viernes, 23 de diciembre de 2011

La "Tregua de Navidad". Luz entre sombras.





El ruido de los cañones había cesado. De repente se hizo el silencio. Este, solo era perturbado por los amargos lamentos de dolor de los heridos de uno y otro bando. El aire cortaba como una navaja bien afilada y el frío se aferraba a los huesos como si pretendiera quebrarlos. La angosta y serpenteante trinchera era un camino de muerte, dolor y miedo. ¿Qué le había sucedido al ser humano para provocar semejante desastre? ¿Se había vuelto loco todo el mundo?

Esta era la penosa situación en la que se encontraban miles de soldados en el frente. Era la I Guerra Mundial, la terrible “Gran Guerra”. En ella, como en todas las guerras saldría a relucir el lado más oscuro y atroz del ser humano. Pero en este mar de sombras y por unas cuantas horas, surgió un atisbo de hermosa luz. Un grupo de soldados protagonizó uno de los más bellos momentos que hemos dado los seres humanos en tiempo de guerra. Momentos que demuestran que podemos cambiar y que todavía podemos tener, aunque sea poca, algo de esperanza en nuestra especie. Esa que es capaz de lo mejor y demasiado a menudo, de lo peor.

Como en el Octavo Pasajero, aunque no lo creáis, también tenemos nuestro corazoncito y como estamos a las puertas de la Navidad, no trataremos ninguna tragedia, aunque en principio pueda parecerlo. En esta ocasión reviviremos la hermosa historia  de la “Tregua de Navidad” que se dio entre soldados alemanes y británicos en el frente franco-belga. Así que poneros ropa de abrigo y no olvidéis el casco que nos vamos a toda velocidad. ¿Preparados para el salto cuántico? Ignición, 3, 2, 1…

Nuestra máquina del tiempo ha llegado a las afueras de Ypres, una pequeña ciudad belga muy cercana a la frontera con Francia. Llegamos al frente occidental. Agachaos, que las balas pasan cerca y observemos la escena.

Los dos contendientes, alemanes y británicos, estaban enfrascados en la que se denominó la “Guerra de las Trincheras”. Un laberinto de estrechas trincheras era el testigo mudo de un terrible enfrentamiento que se estaba llevando por delante a millares de soldados. Aquel invierno de 1914 fue realmente duro. El frío y el hambre estaban haciendo mella en los soldados tanto o más que las propias balas. El sufrimiento físico y mental era enorme.

 Trinchera con soldados británicos.

Entre unos y otros, un terreno baldío y desolado, sembrado de cadáveres. Los soldados lo llamaban la “Tierra de Nadie”. El fuego de artillería y de los fusiles había aniquilado todo atisbo de vida en esa franja de cincuenta metros que separaba los dos bandos.

Trincheras británicas


Ante este desolador panorama, para colmo llegó la Navidad. Si ya de por sí era duro soportar la vida diaria en la trinchera con peso de los recuerdos y la nostalgia encima, pasar la Nochebuena en esta situación era devastador para la ya bastante maltrecha moral de la tropa. Pero en cierto momento y ante la atónita mirada de los soldados británicos, las trincheras alemanas comenzaron a iluminarse con luces de árboles de navidad. Estos habían sido enviados al frente por expresa orden del Káiser Guillermo con la intención de elevar la moral de sus soldados. Y entonces surgió la magia. Los soldados dejaron de serlo y solo fueron seres humanos. Una bella melodía rompió el silencio de la noche e inundó de luz los corazones de los que allí se encontraban. Los alemanes comenzaron a cantar el clásico villancico “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Vamos, el “Noche de Paz, noche de amor” de toda la vida. Los británicos, tras aguantar las lágrimas, la emoción y la aglomeración de recuerdos felices, rompieron a aplaudir a los germanos. Como no podía ser de otra manera, para no ser menos que para eso eran británicos, “contragolpearon” con el villancico “The first Nöel, the angel did say”. Era la batalla más bella que jamás habían visto los tiempos. El clímax de la situación llegó cuando todos al unísono entonaron el “Adeste Fideles”. Las notas musicales habían sustituido a las balas y los buenos deseos a las bombas de artillería.

Soldados británicos y alemanes.


La distensión y la magia que se respiraba en el ambiente se fueron acrecentando con el paso de los minutos. Algunos soldados comenzaron a salir de ese maldito lugar que era la trinchera. Ocultos en la penumbra, superando el miedo y como quien no quiere la cosa se fueron acercando unos a los otros. La “Tierra de Nadie” estaba siendo conquistada únicamente por seres humanos. Los uniformes y las banderas se dejaron a un lado. Durante un buen rato los soldados charlaron, fumaron y bebieron juntos. Unos a los otros se mostraban mutuamente las fotos de sus novias, esposas e hijos. Intercambiaban direcciones para poderse encontrar algún día cuando ese infierno terminara y poder tomar una pinta de cerveza en paz. Simplemente celebraban la Navidad. Y eso significaba mucho para todos ellos. 

Confraternización.

Al día siguiente, la espontánea tregua continuaba siendo un hecho. Y entonces se produjo una de las situaciones más increíbles que jamás se haya dado en una guerra. Y en esta ocasión la iniciativa partió del bando británico. Un soldado escocés tuvo la genial y brillante idea de aparecer con un balón. Rápidamente, como cuando éramos niños, se organizó un partido de futbol. Tras adecentar todo lo posible lo que sería el terreno de juego, hicieron las porterías con gorros y cascos, y los límites más o menos a ojo de buen cubero. El campo, la verdad que no estaba ni para muchas florituras  y exquisiteces. Pero en ese terreno donde se había vertido tanta sangre, en esta ocasión no habría muertos ni batallas y los disparos no serían de fusil, solo serían con un balón para intentar marcar un gol. Alemanes y británicos se emplearon con intensidad, nobleza, deportividad y total caballerosidad. Los adversarios ayudaban a levantarse a sus rivales tras las lógicas caídas. Cada cual reconocía sus faltas, no hizo falta que nadie arbitrase. Todo se estaba desarrollando en un ambiente amigable y festivo. Cabe destacar que las tropas escocesas lucían sus típicos “Kilt”, así que durante el encuentro más de uno terminó rodando por los suelos con las partes “nobles” al viento y llenas de fango. Da frío solo pensarlo. 

 El legendario partido de fútbol de la "Tregua de Navidad"

Este hermoso y divertido momento se truncó en el instante en que uno de los comandantes germanos se enteró de lo que estaba sucediendo. Este ordenó la finalización del encuentro y ordenó a sus hombres el regreso inmediato a sus puestos en la trinchera. Para los futboleros curiosos decirles que el partido iba en ese momento 3-2 a favor de los teutones.

Así es como relató en una carta lo sucedido el teniente alemán Johannes Niemann:
 
“…Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.


