jueves, 24 de marzo de 2011

Andrei Chikatilo. El Carnicero de Rostov.



Cuando escuchamos las palabras “asesino en serie” lo primero que nos viene a la mente son los estereotipos que el mundo del celuloide ha creado de este tipo de personajes. Los Anibal Lecter, Norman Bates, Jason Burguis y demás fauna cinematográfica han hecho mella en el subconsciente colectivo de la sociedad actual. Tienen algo que atrae y que fascina aunque las historias sean de lo más truculento. Pero nuestro “lado oscuro” siente el magnetismo de estas. Existe un instinto primario subyacente en nuestra psique, que hace que no podamos apartar la vista aunque lo deseemos fervientemente.

Pero eso es en lo cinematográfico. La realidad es otra, una terrible realidad de sufrimiento y dolor. Víctimas inocentes que por solo cumplir con un perfil físico o estar en el momento y lugar equivocados tienen la mala fortuna de cruzarse con uno de estos depredadores y sus terribles actos. Un humano que caza humanos. Alguien que nunca se arrepiente y que es plenamente consciente en todo momento de sus acciones criminales.

En la inmensa mayoría de los casos, el asesino en serie se gesta en la infancia. A los traumas infantiles provocados por malos tratos paternos o sobreprotección maternal, le podemos añadir episodios asociados a disfunciones sexuales. Las conductas sádicas con animales y la piromanía son también ingredientes básicos para el cóctel letal que da como resultado a un psicokiller.

El personaje que os traigo tiene todos esos indicadores y muchos más. Uno de los  asesinos en serie prototípicos de la historia negra mundial. En él se mezclan en su máxima expresión todas las circunstancias que pueden llevar a alguien a producir semejante dolor al prójimo.

Andrei Romanovich “Chikatilo” es nuestro hombre. Nacido en pequeño pueblo de Ucrania, Yablochnoye, en octubre de 1936, en plena época  estalinista. Su padre cayó prisionero del ejército alemán y posteriormente tiene que huir de las purgas de Stalin. La población soviética en ese momento vive una terrible hambruna. El proyecto soviético de colectivización de la agricultura provocó traslados masivos de trabajadores a zonas de cultivo. Estos traslados dejaron desolados a pueblos enteros. Los que se quedaron estaban prácticamente sin alimentos. Se llegó al límite de realizar prácticas tan terribles y extremas como el canibalismo. Este ambiente marcó totalmente la infancia de Andrei.
Su madre tuvo la ardua tarea de criar a sus dos hijos pequeños en solitario. Aunque no existe documentación de que acredite su existencia, al parecer Andrei tuvo un hermano mayor, Stepan, que fue secuestrado, asesinado y posteriormente devorado por vecinos de la localidad. Aunque otra opción que también se contempla, y parece ser la más fiable, es que era la misma madre la que utilizaba esta historia para evitar que ni él, ni su hermana menor se alejaran del domicilio familiar. Podemos imaginar el pánico que se le inculcó a dos críos de tan corta edad y las consecuencias que tuvo esto a posteriori al menos en Andrei.

En la escuela era víctima de las burlas y del acoso por parte de sus compañeros de clase. Incapaz de admitir su miopía, no lo hizo hasta los treinta años, era el típico torpón del que todos se reían. Andrei era incapaz de rebelarse ante las vejaciones a las que era sometido. Era el blanco de todo y de todos, él simplemente aguantaba el chaparrón. A todo esto añadir que padeció de enuresis y se orinó en la cama hasta la edad de doce años, con las consiguientes palizas y humillaciones también por parte de su madre.

Como podéis ver, estamos añadiendo poco a poco todos los síntomas propios de los asesinos en serie. Aun nos falta por llegar alguno que otro más….
    
En el despertar de sus instintos adolescentes, a Andrei le ocurre otro hecho que le marcará plenamente su futuro. En su primer acercamiento amoroso a una chica, eyacula al instante de tan solo abrazarla. Las burlas y las risas de la chica hicieron muchísimo daño en él. Al poco tiempo los problemas sexuales de Andrei eran “vox populi” en la escuela. La semilla del odio ya estaba sembrada y presta para germinar. Poco a poco su personalidad se estaba desmoronando.

Andrei cumplió con su deber de servir en el ejército. Poco después se graduó como profesor de lengua y literatura rusa, ingeniería y en marxismo-leninismo. Esto último y su militancia en el partido fueron casi su único refugio.

Gracias a las labores de “celestina” de su hermana, Andrei consiguió casarse. La chica era poco agraciada, pero menos era nada. Con ella fue imposible culminar una sola relación sexual de manera satisfactoria. Chikatilo era incapaz de conseguir y menos aun de mantener una erección. Alguna que otra vez consiguió la suficiente para poder dejar embarazada a su mujer. Como marido era tranquilo y sosegado, nunca gritaba a sus hijos y generalmente estaba subordinado a los designios de su esposa.

