viernes, 23 de diciembre de 2011

La "Tregua de Navidad". Luz entre sombras.





El ruido de los cañones había cesado. De repente se hizo el silencio. Este, solo era perturbado por los amargos lamentos de dolor de los heridos de uno y otro bando. El aire cortaba como una navaja bien afilada y el frío se aferraba a los huesos como si pretendiera quebrarlos. La angosta y serpenteante trinchera era un camino de muerte, dolor y miedo. ¿Qué le había sucedido al ser humano para provocar semejante desastre? ¿Se había vuelto loco todo el mundo?

Esta era la penosa situación en la que se encontraban miles de soldados en el frente. Era la I Guerra Mundial, la terrible “Gran Guerra”. En ella, como en todas las guerras saldría a relucir el lado más oscuro y atroz del ser humano. Pero en este mar de sombras y por unas cuantas horas, surgió un atisbo de hermosa luz. Un grupo de soldados protagonizó uno de los más bellos momentos que hemos dado los seres humanos en tiempo de guerra. Momentos que demuestran que podemos cambiar y que todavía podemos tener, aunque sea poca, algo de esperanza en nuestra especie. Esa que es capaz de lo mejor y demasiado a menudo, de lo peor.

Como en el Octavo Pasajero, aunque no lo creáis, también tenemos nuestro corazoncito y como estamos a las puertas de la Navidad, no trataremos ninguna tragedia, aunque en principio pueda parecerlo. En esta ocasión reviviremos la hermosa historia  de la “Tregua de Navidad” que se dio entre soldados alemanes y británicos en el frente franco-belga. Así que poneros ropa de abrigo y no olvidéis el casco que nos vamos a toda velocidad. ¿Preparados para el salto cuántico? Ignición, 3, 2, 1…

Nuestra máquina del tiempo ha llegado a las afueras de Ypres, una pequeña ciudad belga muy cercana a la frontera con Francia. Llegamos al frente occidental. Agachaos, que las balas pasan cerca y observemos la escena.

Los dos contendientes, alemanes y británicos, estaban enfrascados en la que se denominó la “Guerra de las Trincheras”. Un laberinto de estrechas trincheras era el testigo mudo de un terrible enfrentamiento que se estaba llevando por delante a millares de soldados. Aquel invierno de 1914 fue realmente duro. El frío y el hambre estaban haciendo mella en los soldados tanto o más que las propias balas. El sufrimiento físico y mental era enorme.

 Trinchera con soldados británicos.

Entre unos y otros, un terreno baldío y desolado, sembrado de cadáveres. Los soldados lo llamaban la “Tierra de Nadie”. El fuego de artillería y de los fusiles había aniquilado todo atisbo de vida en esa franja de cincuenta metros que separaba los dos bandos.

Trincheras británicas


Ante este desolador panorama, para colmo llegó la Navidad. Si ya de por sí era duro soportar la vida diaria en la trinchera con peso de los recuerdos y la nostalgia encima, pasar la Nochebuena en esta situación era devastador para la ya bastante maltrecha moral de la tropa. Pero en cierto momento y ante la atónita mirada de los soldados británicos, las trincheras alemanas comenzaron a iluminarse con luces de árboles de navidad. Estos habían sido enviados al frente por expresa orden del Káiser Guillermo con la intención de elevar la moral de sus soldados. Y entonces surgió la magia. Los soldados dejaron de serlo y solo fueron seres humanos. Una bella melodía rompió el silencio de la noche e inundó de luz los corazones de los que allí se encontraban. Los alemanes comenzaron a cantar el clásico villancico “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Vamos, el “Noche de Paz, noche de amor” de toda la vida. Los británicos, tras aguantar las lágrimas, la emoción y la aglomeración de recuerdos felices, rompieron a aplaudir a los germanos. Como no podía ser de otra manera, para no ser menos que para eso eran británicos, “contragolpearon” con el villancico “The first Nöel, the angel did say”. Era la batalla más bella que jamás habían visto los tiempos. El clímax de la situación llegó cuando todos al unísono entonaron el “Adeste Fideles”. Las notas musicales habían sustituido a las balas y los buenos deseos a las bombas de artillería.

Soldados británicos y alemanes.


La distensión y la magia que se respiraba en el ambiente se fueron acrecentando con el paso de los minutos. Algunos soldados comenzaron a salir de ese maldito lugar que era la trinchera. Ocultos en la penumbra, superando el miedo y como quien no quiere la cosa se fueron acercando unos a los otros. La “Tierra de Nadie” estaba siendo conquistada únicamente por seres humanos. Los uniformes y las banderas se dejaron a un lado. Durante un buen rato los soldados charlaron, fumaron y bebieron juntos. Unos a los otros se mostraban mutuamente las fotos de sus novias, esposas e hijos. Intercambiaban direcciones para poderse encontrar algún día cuando ese infierno terminara y poder tomar una pinta de cerveza en paz. Simplemente celebraban la Navidad. Y eso significaba mucho para todos ellos. 