La tregua duró unos días más, hasta el día 29 de diciembre y dependiendo del sitio incluso semanas más. Ocurrió a pesar de la oposición de los altos mandos de los ejércitos. Los comandantes británicos comunicaron que una tregua así nunca volvería a permitirse, afortunadamente se equivocaban. En años posteriores se ordenaron bombardeos de artillería en la víspera de tan señalada fecha para asegurarse de que no hubiera más reblandecimientos en medio del combate, ni confraternización con el enemigo. A pesar de esas medidas, hubo encuentros amigables entre soldados, pero en una escala mucho menor que la de la historia que os estamos contando.

  Prensa británica de la época.

Durante los dos años siguientes se produjeron otras situaciones de armisticio informal en ambos bandos. Debidamente disimuladas por los soldados a sus superiores de los Altos Mandos de los dos ejércitos. Según parece, cuando los comandantes británicos recién llegados al frente veían lo que ocurría no se lo podían creer. Veian tanto a británicos como alemanes exponiéndose sobre la línea de trinchera, dentro del alcance de las armas enemigas, fumando un cigarrillo y sin recibir ¡¡ni un solo disparo!!


 Amigos


Con bastante frecuencia, la artillería disparaba sobre sitios muy concretos, en momentos muy determinados. Generalmente donde y cuando no había nadie a quien herir o matar. Era como si unos a los otros se avisaran mutuamente. De hecho se dio una ocasión en la que al disparar un mortero que estaba mal asentado desde una trinchera germana, el proyectil se acercó a donde no debía bastante más de la cuenta, ¡¡Casi daba al enemigo!! El soldado alemán, tras la consiguiente lluvia de insultos, no tuvo inconveniente en disculparse con sus oponentes del otro lado de la “Tierra de Nadie”. Digno de cine cómico. Los mandos militares intentaron desesperadamente echar tierra encima a estos hechos, pero fue imposible. Las imágenes, cartas de los soldados no mienten.

 El lugar donde se produjo la Tregua de Navidad en la actualidad.

Tras esta preciosa historia, que es una muestra más que evidente de que los seres humanos podemos cambiar a mejor. Quería aprovechar para desearos a todos una Feliz Navidad y un muy próspero 2012. 

Ya que termina el año y este será el último post del 2011 en el Octavo Pasajero. Quería daros las gracias por vuestro apoyo. No os podéis ni imaginar lo motivador que puede llegar a ser. Por vuestros comentarios, generalmente positivos y amables con este humilde aficionado que se pone a escribir sobre estas temáticas lo mejor que puede y sabe. Por vuestras críticas, que son las que me hacen mejorar poco a poco. Gracias por estar ahí y ayudarme a crecer como persona. Sóis geniales.




El Octavo Pasajero.


martes, 6 de diciembre de 2011

William Wallace, la leyenda de Braveheart.




Uno de los “Pasajes de la Historia” más aclamados de nuestro siempre recordado Juan Antonio Cebrián en su “La Rosa de los Vientos”, fue sin lugar a dudas el que dedicó al héroe escocés William Wallace. Cebrián, con su grandísimo talento para la divulgación, fue capaz de transmitirnos con auténtica pasión la inmensa magnitud de este personaje. A mí personalmente, y supongo que a muchos de vosotros, Juan Antonio Cebrián consiguió que con la imaginación fuera partícipe en primera persona de la historia del escocés que nunca se rindió, del hombre que luchó incansablemente por liberar a su pueblo del yugo del rey inglés Eduardo. Durante unos memorables minutos de radio, viví y luché junto a William Wallace, sus victorias y sus derrotas fueron las mías. Sirva este artículo como un humilde homenaje a ambos hombres, William y Juan Antonio, que seguramente ya se han encontrado en el Olimpo de los personajes históricos. Así que preparad vuestras espadas “Claymore”, el kilt y las pinturas de guerra. Nos vamos de viaje espacio-temporal a la Escocia de finales del siglo XIII y la cosa estará movidita. ¡¡¡Que suenen las gaitas!!!  ¡¡¡ALBA GO BRAGH!!!

Para situarnos un poco tras el viaje en el tiempo, que por cierto deja bastante descolocado y con un dolor de cabeza terrible, deciros que hemos aterrizado en las Tierras Altas escocesas, las Highlands, en el año 1270. Este es el año en que vino al mundo nuestro personaje, William Wallace. No nos demoremos más y vayamos a conocerlo. 

Wallace es un personaje que ha generado muchas controversias. La primera de ellas es en lo referente a su origen, con el que existe una fuerte disputa académica al respecto. Por una parte están los historiadores que defienden el origen noble, venido a mucho menos en todo caso y los que defienden su origen plebeyo. También, como no podía ser de otra manera, el lugar de nacimiento de William es otro motivo de debate para muchos estudiosos. Respecto a la primera cuestión, la opción de que pertenecía a la pequeña nobleza escocesa es la que tiene más visos de realidad. Aunque recientes hallazgos indican de que cabe la posibilidad de que fuera un militar o incluso cazador, esta versión tiene muchas lagunas. Optamos claramente por la primera de ellas por unos detalles que expondremos posteriormente. Y en lo referente al lugar de nacimiento, según  la mayoría de los académicos, es la localidad de Elderslie entre muchas otras, la que resulta vencedora a la hora de poder atribuirse el de nuestro héroe. Analicemos a groso modo cual era el contexto histórico en el que Wallace dio sus primeros pasos.

Alejandro III, El Glorioso

Escocia en ese momento era un país independiente que tenía un cierto nivel de prosperidad. Su rey, Alejandro III, apodado “El Glorioso”, reinó durante la nada despreciable cifra de treinta y siete años. Todo iba fenomenal hasta que un trágico suceso acaeció en la corona escocesa y a la postre daría al traste con los buenos tiempos que vivían los escoceses en esa etapa de su historia. En 1286, tras una reunión asuntos de estado en Edimburgo, el rey Alejandro partió hacía su castillo. Como el hombre debía de ser muy fogoso, optó por tomar el camino más corto y también más peligroso para tener un tórrido y nocturno encuentro con su amada reina. Ocurrió lo inevitable, el rey se despeño por un risco con caballo incluido, falleciendo en el acto y dejando como única heredera a su nieta Margaret, de tan solo tres años. Esta fue reconocida como reina de Escocia por el mismísimo rey Eduardo I de Inglaterra, que inmediatamente pensó en casarla con su hijo Eduardo, al que por cierto no le hacía la más mínima  gracia eso de tenerse que casar con una mujer, y menos tener que fabricar un heredero para la corona. Margaret, que era conocida como “La Doncella de Noruega”, partió hacia Escocia acompañada por su séquito, pero jamás llego a su destino. Falleció durante la travesía como consecuencia de su débil estado de salud. Esto, como no puede ser de otra manera, derivó en una disputa tremenda entre la alta nobleza escocesa para conseguir el derecho a la sucesión. Entre muchos candidatos, John Balliol y Robert Bruce se alzaron como favoritos para el premio que significaba la corona escocesa.

