domingo, 23 de septiembre de 2012

George Armstrong Custer. Morir con las botas puestas.

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 George Armstrong Custer

Un recuerdo la infancia que se mantiene en mi mente con toda la viveza, imagino que algunos de los que sois de mi generación también, es la alegría y el alboroto que formábamos todos los críos cuando veíamos las películas de “indios y cowboys”. El clímax de estos filmes llegaba en el momento en que los “buenos”, los “rostros pálidos” claro está, se encontraban en una situación de extremo peligro rodeados de “pieles rojas”, obviamente “los malos”. Estos cabalgaban en círculos gritando y disparando a un grupo de caravanas de humildes colonos. El éxtasis infantil culminaba cuando de manera totalmente épica comenzaba a resonar el característico toque de corneta del glorioso Séptimo de Caballería de los Estados Unidos de América. Los jinetes llegaban en su auxilio en el momento justo y los críos rompíamos a aplaudir enfervorizados.
El concepto que se nos inculcó a varias generaciones de niños es que los indios americanos, daba igual la etnia, cheyenne, sioux, apache o arapahoe, no eran más que un puñado de salvajes criminales con plumas en la cabeza. Unos indios que a lo único a lo que se dedicaban era a hostigar, por no decir joder, al hombre blanco que traía el progreso a aquellas desoladas e improductivas tierras. Según uno se hace mayor y adopta un poco de raciocinio, aunque solo sea un poquito, se va dando cuenta de que ni los buenos eran tan buenos, ni los malos eran tan malos. Con los indígenas norteamericanos se hizo lo que hoy llamaríamos un genocidio en toda regla. Se les asesinó, se violó a sus mujeres, se les arrebató sus territorios ancestrales y se les privó de algunas fuentes de su sustento como es el caso de la cuasi extinción de los bisontes que habitaban en las fastuosas praderas norteamericanas.
Dentro de este contexto histórico hubo una serie de personajes que grabaron su nombre para siempre en la historia de aquellos duros tiempos en Norteamérica. Grandes jefes indios como el gran jefe sioux Tatanka Iyotanka, más conocido por “Toro sentado”. Sin dejar atrás a Tasunka Witco “Caballo loco”, también de etnia sioux o el mismísimo Shi Kha She, mayormente conocido como “Cochise”, jefe de los valerosos guerreros apache chiricahua. Todos estos y muchos más eran los héroes del bando indígena. Al otro lado del ring, el bando de los hombres blancos, citar a personajes como William Frederick Cody, al que supongo que si conoceréis cuando os diga que se apodaba “Buffalo Bill”. El famoso sheriff de Dodge City, Wyatt Earp, uno de los protagonistas del mítico duelo de Tombstone o el celebérrimo militar al que le dedicaremos este capítulo, el General George Armstrong Custer. Un tipo bastante alejado de la ejemplar y heroica imagen que nos proporcionó Hollywood sobre su persona con la interpretación del mítico Errol Flynn. Un personaje muchísimo más conocido por su muerte mientras disparaba de pie y junto a la bandera del 7º de Caballería que por su ajetreada y belicosa vida. Una vez más tenemos la prueba de que la historia, sobre todo la del gran público, la escriben los vencedores. Así que sin más dilación, ensillemos nuestros caballos y pongamos rumbo a los Estados Unidos de América de mediados del siglo XIX.
Toro Sentado