Confraternización.

Al día siguiente, la espontánea tregua continuaba siendo un hecho. Y entonces se produjo una de las situaciones más increíbles que jamás se haya dado en una guerra. Y en esta ocasión la iniciativa partió del bando británico. Un soldado escocés tuvo la genial y brillante idea de aparecer con un balón. Rápidamente, como cuando éramos niños, se organizó un partido de futbol. Tras adecentar todo lo posible lo que sería el terreno de juego, hicieron las porterías con gorros y cascos, y los límites más o menos a ojo de buen cubero. El campo, la verdad que no estaba ni para muchas florituras  y exquisiteces. Pero en ese terreno donde se había vertido tanta sangre, en esta ocasión no habría muertos ni batallas y los disparos no serían de fusil, solo serían con un balón para intentar marcar un gol. Alemanes y británicos se emplearon con intensidad, nobleza, deportividad y total caballerosidad. Los adversarios ayudaban a levantarse a sus rivales tras las lógicas caídas. Cada cual reconocía sus faltas, no hizo falta que nadie arbitrase. Todo se estaba desarrollando en un ambiente amigable y festivo. Cabe destacar que las tropas escocesas lucían sus típicos “Kilt”, así que durante el encuentro más de uno terminó rodando por los suelos con las partes “nobles” al viento y llenas de fango. Da frío solo pensarlo. 

 El legendario partido de fútbol de la "Tregua de Navidad"

Este hermoso y divertido momento se truncó en el instante en que uno de los comandantes germanos se enteró de lo que estaba sucediendo. Este ordenó la finalización del encuentro y ordenó a sus hombres el regreso inmediato a sus puestos en la trinchera. Para los futboleros curiosos decirles que el partido iba en ese momento 3-2 a favor de los teutones.

Así es como relató en una carta lo sucedido el teniente alemán Johannes Niemann:
 
“…Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.


La tregua duró unos días más, hasta el día 29 de diciembre y dependiendo del sitio incluso semanas más. Ocurrió a pesar de la oposición de los altos mandos de los ejércitos. Los comandantes británicos comunicaron que una tregua así nunca volvería a permitirse, afortunadamente se equivocaban. En años posteriores se ordenaron bombardeos de artillería en la víspera de tan señalada fecha para asegurarse de que no hubiera más reblandecimientos en medio del combate, ni confraternización con el enemigo. A pesar de esas medidas, hubo encuentros amigables entre soldados, pero en una escala mucho menor que la de la historia que os estamos contando.

  Prensa británica de la época.

Durante los dos años siguientes se produjeron otras situaciones de armisticio informal en ambos bandos. Debidamente disimuladas por los soldados a sus superiores de los Altos Mandos de los dos ejércitos. Según parece, cuando los comandantes británicos recién llegados al frente veían lo que ocurría no se lo podían creer. Veian tanto a británicos como alemanes exponiéndose sobre la línea de trinchera, dentro del alcance de las armas enemigas, fumando un cigarrillo y sin recibir ¡¡ni un solo disparo!!


 Amigos


Con bastante frecuencia, la artillería disparaba sobre sitios muy concretos, en momentos muy determinados. Generalmente donde y cuando no había nadie a quien herir o matar. Era como si unos a los otros se avisaran mutuamente. De hecho se dio una ocasión en la que al disparar un mortero que estaba mal asentado desde una trinchera germana, el proyectil se acercó a donde no debía bastante más de la cuenta, ¡¡Casi daba al enemigo!! El soldado alemán, tras la consiguiente lluvia de insultos, no tuvo inconveniente en disculparse con sus oponentes del otro lado de la “Tierra de Nadie”. Digno de cine cómico. Los mandos militares intentaron desesperadamente echar tierra encima a estos hechos, pero fue imposible. Las imágenes, cartas de los soldados no mienten.

 El lugar donde se produjo la Tregua de Navidad en la actualidad.

Tras esta preciosa historia, que es una muestra más que evidente de que los seres humanos podemos cambiar a mejor. Quería aprovechar para desearos a todos una Feliz Navidad y un muy próspero 2012. 

Ya que termina el año y este será el último post del 2011 en el Octavo Pasajero. Quería daros las gracias por vuestro apoyo. No os podéis ni imaginar lo motivador que puede llegar a ser. Por vuestros comentarios, generalmente positivos y amables con este humilde aficionado que se pone a escribir sobre estas temáticas lo mejor que puede y sabe. Por vuestras críticas, que son las que me hacen mejorar poco a poco. Gracias por estar ahí y ayudarme a crecer como persona. Sóis geniales.




El Octavo Pasajero.