Sir John Balliol

Esta situación le vino que ni pintada al rey Eduardo I de Inglaterra, apodado “Longshanks”, “Patas largas” para nosotros los castizos. Este fue solicitado por los nobles escoceses para que mediara en el conflicto. Desde luego que al que se le ocurrió la idea... El momento era el propicio para anexionarse otra nación como ya hizo previamente, y con extrema crueldad, con Gales.


Eduardo I, Longshanks

En un primer momento Eduardo I optó por darle la corona a John Balliol. Pero un pacto posterior firmado entre escoceses y franceses hizo que “Longshanks” montara en cólera.  Cuando esto ocurría, el rey inglés no conocía ni a su propia madre. De inmediato los escoceses reclutaron un ejército para invadir el norte de Inglaterra. Eduardo contraatacó tomando la ciudad de Berwick. La ciudad fue masacrada. Hombres, mujeres y niños fueron pasados a cuchillo y sus cuerpos arrojados al mar. No hubo piedad para ninguno de ellos. Tras esto, las tropas inglesas y escocesas se encontraron en Dunbar, donde las segundas fueron estrepitosamente derrotadas. Escocia quedó totalmente indefensa. John Balliol fue capturado y llevado a la Torre de Londres. Una vez apresado el rey, Eduardo se apropió de la “Roca del Destino”, la mítica roca donde apoyó su cabeza Jacob en el pasaje del Génesis donde este sueña con la escalera. Esta roca era utilizada por los reyes escoceses en sus coronaciones.




 La Roca del Destino

No todos los escoceses se plegaron a los pies de Longshanks, en 1297 comenzaron las revueltas encabezadas por algunos nobles. Entre ellos estaba Robert Bruce, el nieto del antiguo aspirante al trono. Muy pronto entraría nuestro héroe en escena.



Robert Bruce


William Wallace por aquellos entonces era un fornido joven, culto e instruido, por lo que la hipótesis de que su padre, Malcom Wallace, pertenecía a una familia de terratenientes toma bastante fuerza.. Según algunos historiadores pudo ser instruido en la abadía de Paisley, lugar donde aprendió varios idiomas, entre ellos francés, inglés y latín, vamos, que no era un analfabeto ni mucho menos. Físicamente como que no se parecía mucho a Mel Gibson en la película Braveheart. Gibson mide un escasito 1,70m mientras que William Wallace era lo que llamamos en Andalucía, un armario empotrado de tres puertas que sobrepasaba los dos metros. Solo decir que su espada, que se conserva a día de hoy, mide “tan solo” 1,65m, casi nada, si no te mataba del corte, te mataba del golpe.



William Wallace


La situación social en Escocia era realmente opresiva. El rey Eduardo exigía cada vez más y más impuestos para sufragar su guerra contra los franceses. La población se sumía en la pobreza y el hambre a pasos agigantados. A esto hay que sumar los desmanes y abusos de las autoridades inglesas sobre las pobres gentes. Uno de estos desmanes provocó que la figura de Wallace apareciera y de que manera.

Marion Braidfute, la esposa de William Wallace, fue brutalmente asesinada por el alguacil de Lanark. Su garganta fue sesgada por el puñal del inglés. Al enterarse de la noticia, William, con toda lógica, la lió parda dando muerte al alguacil y varios de sus hombres. Comenzaba así la leyenda de Braveheart, una auténtica pesadilla para los ingleses. A día de hoy existe la teoría de que la mujer de Wallace no fue realmente asesinada y que las andanzas de Wallace comienzan porque este mató al hijo de un noble inglés en una reyerta callejera. Pero al fin y al cabo, Wallace iba a montarla y vaya si lo hizo.

En un principio Wallace es acompañado solo por algunos de sus amigos. Con el tiempo, más y más hombres comienzan a unirse a su justa causa. Un ejército de leales escoceses se estaba gestando y seguirían a Wallace hasta cualquier final. Optarían por la guerra de guerrillas como táctica más utilizada, al menos en un principio. Los ataques a las fuerzas inglesas eran letales, rápidos y precisos. No había piedad con el inglés.

Llegó un momento en que los seguidores de Wallace ya se contaban por miles y fueron muchos más en el momento en que se les unieron las tropas de otro sublevado, un noble, Andrew de Moray. Ambos decidieron plantar batalla a los ingleses. La cita sería en Stirling Bridge y pasarían a la historia.

El rey Eduardo envió al mando de su ejército a Sir Hugh Cressingham y a Sir John de Warenne, el cual ya había demostrado previamente sus dotes derrotando a los escoceses en la anteriormente citada batalla de Dunbar. El lugarteniente de Wallace, James Stewart, fue enviado a parlamentar con los ingleses. Este les recomendó educadamente que se retiraran y que pusieran rumbo a Inglaterra a la mayor celeridad. Como era de esperar, Warenne se limitó a troncharse de la risa y para no ser menos, envió más tarde un mensaje a Wallace con dos monjes dominicos. En dicho mensaje se les exigía la rendición incondicional a los escoceses. Como al parecer la cosa estaba a ver quién lanzaba la chulería más grande, Wallace le respondió con lo siguiente: “…Volved con vuestros amigos y decidles que no hemos venido aquí sino a luchar, determinados a tomar venganza y liberar a nuestra patria. Decidles que vengan aquí y que nos ataquen, estamos esperando para enfrentarnos a ellos cara a cara", ¡¡toma ya!! Así que los comandantes ingleses dispusieron a sus veinticinco mil soldados de infantería y sus seiscientos jinetes de caballería acorazada para cruzar el puente de Stirling.

Stirling Bridge

Los escoceses eran solo siete mil soldados de infantería y unos ciento cincuenta jinetes. Wallace tenía claro que no podía dejar que el ejército de “Longshanks” se posicionara, sería algo suicida. Así que la estrategia sería atacar a los ingleses mientras cruzaran el largo y estrecho puente de Stirling. A través de dicho puente y debido al escaso ancho, solo podían pasar un par de jinetes de caballería pesada a la vez. A pesar de las súplicas para que no lo hicieran por parte de Richard Lundie, un noble escocés enrolado en el bando inglés, Cressingham y Warenne dieron la orden de avanzar a su ejército. Wallace tenía que apaciguar a los suyos para que no se abalanzaran sobre el enemigo a las primeras de cambio. Estaban ávidos de derramar sangre inglesa en la tierra de Escocia. La caballería inglesa tomó la iniciativa y lanzó una terrible carga. El grito de guerra de los escoceses, ¡¡¡Alba go Bragh!!!¡¡¡Escocia siempre!!! resonó con fuerza desde las miles de gargantas escocesas que lo entonaron. Wallace en ese momento dio rienda suelta a los suyos desatando el infierno en la tierra y una lluvia de flechas ennegreció el cielo de Stirling para precipitarse sobre las tropas inglesas. Las fuerzas de Moray embistieron al enemigo por retaguardia partiéndolo en dos grupos. Llegó la hora de las gigantescas espadas escocesas, las “Claymore”. Fue una carnicería. Los soldados ingleses eran mutilados sin piedad. Los cuerpos desmembrados de los soldados estaban esparcidos por todos sitios. Warenne envió refuerzos a la desesperada, pero debido al peso, el puente se vino abajo provocando que cayeran al río cientos de soldados ingleses, entre ellos Sir Cressingham. La victoria fue total y absoluta. Un ejército irregular había sido capaz de derrotar al disciplinado ejército inglés, eso era algo impensable. Con Warenne pasó lo que tenía que pasar. En esa época no se andaban con chiquitas, así que fue desollado vivo y sus restos esparcidos por toda Escocia. Desde luego que bestias eran para dar y regalar en esos tiempos.

