. Tras horas de deliberación y la posterior fumada de pipa, el consejo de ancianos decidió por unanimidad que Oso Valiente fue quien acabó la vida de Custer, el Hijo de la Estrella de la Mañana.

Dos Lunas
 
Esta es la historia de un gran héroe para algunos y un vanidoso, ambicioso e impetuoso asesino para otros. Sin embargo, admiradores y detractores coinciden en que el valor y la intrepidez estaban concentradas en grandes cantidades en la figura del general George Armstrong Custer, el que murió “Con las botas puestas”.

 Cementerio de Little Big Horn






miércoles, 18 de julio de 2012

¿Hay motivos para la movilización social?




En esta ocasión no hablaremos de personajes históricos, psicokillers o héroes épicos. Será de algo más mundano, del día a día, de nosotros mismos. De la realidad que vivimos ustedes y yo.


En estos oscuros tiempos en los que vivimos, una de las herramientas vitales del poder es el manejo de la información. Los grupos mediáticos afines al poder político y económico intentan hacernos llegar mensajes contradictorios y equivocados con el fin de intentar, y lamentablemente conseguir, adormecer cual quier intento de respuesta social de la población.

Ayer, unos familiares nos comentaban que irían a la manifestación del 19 de Junio en solidaridad con los empleados públicos. Esta es una muestra de desinformación manipulada abrumadoramente clara. Estas movilizaciones, y las que vendrán, tienen cuantiosas y más que justificadas causas como pueden ser por ejemplo:

- Subida del IVA de manera brutal, por cierto, el antigüo IVA del 33% en los artículos de lujo no lo han querido recuperar.

- El medicamentazo, se han retirado más de 450 medicamentos de uso común, vamos, prácticamente todos y supone un perjucio económico muy grave para los pacientes más desfavorecidos.

- Desmantelamiento de la sanidad y educación pública con vistas a la entrada de multinacionales de la salud y empresas privadas para la enseñanza, en las que entra de manera fulminante el peligroso factor "beneficios", económicos, claro está. Como trabajador del secto sanitario y conocedor de lo que hablo os diré, y suena muy duro, que mucha gente MORIRÁ por estos recortes. Como ejemplo decir que el retraso en algunas pruebas diagnósticas puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte.

- Palo a las cotizaciones de los autónomos, grandes generadores de empleo y que bastante jodidos están ya.

- Recortes en la prestación por desempleo para los futuros parados, a los cuales se les va a tratar prácticamente como infectados y presuntos defraudadores que no pueden ni salir unos días al extranjero y demostrar que buscan empleo, ¿eso como hostias se demuestra?

- Amnistía para los defraudadores, que podrán lavar su dinero negro sin problemas.

- La brutal Reforma Laboral, lesiva totalmente para todos los trabajadores y que nos retrotrae casi al siglo XIX en materia de derechos laborales que tanto trabajo y sangre costaron conseguir a nuestros padres.

- La subida de tasas universitarias con tal de favorecer a los que más tienen con la excusa de la "excelencia"

- Dejar a los "sin-papeles" sin cobertura sanitaria. Que al que le entre un cáncer que se muera, total... son "negros", "sudacas" o "moros", como no son seres humanos...

- Liberalización del horario comercial, ¿creéis que creará empleo o que los trabajadores del pequeño comercio echarán mas horas que un reloj? y beneficio absoluto para las grandes superficies.

- Eliminación de las paga extra de Navidad a los empleados públicos, excepto los "privilegiados" que cobran 962€ en bruto al año. Reducción de un 10% de los complementos variables en los que los trabajadores de sanidad, policía, bomberos, ejército y alguno más, salen tremendamente jodidos. Eliminación de días etc. etc. Recordad que muchos de los "damnificados" se juegan literalmente la vida por nosotros cada dia.

- Eliminación de la desgravación por adquisición de vivienda en la declaración de la renta.

- Palo gordísimo a la Ley de Dependencia, muy importante para muchas personas con grandes discapacitados en sus familias.

- Reducción drástica del presupuesto para las políticas activas de creación de empleo. Vitales para el crecimiento y reactivación económica.

- Un gobierno que comete fraude electoral al incumplir todas y cada una de sus promesas electorales tan solo en siete meses, de record. Y un presidente que se oculta y huye por puertas traseras y que solo aparece para ir a partidos de futbol.