En la escuela donde comenzó a ejercer de profesor también era el objeto de las burlas del alumnado. Le apodaron el “Ganso” o el “afeminado”. Le llegaron a agredir arrojándole una manta encima y sacarlo del aula a patadas. Estaba aterrado con los alumnos, pero en su interior la bestia seguía creciendo y ya no tardaría en aparecer. Allí comenzó a sentir atracción por las niñas, a las que observaba en sus dormitorios.

Un frío y terrible día de diciembre de 1978, a los 42 años edad, comenzó la cadena de asesinatos de Chikatilo. Su primera víctima fue una niña de 9 años, Yelena Zakotnova. Utilizando su experiencia en el trato infantil, convenció a la pobre cría para que le acompañara a las afueras del pueblo, donde tenía una cabaña. Allí la llevó para abusar sexualmente de ella. En el forcejeo arañó a la pequeña y de la herida brotó sangre, algo que le provocó una erección inmediata y como nunca. El fatal vínculo entre sangre y sexo se había establecido. Ya no podría parar. Sacó un cuchillo y se lo clavó a la niña en el abdomen. Con cada puñalada notaba que se acercaba más al orgasmo y a su vez al infierno. No cesó hasta la eyaculación. A su mente llegaban las imágenes de las vejaciones, insultos y burlas a los que había sido sometido durante toda su vida. No pudo reprimir el odio y  la ira contenida que acumulaba su mente.

 Cabaña donde se produjo el primer crimen.

A los dos días apareció en cuerpo sin vida de la niña en el río Grushovka, cerca de la vivienda de Andrei, que  incluso fue interrogado por las autoridades. Pero la policía finalmente inculpó a otro agresor sexual. La bestia seguía suelta y con el tiempo se darían cuenta de su tremendo error.



El acoso al que sometió a algunas estudiantes del centro educativo le costó el puesto de trabajo en 1981. Pronto encontró un nuevo empleo en una fábrica y este le requería viajar bastante a menudo. Esta circunstancia le vino realmente bien para su carrera criminal.

El 3 de septiembre de 1981, Andrei cometió su segundo crimen. La víctima, una prostituta de 17 años llamada Larissa Tkachenko. Se dirigieron a un bosque cercano para mantener relaciones sexuales. Como era de esperar fue incapaz de consumar el acto, y la pobre chica no tuvo otra cosa que hacer que burlarse de su desequilibrado cliente. La ira cegó a Andrei. Sus manos apretaron el cuello de Larissa hasta su muerte. Eyaculó sobre su cuerpo inerte. Le lanzó brutales dentelladas en la garganta. Le cortó los senos y devoró los pezones. Todo con la brutalidad de una bestia fuera de si. Se dio cuenta de que volvería a matar y lo haría muchas veces.

Su tercera víctima fue Lyuba Biryuk, fue raptada y acuchillada más de 40 veces en una zona boscosa. A las mutilaciones múltiples, que repitió en este crimen, añadió otra variante. Le mutiló los ojos, esto se volvió algo común en sus asesinatos, se convirtió en la firma mortal de Chikatilo.

En 1983 terminó con la vida de cuatro personas, siendo dos de ellas prostitutas. Por primera vez se hallaba entre ellas una víctima masculina, a la que también sometió a todo tipo de mutilaciones y con la que llegó al extremo de ingerir sus genitales. A algunas de sus víctimas femeninas les introducía semen en la vagina con una ramita para simular una relación sexual completa e imposible para él. El aspecto de los cuerpos cuando eran descubiertos era aterrador. La policía no se podía explicar lo que estaba ocurriendo, jamás habían visto tanta brutalidad en un crimen. Ni se podían hacer una idea de cuanta le quedaba por ver.

El coto de caza particular que eligió Andrei fue las estaciones de trenes y autobuses. Allí seleccionaba a sus presas entre vagabundos, prostitutas y deficientes mentales. Pasaba las horas viendo pasar a la gente hasta que se decidía a atacar.

En 1984 asesinó a 15 personas. El intervalo entre crimen y crimen se estaba reduciendo de una manera preocupante. Decir que el útero de las víctimas era extirpado con tal precisión que todos los cirujanos de la provincia de Rostov pasaron a ser posibles sospechosos. Por cierto, ¿No os suena eso a otro famoso destripador?

El Coronel Fetisov fue enviado por Moscú para analizar que estaba pasando en Rostov. La maquinaria de propaganda soviética silenció todo lo que pudo el caso. No se podían permitir esa negativa publicidad de su “organizado” sistema. Viktor Burakov fue el elegido para llevar la investigación. En principio se centró en enfermos mentales y pedófilos fichados. Cuando el número de varones asesinados aumentó, los siguientes en ser investigados fueron la comunidad gay de Rostov. Las autoridades aprovecharon esto para fichar a muchos de ellos, pues la homosexualidad estaba totalmente prohibida. Cuando se abandonaron estas líneas de investigación se habían interrogado a miles de personas.