La espada "Claymore" de William Wallace


Wallace, gracias a esta memorable victoria fue nombrado por los nobles escoceses “Lord Protector de Escocia” y se le comenzó a conocer como “Braveheart”, el corazón valiente. De Moray, debido a las heridas recibidas, falleció a las pocas semanas de la batalla de Stirling Bridge. Una gran pérdida sin duda para los escoceses.

El rey Eduardo no iba a permitir que las cosas quedaran así ni mucho menos, menudo era él. Organizó un ejército y esta vez sería él mismo en persona el que lo dirigiera. Veinticinco mil soldados de infantería y dos mil jinetes acorazados serían las credenciales que presentaría el rey inglés. Wallace mientras tanto, no pudo reunir más de diez mil hombres y un escaso grupo de jinetes. Una vez más la inferioridad numérica se convertía en un hándicap para los highlanders.

Cuando el rey de Inglaterra comenzó la ofensiva, Wallace optó por la táctica de la tierra quemada. En este juego del gato y el ratón, los escoceses quemaban los campos y negaban cualquier tipo de suministro a las tropas inglesas. La necesidad se hizo imperiosa en el seno del ejército de Longshanks. La situación era tal que la infantería galesa se amotinó, pero Eduardo tuvo la habilidad de reconducir una situación que de haber continuado habría supuesto un estrepitoso fiasco para el monarca.

William Wallace, con su ejército de campesinos, estaba agazapado en el bosque de Callendar, a trece millas de Falkirk, lugar donde ambos contendientes medirían sus fuerzas.

Los escoceses prepararon sus enormes lanzas para frenar la embestida de la caballería acorazada de los ingleses. Entre líneas se situaron los arqueros y en retaguardia los jinetes del John Comyn, un noble escocés. El rey Eduardo dio la orden de atacar y desatar el infierno. El rugido de los cascos de la caballería acorazada crecía en intensidad mientras los escoceses esperaban el impacto con el miedo dibujado en sus ojos. El sonido era ensordecedor y el choque fue terrible. Los gritos de dolor y sonido de la lucha inundaron el ambiente. Hombres y bestias yacían desparramados por los suelos en un verdadero mar de sangre. El rey ordenó la retirada de la caballería para poder salvar lo poco que quedaba del tremendo impacto con los lanceros. De momento todo iba tal y como Wallace había previsto. Pero hubo un factor con el que no había contado y que fue definitivo. En el momento en que la caballería escocesa fue reclamada, esta permaneció quieta en un primer momento para pasar a retirarse posteriormente y dejar a Wallace en la estacada. Los nobles que habían aportado la caballería fueron comprados por Longshanks, tierras y privilegios fueron su precio. Decir que algunos de los nobles traidores posteriormente a la batalla pagaron con su sangre la traición a Wallace, según parece él mismo tuvo el inmenso placer de cobrarla. Pero sigamos con la batalla…

La infantería de Wallace había solventado más o menos bien el primer envite así que se prepararon para lo que les venía encima, que era mucho. Como la caballería de los escoceses se largó de rositas, los batallones de arqueros galeses utilizaron sus arcos de largo alcance a su antojo. El ataque fue atroz. La lluvia de flechas masacró las fuerzas de Wallace que no tenían el más mínimo refugio para poder evitarlas. La derrota de los highlanders fue total. La sangre y los cuerpos sin vida de miles de soldados formaban un espantoso tapiz sobre las tierras de Falkirk. Wallace consiguió escapar a duras penas y le faltó muy poco para ser capturado por los ingleses.

Si la derrota en la batalla de Falkirk no fue definitiva para Escocia, fue sin duda por la táctica de “tierra quemada” realizada por Wallace. El ejército de Longshanks había quedado tan seriamente tocado que fue imposible una invasión total de Escocia. Así que no tuvo mas remedio que retirarse a Carliste y allí lamer sus heridas. A pesar de ofrecer dinero y tierras a los que se quedaran con él, en el ejército del rey Eduardo se produjeron deserciones por miles. Los soldados como que no tenían muchas ganas de pasar por otro infierno como el que habían pasado. Así que la batalla de Falkirk solo sirvió para dar un golpe al ejército escocés y hacer que Wallace cayera en desgracia en el seno de la nobleza escocesa.

Las envidias y ambiciones nobiliarias hicieron que Wallace fuera despojado del título de “Guardián de Escocia”, cargo que pasó a manos de John Comyn, el que dejó en la estacada a nuestro héroe y a Robert Bruce. Ambos estaban siempre a la gresca por las interminables cuestiones dinásticas.

Wallace en ese momento optó por salir de Escocia rumbo a Europa, su misión era buscar apoyos para la causa escocesa. En 1299 visitó el Vaticano y París. A partir de ahí nada se sabe de él en tres años. Hacia 1303 Wallace vuelve a casa. Su regreso coincide con la firma de un tratado entre Eduardo I de Inglaterra y Felipe IV de Francia en el que se ponía fin a la guerra y excluía a Escocia de cualquier negociación. Este tratado daba vía libre a los ingleses para centrarse detenidamente en los escoceses. Comyn ante la perspectiva tuvo que maniobrar rápidamente y consiguió en 1304 un acuerdo con Eduardo “Longshanks” bastante favorable para Escocia. No habría represalias, ni confiscaciones, pero había una terrible y dolorosa condición por parte del rey inglés. Wallace tendría que ser entregado para ser juzgado en Inglaterra por traición.

William Wallace a su regreso reunió un pequeño grupo de hombres que ocultos en los bosques siguieron hostigando a las tropas Inglesas. William Wallace “Braveheart” no se rendiría nunca. Pero toda historia tiene un fín, y el de Wallace estaba realmente próximo.

El 3 de agosto de 1305, William Wallace es traicionado por uno de sus hombres, un tal Jack Short, y es entregado a los ingleses en las cercanías de Glasgow. Longshanks estaba logrando ganar la partida sin lugar a dudas.