El pequeño George nació en New Rumley, Ohio, el 5 de diciembre de 1839. Sus padres, Emanuel y Mary, se dedicaban a la herrería, las labores campestres y sobre todo a cuidar de su caterva de niños. Emanuel era de ascendencia europea, su familia llegó a América a finales del siglo XVII procedente de la región germana de Renania y su apellido era en realidad Kuster, que después se “americanizaría” para quedar en el conocido Custer. A lo largo de la vida de George Armstrong Custer, tanto en el seno de la familia como en el de sus compañeros de clase y de armas, nadie se puso de acuerdo a la hora de nombrar a nuestro protagonista. Unos le llamaban Armstrong, otros Autie. En West Point lo conocían por “Fanny” o “Rizos”, unos sobrenombres nada viriles por cierto. Unos indios le llamaron “Pelo largo”, más que nada para no complicarse la vida con el nombre. Sin embargo para otros fue ni más ni menos que  “Hijo de la Estrella de la Mañana” o “Pantera agazapada”, la de vueltas que le tuvieron que dar para poner los dichosos nombrecitos. Sus soldados si que no se andaban con tantas florituras para referirse a Custer. Entre ellas estaban “Culo duro”, “Culata de hierro” o “Tirabuzones”. Vamos, que menos George Custer cualquier cosa. No obstante y más que nada para llevarles la contraria, nosotros le nombraremos de esta manera o simplemente como Custer, pero volvamos a la niñez de nuestro protagonista.
A pesar de que el deseo de su padre era que George algún día llegara a pertenecer al clero, a este le atraía sobre todo la parafernalia castrense. Como era de ascendencia germánica, sus padres le vestían con el traje de terciopelo típico de las tierras de Westfalia y le llevaban a ver los ejercicios que realizaban los soldados que entrenaban para la guerra con Méjico. En cierta ocasión, agarrando un fusil de juguete e imitando los movimientos de los soldados gritó: “ Mi voz es para la guerra”. La verdad que no me parece muy creíble la anécdota para un niño de corta edad pero en fin…  Suena más que nada a propaganda de biógrafos afines.
Aunque Custer nació en Ohio, gran parte de su infancia la pasó junto a su hermanastra Lidia y su hermano Reed David en Monroe, Michigan. Tras estos años de formación regresó a Ohio y en 1856 comenzó un acercamiento al congresista John Bingham, sobre todo con la intención de que le “enchufara” en la prestigiosa academia militar de West Point. Ese mismo año fracasó en su intento, pero al siguiente logró su ambicionado objetivo. Las malas lenguas dicen que realmente debió su acceso a la academia a un padre que quería quitarlo de revolotear alrededor de su hija. Lo que no haga un padre por su pequeña…
En 1861 sus estudios en West Point se vieron interrumpidos por el estallido de la guerra. Dio la casualidad de que el ejército de la Unión necesitaba una cantidad ingente de oficiales y gracias a ello se pudo graduar, si llega a ser por las notas… Tanto el comportamiento como las calificaciones de Custer eran realmente deplorables. Se graduó como el último de su clase con nada más y nada menos que 726 deméritos o faltas acumuladas. En cambio el número uno de la promoción, el pobre Patrick O´Rourke, cayó en la batalla de Gettysburg, lo que son las cosas. En la evaluación de Custer se le consideraba como profano, libidinoso y bebedor. Con el paso de los años, él mismo se declaró como lo que no debería ser un cadete de West Point, al menos era sincero el chico. Como anécdota decir que estando de oficial de guardia fue incapaz de detener una pelea entre dos cadetes, lo mismo la había dado al whisky más de la cuenta en ese momento, y fue arrestado en el momento de su graduación y no pudo asistir a las ceremonias.