No se que os parecerá, pero creo que queda claro de que esto no es una cuestión solo de empleados públicos, todos salimos tremendamente jodidos. Pensad que solo la medida de la eliminación de la paga extra de navidad suponen 4000 millones de euros. De esos millones y de los que se nos retendría el IRPF,  la inmensa mayoría, como es mi caso particular, se gastan casi integramente en compras navideñas. Estas compras navideñas repercuten en creación de empleo temporal y sus respectivos seguros sociales, IVA repercutido etc, lo que se dice reactivación económica.

Por lo tanto, ¿es esta una cuestión solo de empleados públicos?, sinceramente creo que hay inapelables y aplastantes motivos para darse cuenta de que no, es un problema de absolutamente todos los ciudadanos. Los empleados públicos, en un ejercicio de autocrítica, hemos estado dormidos demasiado tiempo, hemos aguantado los desmanes y los puyazos de las diferentes con administraciones de los distintos partidos, PP - PSOE, sin levantar la voz en lo más mínimo, adormecidos. Esos tiempos han pasado, de aquí no podemos pasar, hasta aqui hemos llegado. Tenemos la obligación moral de luchar por el mundo y la sociedad que le dejaremos a nuestros hijos, solo ese motivo debería ser más que suficiente para echarse a la calle con todas las consecuencias. No puede ser que la base de la pirámide social, los más humildes, como somos la mayoria de los que estamos aquí, seamos los que tengamos que pagar la estafa de los financieros y políticos corruptos. Que no se os olvide que lo que nos quitan es para pagar los miles y miles de millones de euros que costará reflotar Bankia, la CAM o NovaCaixa. Ellos nunca pierden, nunca. Nosotros si y yo al menos no pienso quedarme sentado cómodamente en el sillón de mi casa y lamentándome de lo que nos están haciendo. Merecen una respuesta social sin precedentes que haga que los cimientos del poder tiemblen y de que manera. Lo que está pasando no es un golpe de estado a la vieja usanza "tejeril". Esun golpe de estado ideológico, son medidas injustas orientadas a los principios neoliberales que fundamentalmente benefician a financieros sin escrúpulos y a empresarios con menos aun.

Los empleados públicos, por los sectores estratégicos que ocupamos y utilizando un simil "medieval",  podemos ser el "ariete" social que derribe las puertas de la "castillo" neoliberal que nos quieren imponer. Eso si, el ariete necesita de gente que arrime el hombro y empuje fuerte, gente que sea capaz de aguantar las acometidas y el "aceite hirviendo" que nos arrojarán desde las murallas del poder para quemarnos y repelernos. Esa gente sin duda sóis, somos, todos los ciudadanos. Ha llegado la hora de combatir y no retroceder. Si queremos, todos juntos podemos, por nosotros hoy y por futuro de nuestros hijos. No les falléis. No se si estaréis de acuerdo con esta reflexión, si lo estáis os ruego difundirla. Si al menos convencemos a unos cuantos para que se movilicen habrá servido de algo.


El Octavo Pasajero

miércoles, 7 de marzo de 2012

Butch Cassidy y Sundance Kid. Forajidos de Leyenda.




Hay una serie de personajes históricos de los cuales, la industria de Hollywood no puede dejar pasar la oportunidad de mostrar en la gran pantalla. Este es el caso de nuestros personajes, Robert Leroy Parker y Harry Alonzo Longabaugh. Probablemente estos nombres no signifiquen mucho para la inmensa mayoría de vosotros, entre los que me incluía hasta hace bien poco. La cosa cambiará cuando os diga que eran conocidos por los alias de “Butch” Cassidy y “Sundance Kid”. Dos de los más famosos asaltadores de bancos y trenes del “Far West”. Algunas de sus andanzas y correrías se plasmaron en aquel inolvidable largometraje titulado “Dos hombres y un destino”. En el físico desde luego que los productores no se acercaron demasiado. En una comparación con Paul Newman y Robert Redford, los auténticos saldrían mal parados. A fin de cuentas es la magia del cine y lo real se puede mejorar al antojo del cineasta. Así que sin más dilación, coged vuestros revólveres Colt , el rifle Winchester y las cartucheras a rebosar de balas. En un instante daremos el “salto cuántico” hacia el lejano oeste. Un western de leyenda nos espera a nuestra llegada.