William fue trasladado a Londres para ser sometido a juicio con el cargo principal de alta traición, pero la lista era interminable, prácticamente estaba acusado de todo. Wallace en ningún momento se declaró culpable de traición, afirmando en el juicio que no era culpable de tal traición pues nunca acepto a Eduardo I como rey, así que…

Juicio de William Wallace

Wallace fue declarado culpable y condenado a muerte. Pero antes de cumplirse la sentencia sería sometido a una sarta de atrocidades que da verdadero pavor el solo pensarlo. Esto es el Octavo Pasajero, así que habrá que darle un repasito al catálogo, prepárense. Fue colgado desde una altura en la que no se le rompiera el cuello al ser arrojado. Ahogado hasta el límite de evitar la muerte en el último momento. Fue estirado y arrastrado durante varios kilómetros por caballos. Una vez llegado a su destino fue emasculado, es decir, sus atributos viriles fueron cortados de su sitio. Fue destripado vivo, e imaginad la fortaleza de este bravo hombre que solo murió cuando le fue arrancado el corazón de su interior. Su cadáver fue decapitado y descuartizado. Su cabeza fue clavada en una pica en el puente de Londres y sus extremidades enviadas a Escocia para “insinuar” lo que le ocurriría al osado que se alzara contra el rey de Inglaterra.

William Wallace

 Ese fue el fin de William Wallace pero no el de la resistencia escocesa. A su muerte continuaron las intrigas palaciegas entre los nobles escoceses. John Comyn, que casi con toda seguridad estuvo implicado en la entrega de Wallace a los ingleses, fue asesinado por Robert Bruce y Roger de Kirkpatrick. El camino a la corona de Escocia quedaba totalmente libre para Bruce, que se coronó rey de Escocia a las pocas semanas de la muerte de su rival. Esto le pilló al rey Eduardo totalmente a contrapié que montó en cólera y decidió que inmediatamente debía de castigar a Robert Bruce. 

Asesinato de John Comyn

En  junio de 1306, Bruce fue derrotado y capturado en la Batalla de Methven junto a su hermano Niall, que fue ejecutado. Pero el 7 de julio, el rey Eduardo I de Inglaterra murió. Su hijo, el débil Eduardo II accedió al trono inglés y esto espoleó a los rebeldes escoceses. Bruce consiguió escapar y organizó un grupo de guerreros que sometió a los ingleses a una constante guerra de guerrillas. Finalmente, tras una serie victoriosa de batallas que culminaron con la Batalla de Bannockburn,  Robert Bruce consiguió la independencia de Escocia, la cual se matuvo por casi cuatrocientos años. Así se culminaba el sueño de William Wallace, Braveheart, el gran heroe escoces por los siglos de los siglos.


ALBA GO BRAGH!!!!

martes, 15 de noviembre de 2011

Escuadrón 731. El Infierno en Manchuria.



 Sede del Escuadrón 731 en Pingfang

Aquellos que seguís el blog del Octavo Pasajero estáis acostumbrados a historias que muestran lo mejor y lo peor del ser humano. Héroes y villanos se han mezclado en aventuras y en tramas oscuras que han llegado a ser realmente duras de recrear en algunos momentos. Asesinos seriales, gobernantes psicópatas o bestias como salidas del infierno nos han acompañado a lo largo de estos meses. Casi todos ellos tenían una nota en común, sus mentes estaban enfermas. En cierto momento de sus vidas y por incontables causas, los protagonistas perdían el control. Pero sus terribles actos casi siempre se producían desde el plano estrictamente individual. La situación se agrava cuando pasamos de la maldad individual a la barbarie colectiva, esta perpetrada por científicos y militares. En un artículo anterior tratamos el terrible y macabro proyecto estadounidense MK Ultra y sus nefastas consecuencias para sus victimas. Pues bien, el Mk Ultra era un juego de niños comparado con los hechos que trataremos en esta ocasión. El proceso de documentación os puedo asegurar que ha sido realmente duro y difícil de asimilar para mí. La terrible y lamentablemente desconocida historia del Escuadrón 731 es una de las mayores atrocidades cometidas jamás por los seres humanos. Abrochaos bien los cinturones porque lo que se nos viene encima no os dejará indiferentes y os aviso que en determinados momentos será bastante duro.

Cuando empleamos el término “Holocausto”, al 99,9% de las personas nos viene la imagen de los campos de concentración nazis en la II Guerra Mundial, donde fueron asesinados casi seis millones de seres humanos. Pero han acaecido muchos holocaustos a lo largo de la historia. Dependiendo de la ocasión con mayor o menor cantidad de víctimas y con métodos más o menos brutales. Especialmente uno de ellos ha pasado bastante desapercibido y que temporalmente, al igual que el alemán, se produjo en el mayor conflicto bélico de la historia. En esa ocasión no fueron los nazis alemanes los ejecutores del genocidio. Esta vez fue el ejército imperial japonés el que perpetró una cantidad ingente de atrocidades como no se recuerda a lo largo de la historia.

Estamos en 1937. Se está gestando la II Guerra Mundial. El Imperio Nipón está en pleno proceso de expansión. Taiwán ya era una posesión japonesa desde 1895 y la anexión de los territorios chinos de Manchuria, con un gobierno títere, se convierte en un hecho en 1931. Pero la cosa no quedaría ahí. En 1937, tras unos incidentes de escasa importancia que sirvieron como excusa, se desatan las hostilidades y la guerra comienza. En el contexto de este conflicto, que se fusionaría temporalmente con la II Guerra Mundial, el Ejército Imperial Japonés pone en marcha el “Laboratorio de Investigación y Epidemiología” de la Kempeitai, la policía militar japonesa similar a las SS alemana. Esta era la encargada de contrarrestar influencias político-ideológicas por parte de los enemigos del Imperio. Os podéis imaginar que métodos utilizaba para contrarrestar.

Mapa del Imperio Nipón

Dentro del Laboratorio de Investigación y Epidemiología se creó un programa secreto de investigación y desarrollo de armas biológicas al que se denominó “Escuadrón 731”. Este se ubicó en Manchukuo (Manchuria) y en un primer momento utilizaría como tapadera la vigilancia del tratamiento y purificación de aguas. El control del proyecto recaía sobre la rama política del ejército, a la que se denominaba Kodoha, el Partido Bélico, para que andar por las ramas.

El Kodoha pasó a ser equivalente japonés del Partido Nazi alemán. Toda una descabellada y delirante parafernalia de supremacía racial y teorías racistas se daban cita en esta versión japonesa.

En 1932 se designó como responsable del Escuadrón 731 al Teniente General Shiro Ishii. Un doctor en medicina especializado en microbiología y al que la definición de “monstruo” quizás se le quede bastante corta.

Teniente General Shiro Ishii
 
Para dar inicio al programa de investigación se procedió a la construcción de un campo de prisioneros en Zhong Ma. Pero en 1935 una fuga de prisioneros y una fuerte explosión obligó el traslado a la localidad de Pingfang. Esta vez el complejo sería más seguro y con mucha más capacidad.

Dentro del Escuadrón 731, Ishii fundó un grupo secreto de investigación que se denominó “Unidad Togo”. Esta unidad coordinaría la experimentación química y biológica sobre individuos. El campo fue ocupado rápidamente por una legión de prisioneros en su mayoría de origen chino, pero también los había de origen mongol, coreano y ruso. A estos, una vez comenzada la Segunda Guerra Mundial, se les unieron los prisioneros americanos, británicos y australianos capturados. Para que os hagáis una idea de lo que significaban estos prisioneros para los japoneses que estos se les llamaban “Maruta” que se puede traducir por “tablones” o “troncos de madera”. Los miembros del proyecto llegaron a tomar conciencia de que eran solo eso, madera. En un alarde de imaginación, con este nombre se designó el programa de pruebas sobre humanos.