El cadete Custer en West Point

Una vez metido de pleno en la Guerra de Secesión, el ascenso de George Custer fue meteórico, algo normal por otro lado durante la Guerra Civil norteamericana, pues los oficiales caían como chinches en el frente y había que reponer con demasiada frecuencia. Sus primeros destinos fueron como teniente segundo en el Segundo y el Quinto Regimiento de Caballería. Custer pasó posteriormente a las ordenes del general McClellan como ¡¡¡Ingeniero topográfico!!!, ahí es nada. En realidad su misión no era detallar mapas con precisión sino que al menos era saber donde había un río, un cerro o la altura del trigo de alguna plantación. Con el general William Baldy tuvo también la honorable misión de cavar tumbas, que también era algo importante ¿o no? A su favor hay que decir que con el paso de los meses, George Custer se convirtió en un experto en los análisis topográficos para los altos mandos. Esto le hizo colocarse en una buena posición de cara a los ascensos importantes, los premios gordos. Deciros que Custer a lo largo de su carrera militar llegó a conseguir un extraordinario sentido de la topografía, la ubicación y de la localización de rutas para las marchas.
En cierta ocasión se le ordenó a Custer estudiar la profundidad del vado del río Chikahominy. Este se abrió paso entre la vegetación de la rivera y de repente se topó con un grupo de soldados enemigos que custodiaban el cruce del río. Custer de manera realmente valerosa les sorprendió, capturó y les trajo de vuelta a su compañía atados a su caballo. Las noticias llegaron de inmediato al general McClellan que le reclamó de inmediato en su despacho. El general estaba realmente impresionado y no dudó en ascenderlo temporalmente al grado de capitán por aquellos actos de servicio.
En junio de 1862, tan solo doce meses después de su graduación, el capitán George Armstrong Custer había comenzado su imparable ascenso hacia la eternidad de la fama, sobre todo tras la debacle de Chancerllorsville. En Washington llegaron a la conclusión de que había que renovar casi en su totalidad a los mandos de caballería con la idea de mejorar la eficiencia en las unidades. Necesitaban jóvenes y brillantes oficiales que pusieran toda la carne en el asador para conseguir la anhelada victoria. Tres de ellos fueron los elegidos para la gloria, E. J. Farnsworth, Wesley Merritt y George A. Custer. Los tres jóvenes ascendieron al rango de general de brigada. Habían pasado dos años desde su graduación y a sus tan solo veintitrés años, Custer se convertía en el general más joven del ejército de la Unión. Es en esta época en la que según parece Custer mató su primer hombre. Según una de las cartas que le remitió a su hermana, esta le pareció una experiencia de lo más emocionante y divertida. Se ve que con el paso del tiempo le cogió más aun el gusto si cabe.
Tras el repentino ascenso se le asignó la brigada de Michigan con la que participaría en la mítica batalla de Gettysburg, Bristoe y Mine Run. En Gettysburg, Pensilvania, George Custer se posicionó junto al general Gregg al este de la ciudad para cubrir la retaguardia ante el más que posible ataque del general confederado J.E.B. Stuart. La batalla se alargó durante tres larguísimos días de encarnizados enfrentamientos y con un demoledor intercambio de artillería. En la jornada del 3 de julio de 1863 se producirían dos de los más importantes encuentros entre caballerías de uno y otro bando a lo largo de la guerra. Se cumplió el presagio y las fuerzas confederadas del general Stuart colisionaron con la división del general Gregg y la brigada de Custer. En la batalla incluso se llegó al cuerpo a cuerpo con sables. Las tierras de Gettysburg fueron regadas con la sangre derramada de hermanos contra hermanos y entre ambos hubo un claro derrotado. Las fuerzas confederadas dejaron atrás los cadáveres de más siete mil de los suyos y las sucesivas cargas de caballería federales dejaron al general Lee en una situación ya difícilmente sostenible.
La brigada de Custer se puso al servicio del general Philip Sheridan, un genocida de tomo y lomo, y entre ellos surgió una gran amistad que duró años. En ese momento se dio uno de los primeros episodios negros de la biografía de George A. Custer. Este no dudó un instante en cumplir muy gustosamente la orden dictada por los generales Grant y Sheridan de ejecutar sin juicio previo a todo miembro capturado de las guerrillas confederadas. Como os podéis imaginar fue toda una masacre, y no fue la última ni mucho menos.

General Philipp Sheridan

 En las últimas semanas de la guerra, Custer se dedicó a hostigar de una manera extremadamente perseverante a las tropas en retirada del general Lee. Esto le trajo consigo el premio de recibir personalmente la bandera de la rendición a manos del propio general confederado. Una vez más, su leyenda militar volvía dar un paso más hacia la historia.
Tras la guerra, el rango de Custer fue normalizado al de capitán, pero pronto no tardaría en tener otro golpe de suerte. Como en el oeste del país el “problema” con los indios parecía que se agudizaba, Custer fue designado para dirigir al recién creado, y a la postre mítico, 7º de Caballería con el rango de teniente coronel. Como veréis, este tipo tenía la habilidad de que los ascensos le cayeran como churros.
En febrero de 1864, Custer pasó por el altar. Libbie Bacon se convirtió en la esposa de nuestro protagonista. Un romance un poco accidentado porque en un primer momento el padre de Elizabeth, el juez Bacon, no estaba conforme con la relación que mantenían ambos jóvenes. La cosa cambió cuando Custer fue ascendido, con lo que el juez ya no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer ante esta relación. Este matrimonio por razones obvias y evidentes solo duró doce años. Añadir que unos años después de la muerte de Custer, Libbie se dedicó a escribir libros sobre su marido y ya en el primero de sus libros, Boots and Saddles (Botas y Sillas de montar), lo retrató no solo como un genio militar, sino como un hombre refinado, culto y mecenas de las artes. Vamos, que no se lo creía ni ella misma y de imaginación se ve que iba bien despachada.