El pequeño Robert llega un 13 de abril de 1866 en Beaver, estado de Utah. Sus padres, Maximilian y Anne, de origen inglés y escocés respectivamente, eran inmigrantes mormones que se instalaron en la población de Circleville, al sur de Salt Lake City. Utah tiene fama de ser uno de los lugares más tediosos y aburridos del planeta. Así que los Parker dieron con una inmejorable forma de entretenimiento. Robert fue el mayor de trece hermanos, como el aburrimiento había que matarlo de alguna forma…

Siendo un jovenzuelo decidió que estaba hasta las narices de Utah y se fugó de casa. En ese momento es cuando comienza a frecuentar las “malas compañías”. Conoció a un ladrón de ganado que se llamaba Mike Cassidy, del que más tarde adoptaría su apellido gracias a sus labores de mentor en el negocio. Su alias, “Butch”, lo tomó en una época en la que intentó aprender el honorable oficio de carnicero (Butcher en inglés), pero pronto se le pasaron las ganas, había opciones más interesantes para él.

Butch no era un chico malo del todo, al menos al principio. En 1880 se produce su primer roce con la ley y la verdad es que fue por mala suerte. El pobre hombre necesitaba unos pantalones con relativa urgencia y se encontró con el establecimiento cerrado. Ni corto ni perezoso forzó la puerta del almacén, cogió sus pantalones nuevos y dejó una notita con sus datos, diciéndole al tendero que en su próxima visita se los pagaría. El dueño del negocio como que no se creía nada de nada y lo denunció ipso facto a las autoridades. Fue arrestado y liberado a los pocos días. Si llega saber lo de la notita…

En 1884 se desplazó a Colorado, allí se dedicó al tráfico de caballos robados y otros asuntillos generalmente poco lícitos. Una vez que llegó el año 1887, nuestro “héroe” comenzó a destapar el tarro de las esencias del bandidaje. Conoció a los hermanos McCarty, con ellos aprendió el “arte” del asalto de trenes, bancos o lo que fuera menester. El trío dio un fantástico golpe en junio de 1889 atracando el San Miguel Valley Bank de Telluride. El botín ascendió a la nada despreciable cantidad de 21.000$, un verdadero dineral para la época.

 Telluride

Con su parte del botín adquirió un rancho en Wyoming, en una zona llamada el Agujero en el Muro (Hole in the Wall), que se convertiría a la postre en su guarida, la de él mismo y su futura banda. En su rancho fue donde conoció el amor. Si amigos, los pistoleros también tienen su corazoncillo y caen como cualquiera bajo las flechas de Cupido. Anne Bassett, una ruda ranchera y por otro lado peligrosa fugitiva, se apropió del corazón de Butch Cassidy. La fiesta les duró poco . En el transcurso de ese año, Cassidy fue arrestado. El robo de caballos y proporcionar “protección” a los rancheros a cambio de dinero, provocó que diera con sus huesos en la prisión del estado. La condena fue de dieciocho meses. Tras cumplirla, Butch salió de la cárcel como se sale después de un año y medio sin catar mujer. Así que con la primera que se cruzó en el rancho tuvo un “affaire”, precisamente con la hermana mayor de Anne Bassett, Josie. Una vez que el fogoso Cassidy tuvo los suficientes elementos de juicio para decidir, optó por regresar con su amada Anne. Como estrategia no está nada mal, eso sí, conociendo a la chica… como que era un poco arriesgada.

 Hole in the Wall

En su periplo carcelario, Butch Cassidy hizo muy buenas e interesantes amistades para sus asuntos “laborales”. Junto a otros forajidos formó una banda que se hizo famosa como “The Wild Bunch”, la Banda Salvaje. El nombre lo dice todo, fueron cuantiosas y violentas las muertes que dejaron tras de sí en sus años de peripecias delictivas. En un primer momento la banda la componían Butch Cassidy, Will Carver, Harvey Logan “Kid Curry” y Ben Kilpatrick “Tall Texan”.  Con el paso del tiempo se uniría a la banda un nuevo e ilustre miembro. Nuestro otro protagonista, Harry Alonzo Longabaugh, más conocido por todos como “Sundance Kid”. Un tipo que contaba con una espeluznante velocidad a la hora de desenfundar su brillante Colt del  73 y que pasaría a la posteridad por acompañar a Butch Cassidy en sus andanzas.