 Miembros del Escuadrón 731


Como había mucho trabajo que hacer, el Escuadrón 731 se dividió en ocho divisiones, todas ellas muy “humanitarias”. Como ejemplo decir que la División 1 efectuaba investigaciones sobre peste bubónica, cólera, tuberculosis y ántrax. Estos tenían su “pequeño campo” con capacidad para unos cuatrocientos “huéspedes”. El resto de divisiones se dedicó a la manufacturación de armas y aparataje, al entrenamiento de personal etc.

Soldados con equipamiento de protección biológica y química.


El proyecto estrella del Escuadrón 731 fue el “Maruta”. En esta locura, el General Ishii puso todo su empeño, talento macabro e imaginación. Es en este momento cuando comienza el horror y la barbarie. Aunque no lo creais, omitiré algunos detalles tan horribles que ya son realmente difíciles de escribir. El que lo desee, que se tape ojos y oídos. Después no digáis que no os avisé.

Entre el grupo de sujetos que serían sometidos a los experimentos, aparte de los prisioneros, había niños, mujeres embarazadas, lactantes, ancianos…  No había distinciones todos eran “Maruta” y eso era ser menos que nada.



 
Los primeros experimentos se realizaron sobre prisioneros de guerra. A estos previamente se les había inoculado diversas enfermedades infecciosas, de las más variadas, prácticamente cualquiera de las que se os ocurran. Posteriormente se realizaban las vivisecciones, es decir, la extracción de órganos con el sujeto vivo, obviamente sin el uso de anestésicos para que estos no alteraran los resultados. Así, a lo bestia. El objetivo era el observar los efectos de estas enfermedades sobre los órganos internos del desdichado prisionero. La excusa de hacer estas intervenciones en vida era que se creía que el proceso de descomposición afectaría los resultados. Todo fuera por la ciencia. De estas vivisecciones no se salvaron las gestantes, en la mayoría de los casos embarazadas por los mismos miembros del proyecto, y a las que se les extraían los fetos con el mismo procedimiento. Lo que se dice gente muy humanitaria, si señor.

Vivisección de un prisionero.
 
Pero esto es aun una mínima parte de la experimentación, hay más, muchísimo más…

Para cuantificar el tiempo en que una persona fallecía desangrada no dudaban en amputarle un miembro, el que fuera. En algunas ocasiones los miembros amputados eran reinsertados en otras partes del cuerpo o en otros sujetos. A otros se les extrajo quirúrgicamente el estomago para unir directamente esófago con intestinos. Extracciones de tejido cerebral, hepático, etc. Se comprobó los efectos de la congelación y descongelación de miembros para estudiar la gangrena sin aplicar tratamiento. A algunos cautivos se les inyectó orina de caballo dentro de sus riñones. Privación de sueño hasta el fallecimiento. Prisioneros que fueron introducidos en centrifugadores haciéndolos girar hasta morir. No sigo con más investigaciones médicas porque hasta yo mismo me estoy poniendo malo.

Mano de un prisionero afectada por el ántrax

El catálogo del horror y de las atrocidades cometidas parecía no tener fin. Ni la más enfermiza de las mentes podría imaginar el horror y el miedo que tuvieron que padecer las miles de personas que habitaban el campo. Cualquier locura que se les ocurría, no dudaban en realizarla sobre los prisioneros. 


A los experimentos médico/científicos hay que añadir los ensayos con agentes patógenos. Sífilis, gonorrea, peste bubónica… todo esto obviamente con los conejillos de indias humanos. A estos, una vez infectados, se les exponían a miles de pulgas con objeto de conseguir infinidad de transmisores de las enfermedades. Estas pulgas infectadas fueron diseminadas por aviones en poblaciones chinas ocultas en ropas y alimentos contaminados. Se calcula que estos agentes patógenos provocaron la muerte de más de cuatrocientos mil ciudadanos chinos. Se experimentó con armas y los efectos de las explosiones sobre prisioneros atados a postes y a distintas distancias. El uso de lanzallamas y bombas químicas etc etc... Realmente pavoroso.

Morgue


En el complejo de Pingfang se produjeron toneladas de armas biológicas que fueron escondidas a lo largo de todo el país. Una vez que la guerra llegaba a su fin, los japoneses no fueron capaces de borrar todas las huellas de este genocidio. En agosto de 1945, los rusos invaden Manchuria y los miembros del Escuadrón 731 tienen que salir como quién dice pitando de la zona. Cada uno de ellos tenía en su poder cápsulas de cianuro potásico. Las órdenes del Teniente General Ishii eran tajantes, había que incluso morir por mantener el secreto oculto, era demasiado grave lo que había pasado en esas instalaciones. Esas ordenes tan tajantes finalmente no lo fueron tanto. Ya veremos por qué.


 Cadaver de prisionero infectado.

En 1945, tras el lanzamiento por parte estadounidense de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaky, Japón se rendía a los aliados. El General Douglas McArthur es nombrado comandante supremo de las fuerzas aliadas. A sus servicios de inteligencia llegaron los testimonios de algunos supervivientes de Pingfang. Pero en contra de lo realmente justo y del triste recuerdo de los cientos de miles de víctimas, se llegó a un acuerdo secreto de inmunidad para los miembros del Escuadrón 731. El precio de dicho acuerdo era la entrega al ejército de los Estados Unidos de todos los datos y resultados de las pruebas que se realizaron a lo largo de esos años. Al igual que hicieron con un numeroso grupo de científicos nazis, entre ellos el famosísimo Herbert Von Braun, muchos de los miembros del programa japonés fueron reclutados. Un nuevo escenario mundial se estaba preparando y EEUU quería estar a la cabeza de la tecnología armamentística en todas sus vertientes. Obviamente estos datos jamás fueron compartidos con el resto de aliados.


General Douglas McArthur
 
En el Tribunal de Crimens de Guerra de Tokyo el tema se trató de pasada. El tema se quedó en una referencia a unos sueros infectados y que pasó casi totalmente desapercibido. Y como no aparecieron pruebas pues se desestimó el caso. Así, por las buenas. Los soviéticos, que sufrieron en sus carnes los horrores del Escuadrón 731,  en los juicios de Jabaróvsk, si entraron en más profundidad que los norteamericanos y llevaron a juicio a doce miembros del 731 y sus filiales. Entre ellos el General Yamada, comandante del casi millón de soldados japoneses que ocupaban Manchuria. Fueron sentenciados entre 2 y 25 años en campos de trabajo. Conociendo como se las gastaba Stalin no creo que ninguno de ellos saliera con vida.