Burakov consultó con especialistas en psicología y psiquiatría de Moscú para realizar un perfil del asesino. Uno de ellos, el doctor Alexander Bukhanovsky, le remitió un informe en el que dio el siguiente perfil a groso modo: El asesino era un hombre, de entre 25 y 50 años. Padecía de alguna disfunción sexual. Mutilaba a sus víctimas tanto por frustración como por excitación sexual. No era ni retrasado mental ni esquizofrénico puesto que tenía capacidad para planificar y realizar sus ataques. La verdad que más acertado no pudo ser su informe.

Alexander Bukhanovsky y Viktor Burakov

Durante ese periodo Andrei fue detenido por conducta indecente. Fue sorprendido por un agente solicitándole sexo oral a una prostituta. En la maleta que siempre usaba hayaron un bote de vaselina, un cuchillo de cocina, una cuerda y una toalla. Nada más (y nada menos). Los investigadores creían que habían dado con el asesino. El jarro de agua fría llegó cuando los análisis sanguíneos dictaminaron que el grupo de Andrei era A y el del asesino que buscaban era AB. Estudios posteriores demostraron que Andrei pertenecía al pequeño porcentaje de personas en las que se da un grupo sanguíneo diferente en sangre y semen. Dado que no tenía antecedentes y era miembro del partido comunista fue liberado. Las fatales casualidades parecían que se combinaban de la peor manera.

A estas alturas de la historia, los sospechosos se cifraban en más de veinticinco mil. Andrei volvió a ser encarcelado durante tres meses por asuntos menores. No volvió a matar hasta agosto de 1985, cuando asesinó a dos mujeres. Su instinto letal parece que se controló durante 1986.  A mediados de 1987 retomó sus salvajes prácticas asesinando a varias personas, entre ellas un niño. En 1988 fueron 9 los asesinados. 1989 lo pasó en blanco y en 1990 de enero a noviembre liquidó a siete niños y dos mujeres. Todos ellos con el mismo “modus operandi”. El dispositivo policial ya era descomunal, eran miles los agentes centrados en la investigación. Moscú puso todos los medios posibles para la captura del asesino, al que apodaban el “Carnicero” o “Destripador” de Rostov.
Tras la aparición de uno de los últimos cadáveres la vigilancia se centró en la estación de Leskhoz. El 6 de noviembre Chikatilo asesinó a Sveta Korostik. Al regresar a la estación con alguna mancha de sangre en la cara y en la ropa es identificado por un agente, este lo deja seguir pero anotando sus datos. El nombre de Andrei Romanovich ya estaba encima de la mesa de Burakov desde hacía días, y cuando apareció el cuerpo las piezas comenzaron a encajar. Ya sabían que había sido apartado de la docencia por acusaciones de abusos. Los lugares donde aparecían los cuerpos coincidían con sus rutas laborales. Todas eran pruebas circunstanciales, les faltaban las pruebas definitivas o la confesión. El 20 de noviembre Chikatilo fue arrestado.
De los interrogatorios se encargó el procurador Kostoyev, un tipo realmente duro, que sabía perfectamente ejercitar la presión adecuada para hacer que un criminal se desmoronara y confesara todos sus crímenes. Pero con Chikatilo esa no fue una tarea fácil. Tenía diez días para conseguir esa confesión y este negaba la mayor una y otra vez. Solo confesó alguna que otra debilidad sexual, nada más.
Pasaban los días y solo se conseguía que Andrei se pusiera más a la defensiva. Así que Burakov optó inteligentemente por cambiar de estrategia y solicitó que viniera desde Moscú el Doctor Alexander Bukhanovsky.  El doctor se sentó frente a Andrei y le trató en todo momento con amabilidad, cortesía y escuchándole con atención. Era la primera vez que le pasaba en su vida. Le bastaron dos horas para que Andrei confesara todos sus crímenes y sacara a la luz los fantasmas que le perseguían desde pequeño en su cerebro. Recordaba lugares y detalles de todos y cada uno de los crímenes. Los recreó con ayuda de un maniquí y guió a los investigadores a los lugares de los hechos. La terrible cifra final con la que finalizó su periplo criminal ascendió a 53 asesinatos, 31 mujeres y 22 hombres.

En abril de 1992 Chikatilo fue juzgado en Rostov. Durante las sesiones se le introducía en una jaula esta vez para protegerlo de los familiares de sus víctimas. Chikatilo impresionaba. Con la cabeza rapada y la mirada perdida era la personificación del mal. De vez en cuando babeaba y ponía los ojos en blanco. Su defensa se planteó desde el punto de vista de la enfermedad mental, pero esto fue desmontado con facilidad por los fiscales y por los exámenes psicológicos. Andrei era consciente en todo momento de sus actos y estaba capacitado para discernir el bien del mal. Sus actos eran premeditados y se le consideró legalmente sano para recibir sentencia.



Tras dos meses de deliberaciones, el juez declaró culpable a Andrei Romanovich Chikatilo de 52 asesinatos y cinco violaciones, por lo que fue condenado a la pena capital. El 15 de febrero de 1994 al ser rechazada una apelación fue ejecutado con una la bala en la cabeza. Fue el fin de las andanzas criminales del Carnicero de Rostov, Andrei Chikatilo.



"Soy un error de la naturaleza, una bestia salvaje enfadada..."
Andrei Chikatilo