Sundance Kid, Wil Carver, Ben Kilpatrick, Kid Curry y Butch Cassidy
- The Wild Bunch -


Los golpes se sucedieron uno tras otro. El 13 de agosto de 1896, 16.500$ en el banco de Montpelier, Idaho. En abril de 1897, un total de 8.800$ de la empresa minera Pleasant Valley Coal Company en Castle Gate, Utah. Estos solo fueron el principio.

 Montepelier

El 2 de junio de 1899, suben de nivel en sus “trabajos”. Cerca de Wilcox, Wyoming,  una barricada cortaba la vía por la que tenía que pasar un convoy de la Union Pacific.  Unos enmascarados accedieron al tren y desengancharon de la locomotora unos vagones en los que había una importante carga. Una caja fuerte con nada más y nada menos que 200.000$ en oro y billetes. El pobre vigilante al cargo de la caja fuerte, un tal Woodcock, estaba aturrullado y conmocionado por los acontecimientos. El desdichado empleado no acertaba con los nervios a recordar la combinación de la caja fuerte y eso que utilizaron con él métodos bastante expeditivos para refrescar la memoria. Vamos, que pusieron bonito a bofetadas al pobre Woodcock. Cuando se dieron cuenta de que era totalmente imposible obtener la información, optaron por un método algo más brusco pero infalible. La caja voló por los aires y su contenido pasó a manos de los asaltantes.

 Vagon del Union Pacific en Wilcox


La rumorología se disparó inmediatamente en el estado de Wyoming. Para unos periódicos, la Wild Bunch era la responsable del robo, para otros era obra de los hermanos “Roberts”. Actualmente se cree que “Roberts” era el nombre de guerra utilizado por Sundance Kid y Kid Curry. Estaba claro que no podían ser otros.

El 29 de agosto de 1900, Cassidy y sus chicos repitieron “modus operandi”. De nuevo la Union Pacific fue la elegida para el robo. Esta vez fue en Tipton, Wyoming, pero el botín fue algo más modesto, solo fueron 50.000$. Como nota curiosa deciros que supongo que os imaginaréis quien era el vigilante del dinero… Si, es el que pensáis, no era otro que nuestro amigo Woodcock. Hay personas con mala suerte en la vida. El pobre hombre no daría crédito a sus ojos cuando vio aparecer de nuevo a los hombres de Cassidy.

 Harry Alonzo Longabaugh, alias "Sundance Kid"


Los golpes de Wilcox y Tipton, aunque fueron exitosos supusieron el principio del fin del Wild Bunch. El presidente de la Union Pacific, E.H. Harriman, se propuso terminar con los robos a su empresa.  Tenían que terminar con la banda de Cassidy. No escatimarían en medios, había que poner toda la carne en el asador.

 Los hombres de Pinkerton

Una nueva tecnología hizo aparición en los EE.UU. del incipiente siglo XX, el teléfono. Las autoridades ya tenían la capacidad de comunicarse a largas distancias de manera inmediata. Esta fue una de las herramientas que utilizaron los detectives de la agencia Pinkerton que se encargaron del asunto. Los agentes Keliher, Lefors Joe y Thomas Jefferson Carr fueron los elegidos para estar al frente tan ardua tarea.

El primero en caer fue Kid Curry. Fue el 30 de noviembre de1902 en un salón de billar. Tras un enorme forcejeo y cuantiosos destrozos en el local, fue capturado por los tres agentes de Pinkerton. Inmediatamente fue llevado ante el juez, que tardó un santiamén en juzgarlo y declararlo culpable. Le cayeron nada más y nada menos que veinte años de trabajos forzados y una multa de 5.000$. Cuando no llevaba ni un año en prisión, Kid Curry escapó. Según parece uno de sus guardianes recibió un sobre con un regalito de 8.000$, aunque jamás se pudo probar nada.

Harvey Logan, alias "Kid Curry"

El 7 de junio de 1904, Curry fue localizado por un pelotón de agentes que había partido en su búsqueda a las afueras de Parachute, Colorado. En el tiroteo resultó gravemente herido y antes de ser capturado de nuevo tomó una drástica decisión. Kid Curry se disparó en la cabeza poniendo punto y final a su agitada y delictiva vida. El cadáver de Curry fue enterrado en el cementerio de Linwood, muy cerca del monumento a otro famoso pistolero, Doc Holliday, del que supongo hablaremos algún día porque también se las trae su biografía.