El daño que causó el Escuadrón 731 a cientos de miles de personas durante esos años no quedó ahí. En el año 2003, un grupo de veintinueve trabajadores tuvieron que ser hospitalizados tras hallar y dañar por casualidad unos proyectiles cargados con armas químicas hacía cincuenta años. Esperemos que ningún otro Escuadrón 731 pise la faz de la Tierra.

lunes, 3 de octubre de 2011

Eleazar Ben Yair y los héroes de Masada.


 Fortaleza de Masada

Como siempre se ha dicho, la guerra saca lo peor y lo mejor del ser humano. Por un lado, la brutalidad y la sangre derramada de inocentes. Por el otro, heroicidad, resistencia, honor y determinación. Estos ingredientes se han confabulado en cuantiosas oportunidades para dejarnos emotivos pasajes de los que quedan grabados a fuego en la memoria colectiva de los pueblos que vieron nacer a sus héroes. En algunos casos, los menos, el final de los protagonistas es feliz. Pero generalmente para llegar al status de héroe hay que salir con los pies por delante del escenario de los hechos. Es en ese momento cuando el actor principal se convierte en el mito que todo pueblo necesita.  Alguien a quien imitar, un modelo a seguir para crecerse ante la adversidad, un referente para las gentes. Este caso es el de nuestro personaje de hoy, Eleazar Ben Yair, el líder de los héroes de Masada. Un clarísimo ejemplo de llevar la resistencia y la determinación hasta las últimas consecuencias. El poderío de la Roma imperial enfrentándose en desigual combate a un grupo de rebeldes judíos. Una historia realmente emocionante y digna de ser rescatada en esta ocasión por el Octavo Pasajero. Señoras, caballeros apriétense los cinturones  que nuestro condensador de fluzo nos llevará a la siempre complicada y belicosa Judea en el siglo I D.c.  3, 2, 1……  Ignición!!!

Para fijar el contexto histórico de nuestra historia tenemos que tirar del historiador Flavio Josefo, que aunque por el nombre lo parezca, no era romano ni de lejos. Josefo, en un principio fue el caudillo de una las habituales revueltas judías que se daban un día si y el otro también contra los invasores romanos. En una ocasión, tras ser apresado, y viendo que los romanos se habían cepillado a todos sus camaradas, meditó la situación y decidió que era más cómodo y beneficioso para sus intereses pasarse al bando romano que quedarse en el de sus compatriotas. Vamos, lo que viene a llamarse un traidor chaquetero en toda regla, menos mal que era uno de los líderes, que si no….  Pero aparte de traidor, como que también era un poco pelota, cuando lo llevaron ante la presencia del General Vespasiano, no dudó un momento en sacar a relucir toda su erudición y conocimientos sobre su “admirada” Roma y como era un tipo listo, se atrevió incluso a predecir que Vespasiano sería nombrado Imperator en breve. Evidentemente a un tipo tan ambicioso como el General, el presagio le encantó y más aun cuando se cumplió. El Emperador no dudó entonces en perdonarlo, olvidar su pasado judío y consentir que adoptara hasta uno de sus nombres. Así que pasó a llamarse a partir de entonces Flavio Josefo, vamos, un romano de toda la vida. Posteriormente escribió su gran obra “La Guerra de los Judíos”, en la que nos narra los complicados y sangrientos hechos que allá acaecieron. 

Supuesto retrato de Flavio Josefo

Estamos en el año 66 D.c., Judea era un auténtico polvorín y la chispa de la rebelión prendería en cualquier momento en ese ambiente tan cargado. Todo comenzó en Cesarea por una disputa legal entre griegos y judíos, en la que los primeros salieron victoriosos y como que se regodearon encima. Los romanos decidieron no meterse líos y optaron por no intervenir. La decisión fue equivocada pues todo se acrecentó y de que manera cuando se supo que el Procurador Gesio Floro había sustraído parte del tesoro del Templo de Jerusalén. Eso ya era demasiado, ya era una ofensa al pueblo hebreo y sus creencias. Así que el hijo del Sumo Sacerdote, Eleazar Ben Ananás, ni corto ni perezoso, dejo los rezos de un lado y ordenó atacar la fortaleza Antonia, el bastión romano en Jerusalén y que sería tomado en unos días.

El Tetrarca de Galilea y gobernador de Judea, Herodes Agripa II, junto a su hermana Berenice huyeron a toda pastilla para salvar la vida. La cosa se estaba poniendo muy fea. Esta rebelión se estaba convirtiendo algo mucho más serio de lo que a priori se esperaba.

Moneda con la efigie Herodes Agripa II

El legado romano de Siria, Cestio Galo, reunió todas las fuerzas que pudo e inició el contragolpe. Había que sofocar el brote rebelde de manera prioritaria. Pero los judíos, contra todo pronóstico, repelieron a las fuerzas romanas. El balance para los romanos fue desolador. Los rebeldes les ocasionaron unas pérdidas de alrededor de seis mil legionarios de la Legio XII Fulminata. La verdad que el nombre le vino como anillo al dedo. Y lo peor y más deshonroso para una legión, perdieron sus Águilas, eso si que era imperdonable.

Nerón decidió cortar por lo sano y envió a su mejor hombre, el General Vespasiano. Este, junto a su hijo Tito y cuatro legiones, casi sesenta mil hombres en total, partieron rumbo a Jerusalén prestos y dispuestos a terminar con el levantamiento por la vía rápida. Ya en el año 68 D.c., la resistencia del norte cayó fulminada ante las tropas de Vespasiano. Así que el siguiente paso era recuperar la gran capital de Judea. En ese momento se produjo un importante hecho que hizo que de Jerusalén se tuviera que encargar Tito, el hijo de Vespasiano. Como vaticinó en su momento Flavio Josefo, que vista tuvo el tío, el General tuvo que partir hacia Roma para ser nombrado Emperador.

 Busto del Emperador Nerón

Como a lo largo de toda su historia, conquistar Jerusalén no iba a ser nada fácil. Tomarla al asalto fue imposible. La fortaleza de las murallas y la beligerancia de sus defensores, comandados por los zelotes Juan de Giscala y Simón Ben Giora, hicieron posible el repeler todos y cada uno de los intentos. Así que Tito finalmente optó por la drástica medida de sitiar la ciudad.  Jerusalén no tenía las suficientes reservas de agua ni de alimentos para mantener una población que para colmo había aumentado gracias a los peregrinos que se habían trasladado hasta ella para la Pascua judía.

 Vespasiano

Mientras tanto, tras las murallas de Jerusalén, las bajas se contaban por miles. Hambre, sed y enfermedad estaban causando estragos entre los defensores. La situación era realmente comprometida. Los líderes zelotes, para mantener la disciplina, se arrojaban muralla abajo a todo aquel que flaqueaba pidiendo la rendición o simplemente les parecían sospechosos. Todo muy civilizado, si señor. A ver quien era el guapo que insinuaba algo. Los más de veinticinco mil defensores estaban dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias.

 Recreación del Templo de Salomon.