Estamos en la noche del 2 de abril de 1901, en Sonora, Texas. El duro Sheriff Bryant y sus hombres rodean a William Carver y a Ben Kilpatrick. Este último, en un torpe movimiento de manos provocó el inicio del tiroteo. Carver no pudo ni desenfundar su revolver, recibió seis balazos que terminaron con su vida en el acto. Kilpatrick, aprovechando el revuelo y la confusión, consiguió escapar una vez más. El 5 de noviembre de ese mismo año se le acabó la suerte y fue capturado en St. Louis, Missouri. Le cayó encima una condena de quince años de los que finalmente cumpliría solo diez. Al poco tiempo de ser liberado, el 12 de marzo de 1912 y en transcurso de un atraco, Kilpatrick fue abatido por un empleado del tren llamado David Trousdale. Es de suponer que si el empleado del ferrocarril hubiera sido nuestro amigo Woodcock seguramente habrían escapado con el botín. La Wild Bunch como tal había llegado a su fin y ya solo quedaban nuestros dos protagonistas.

Ben Kilpatrick, Alias "Tall Texan"



Cassidy y Sundance se dieron cuenta de que la situación se estaba volviendo realmente complicada para ellos en EE.UU. La decisión que tomaron fue partir a toda prisa hacia Sudamérica vía  Nueva York. El 6 de febrero de 1901 zarparon a bordo del buque Herminius rumbo a Buenos Aires. Cassidy viajó con el nombre de James Ryan. Sundance Kid y su amiga Etta Place se convirtieron en el señor y la señora Place.

 Sundance Kid y Etta Place



Una vez situados en la capital argentina solicitaron a la administración estatal unas tierras para poder establecerse. Así que en octubre de 1901 llegaron a Valle de Cholila, en la provincia de Chubut y allá construyeron una cabaña junto al Río Blanco. Adoptaron un modo de vida más o menos normal con la cría de ganado como principal ocupación.

En 1902, en una de las ocasiones en las que Sundance y Etta visitaban EE.UU., los detectives de Pinkerton recibieron un chivatazo que delató su presencia en el país. Una descripción completa por parte del informador confirmó que se trataba de Sundance Kid. Las pesquisas de los agentes dieron como resultado la certeza de que los forajidos se encontraban en Argentina. De nuevo el cerco se estrechaba.

Como hay ciertas costumbres difíciles de abandonar, Butch Cassidy y Sundance Kid volvieron a delinquir, era cuestión de tiempo. En Argentina se le atribuyeron tres grandes robos. El del Banco de Londres y Tarapacá en Río gallegos, el del Banco de Villa Mercedes y el Registro Mercantil de Chubut, aunque este último es muy poco probable que lo realizaran nuestros amigos. Las autoridades argentinas se pusieron en contacto con los Pinkerton y nuestro trío de protagonistas, avisados por un funcionario local que estaba enamorado de Etta, tuvieron que poner pies en polvorosa una vez más. De lo que no sea capaz el amor…  En esta ocasión Chile, Perú y posteriormente Bolivia fueron los destinos agraciados con la visita de nuestros asaltadores.

Banco de Londres y Tarapacá en Río Gallegos

 Río Gallegos

Etta, viendo que la cosa tomaba tintes bastante oscuros, huyó a los Estados Unidos. Con esta mujer existe una enorme disputa sobre su identidad entre los biógrafos de Cassidy. Unos dicen que era una profesora de escuela, otros  que era una prostituta de un burdel de San Antonio y otra teoría es que Etta en realidad era Anne Bassett, la antigua novia de Butch y que en ese momento era la amante de Sundance Kid. Aquí todo quedaba en casa. Según parece Etta/Anne falleció en EE.UU. hacía 1962 a la nada despreciable edad de 77 años. El caso es que el trío se convirtió en pareja. La cosa se reducía.

 Tupiza

El 4 de noviembre de 1908, en la colina de Huaca, en las afueras de Tupiza en el extremo sur de Bolivia, dos bandidos encapuchados de habla inglesa apuntaban con sus pistola al encargado de custodiar la nómina de la Compañía Minera Aramayo, Franck & Cía. El custodio no tuvo más opción que entregarles el dinero. Cassidy y Sundance se marcharon con la mula de Aramayo bien cargadita con el botín. A los pocos días un agente identifica la mula de Aramayo, que ya hay que tener memoria para reconocer una mula, y dio la voz de alarma. Butch y Sundance, que ya eran un objetivo militar para las autoridades bolivianas, no tuvieron otro sitio para refugiarse que en la oficina de policía de San Vicente. Veinte soldados fueron inmediatamente convocados para intentar capturar a los forajidos. El capitán de los soldados, que tenía que ser un poco chulo,  para eso era capitán, se adelantó a sus soldados y se acercó para exigir la inmediata rendición. La respuesta fue breve, clara y concisa. Un disparo en la cabeza le dejó seco en el sitio. Lógicamente se inició un follón de primera magnitud. Las balas silbaban por todos sitios. Cassidy y Sundance disparaban con rapidez y letales efectos. Poco a poco el patio del edificio se llenó de sangre y cadáveres de soldados. En su contra había un detalle de suma importancia, llegó un momento en el que la munición empezaba a escasear de manera muy preocupante. La situación comenzaba a ser desesperada. Sundance en un momento dado de la refriega, le pidió a Butch que le cubriera. Se proponía llegar al lugar donde tenían sus rifles Winchester, era su última baza. Cassidy comenzó a disparar mientras Sundance corrió a toda velocidad hacia los rifles, pero una bala del ejército boliviano le hirió gravemente, no sin antes vaciar el tambor de su revolver abatiendo a varios soldados. Arrastrándose como pudo regresó ensangrentado junto a su amigo Butch.

San Vicente

Para los soldados era solo cuestión de esperar el fatal desenlace. Los disparos de los norteamericanos cada vez eran más espaciados en el tiempo. Finalmente sobres las nueve o diez de la noche, el sonido de dos últimos disparos rompieron la quietud del recinto. Robert Leroy Parker, Butch Cassidy, acabó con el sufrimiento de su amigo Harry Alonzo Longabaugh, Sundance Kid. Posteriormente acabó con su propia vida antes de ser capturado. En ese momento se convirtieron en leyendas.

¡¡Alto, no os vayáis!! Hasta aquí la versión oficial de la historia, que no tiene por qué ser la verdadera. En investigaciones actuales de la máxima seriedad han surgido indicios de otro posible final y puede que no tan trágico, al menos para Butch Cassidy.

Según esta otra versión alternativa, un par de días después del asalto, la casa en la que se ocultaban Cassidy y Sundance fue rodeada por un numeroso grupo de habitantes de San Vicente.  La mayoría de ellos como que no estaban muy contentos con la presencia de los yanquis en su pueblo ya que su nómina mensual se había evaporado gracias a ellos. A los lugareños se les unieron un grupo de soldados y hasta el mismísimo alcalde se presentó en el lugar, para eso era político y tenía que figurar.  Como era habitual en aquellos duros tiempos, al instante comenzaron los disparos y las balas por doquier.  Todo terminó como el rosario de la aurora. 

 Robert Leroy Parker,  alias "Butch Cassidy"

Según parece, dos cuerpos que aparentemente podrían ser los de Butch y Sundance fueron enterrados en unas tumbas anónimas en el cementerio de San Vicente junto a la de un minero alemán llamado Gustav Zimmer. 

En 1991, el antropólogo Clyde Snow junto a un equipo de forenses intentó localizar los restos mortales de Sundance Kid y Butch Cassidy para poder certificar mediante análisis de ADN que ambos pistoleros fallecieron aquel día en esa localidad boliviana. Después de levantar medio cementerio no pudieron conseguir ni una sola muestra de ADN que fuera compatible con alguno de los descendientes actuales de nuestros amigos. Una de las hermanas de Cassidy contó en su biografía “Butch Cassidy, mi hermano…” que Butch salió vivo de aquel atolladero imposible y que vivió en el anonimato en EE.UU. durante muchos años tras el incidente de Bolivia, probablemente hasta 1937 que es cuando algunos investigadores afirman que falleció. De Sundance Kid nunca más se supo. Lo más plausible es que falleciera en el tiroteo de San Vicente.