Tito, al igual que los rebeldes, también comenzó con la guerra psicológica. Hizo formar a todo su ejercito frente a las puertas de la ciudad para que sus defensores pudieran ver el poderío militar romano en todo su esplendor. Los legionarios golpeaban sus escudos con las espadas creando una verdadera sinfonía de terror. La verdad que la congoja se tuvo que apoderar de más de uno ante tal espectáculo. También utilizó a nuestro amigo Flavio Josefo para que les diera un discursito a los defensores. En él, entre otras, les dijo cosas como que «Dios, que hace pasar el imperio de una nación a otra, está ahora con Roma» (Guerra V, 367); «Nuestro pueblo no ha recibido nunca el don de las armas, y para él hacer la guerra acarreará forzosamente ser vencido en ella» (Guerra V, 399); «¿Creéis que Dios permanece aún entre los suyos convertidos en perversos?» (Guerra V, 413). Josefo les intentó convencer de que su Dios ya no estaba con ellos y que su resistencia era inútil. A más de uno le entró unas ganas incontenibles de pillar a solas un ratito al amigo Josefo. Con estos argumentos solo consiguió empeorar la situación y enardecer aun más a los defensores.

 Tito Flavio

Lo inevitable llegó en el verano del año 70 D.c., las legiones de Tito tomaron Jerusalén. La fortaleza Antonia fue arrebatada a los rebeldes y el Templo incendiado y arrasado. La represión romana fue terrible. Un verdadero baño de sangre.

Una vez conquistada Jerusalén, Tito parte hacia Roma en la primavera del año 71 D.c.. llevándose las trompetas de plata con las que los hijos de Aarón habían convocado a los huéspedes de Israel, el Arca de la Alianza, la mesa de oro de los panes ázimos y el gran candelabro de siete brazos o Menorah, hecho de cincuenta kilos de oro puro. Cargadito si que volvió el mozo, como se puede observar hoy en día en el friso del Arco de Tito.

 Relieve del Arco de Tito

Al mando, tras sustituir por enfermedad a Lucilio Baso, quedó como nuevo Gobernador Lucio Flavio Silva. La misión que le encomendó Tito no fue otra que aplastar el último foco de resistencia, la fortaleza de Masada. Para ello el Gobernador pondría a trabajar, y nunca mejor dicho, a la Legio X Fratensis. Allí les esperaban novecientos cincuenta y tres defensores comandados por Eleazar Ben Yair, y todos dispuestos a morir antes que rendirse.

En el año 72 de nuestra era, Flavio Silva se puso en marcha acompañado por la Décima Legión, sus respectivas tropas auxiliares y miles de prisioneros de guerra que acarreaban agua, madera y provisiones para una larga temporada. En total más de quince mil hombres.

Masada, que significa fortaleza, para que complicar con el nombre, se encuentra en la cima de un peñón de roca solitario en el extremo occidental del desierto de Judea. Hacia el este tiene una caída de cuatrocientos cincuenta metros en dirección al Mar Muerto y hacia el oeste se eleva más de cien metros alrededor del terreno circundante. El acceso a la cima es estrecho y realmente escarpado. Una verdadera ratonera para aquel enemigo osar intentara acceder por el.

Imagen de la rampa del asalto a Masada

Silva tenía claro que el asedio sería inútil. Masada estaba bien abastecida de alimentos y de agua almacenada en cisternas.  Así que como la cosa iba para largo, ordenó la construcción de ni más ni menos que ocho campamentos para rodear a los combatientes de Eleazar. Aparte de los campamentos, el gobernador ordenó la construcción de una muralla que rodeara la fortaleza. Esta tenía dos metros de grosor y doce torres de vigilancia a intervalos regulares. Los romanos iban a por todas, no escaparía nadie de Masada.

Flavio Silva intentó convencer en cuantiosas ocasiones a Eleazar de que se rindiera, de que entregara las armas y ahorrara sufrimiento a las decenas de mujeres y niños que habitaban en Masada. Fue imposible convencerlo, llegarían hasta las últimas consecuencias y nunca se rendirían. Igualito que Flavio Josefo.
Como el gobernador iba de sobrado, una vez terminada la muralla y los ocho campamentos, dio el siguiente paso. Construir una rampa que le diera acceso a Masada, casi nada, una obra de ingeniería militar como nunca se había conocido otra.

 Masada

La distancia entre la base de la rampa y el punto en el que tocaba la fortaleza judía era de setenta y tres metros. La rampa no llegaría hasta la altura de la misma muralla. Al final de la misma se construiría una torre de asedio con un ariete y catapultas que martillearían constantemente con piedras las murallas defensivas. Como veréis una autentica barbaridad de obra.

La situación de Eleazar y sus hombres comenzaba a ser desesperada. Día a día la rampa iba avanzando. Los intentos de sabotear la construcción eran en vano. El momento de la verdad se acercaba inexorablemente.Y como quien no quiere la cosa, llegó el día en que la rampa estuvo terminada. La congoja se apoderó  de las gentes de Masada. Las máquinas de guerra comenzaron a moverse, tenían el enemigo a las puertas. Tras el incesante trabajo del ariete, los romanos consiguieron abrir una brecha en las fuertes murallas de la fortaleza. Cada golpe del ariete hacía que los corazones se resquebrajaran igual que los sillares de piedra de la fortificación. Hombres, mujeres y niños temblaban viendo como las Águilas se iban acercando. 


Eleazar y sus hombres intentaron a la desesperada taponar con maderos la brecha abierta por el ariete y los catapultas. Pero los romanos ya habían mordido la presa y no la soltarían bajo ningún concepto. Estos arrojaron teas encendidas para incendiar la madera que servía de improvisada barricada. Esta ardió en su totalidad, la suerte estaba echada, y el final muy cerca. Eleazar Ben Yair sabía que no pasarían del día siguiente. Había que tomar una decisión, una terrible decisión. Rendirse y convertirse en esclavos de Roma o morir en glorioso final, esa era la dicotomía a la que se enfrentaban. No lo dudaron, eligieron la espantosa segunda opción.  Los hombres que tenían a sus familias con ellos se encargaron de la terrible misión de acabar con la vida de sus mujeres y sus hijos antes de terminar con la suya propia. Da escalofríos solo pensarlo por un instante. Exceptuando dos mujeres y cinco niños que se escondieron en una cueva, los romanos al entrar en la fortaleza solo encontraron cadáveres y un sepulcral silencio que helaba la sangre. Ni ellos mismos, soldados curtidos en mil batallas y en la brutalidad de la guerra podían asimilar el dantesco espectáculo que se mostraba ante sus ojos. En el suelo unas piedras con nombres grabados, estas se utilizaron para sortear los hombres que se encargaron de terminar con la vida de aquellos que no tuvieron el valor suficiente como para hacerlo por su propia mano. Una de esas piedras llevaba escrito el nombre de Ben Yair, el líder de los héroes de Masada.

Trozo de cerámica con el nombre de Eleazar Ben Yair


Hoy, pasados casi veinte siglos, los reclutas del ejército israelí suben a las ruinas de Masada para jurar lealtad a su país. El ritual es subir a la cima mirar los restos de la rampa y jurar que “ Masada no volverá a caer”.