 George y Libbie Custer

En las Guerras Indias es cuando Custer se descoca y de que manera. Una vez el mando del 7º de Caballería y en una de las primeras campañas contra los Cheyenne en 1867, obtuvo uno de sus primeros pero importantes fracasos. Sus tropas fueron reclutadas principalmente entre granjeros, estos fueron pobremente entrenados en las artes militares y por otro lado, obligados a realizar marchas verdaderamente extremas. Algunos soldados desertaron y al ser capturados por supuesto que ejecutados y otros simplemente cayeron muertos exhaustos de extremo agotamiento. Tras estos hechos, finalmente fue arrestado y acusado de hasta cuatro cargos diferentes. Tras la vista en la Corte Marcial fue declarado culpable y obligado a renunciar a su cargo y sueldo durante un año. El veredicto no pudo ser más claro y demoledor. Aquí os dejo una muestra de lo que salió a relucir del señor Custer. Su carácter fue considerado impropio de un militar de su clase y rango. Fue responsabilidad suya la muerte de algunos de sus inexpertos soldados por hambre y mostró un absoluto desprecio por el bienestar de sus tropas en pos de sus intereses particulares. Con buen criterio fue considerada como una gravísima irresponsabilidad el abandono de Fort Wallace, Kansas, para cabalgar doscientas setenta y cinco millas para ver a su amada Libbie. Es que cuando la pasión aprieta… Eso si, mientras el señor utilizaba los caballos propiedad del ejército de los Estados Unidos para sus escapadas, era capaz de ordenar que soldados hambrientos recibieran veinticinco latigazos por robar una mísera manzana.
La suspensión de empleo y sueldo por un año no se cumplió en su totalidad y se quedo en unos pocos meses. Una vez más su mentor y amigo “Little Phil” Sheridan volvió a echarle un cable recuperándolo para el Séptimo de Caballería en su campaña contra los indios en Oklahoma. Al año siguiente Custer purgó sus “pecados” de cara a la cúpula militar a orillas del río Washita. Esta acción de “guerra” no dejó de ser otra cosa que un asesinato a sangre fría de niños, mujeres y ancianos cheyenne.
Como sé que os gustan los chismes del corazón, no lo neguéis, os diré que Custer en está época vivió un apasionado romance con una india cheyenne llamada Meotzi. Esta era hija del jefe Little Rock, al que curiosamente los hombres de Custer se habían cargado previamente y sin miramiento alguno. Como quien no quiere la cosa, en la celebración de un extraño ceremonial indio, Custer, que no se enteraba de nada de la película, contrajo sin saberlo matrimonio con la india Meotzi y ya puestos... La relación entre Custer y la princesa india se prolongó desde el invierno de 1868 al de 1869, como la cosa estaba complicadilla para visitar a Libbie y la necesidad apremiaba, nuestro amigo no tuvo mas remedio que ponerse manos a la obra. Los cuchicheos sobre esta relación llegaron hasta su esposa, que ni corta ni perezosa se personó para comprobar “in situ” los rumores sobre la posible paternidad de Custer, al que le endosaban dos hijos. El primero de ellos era indio de pura cepa, no había duda. Pero el segundo amigos míos…  el segundo era blanquito, rubito y le llamaban “Pájaro amarillo”, como para dudar. Era “vox populi” y bastante común que a pesar de estar muy castigado, las prisioneras indias de buen ver sirvieran de desahogo a las tropas. Custer normalmente tenía prioridad para ponerse el primero de la cola. De hecho dicen las lenguas viperinas que Custer tuvo que acudir al tratamiento de mercurio para la gonorrea y que su esposa también contrajo el mal venéreo.

General George A. Custer

Volviendo a temas más serios, en marzo de 1873, el 7º de Caballería recibió la orden de acuartelarse en Fort Abraham Lincoln, en Dakota del Norte, donde participaron en alguna que otra refriega con los indios Lakota en la zona de Yellowstone. Mientras tanto Custer volvía, una vez más, a tener problemas con sus superiores. En marzo de 1876 fue requerido en Washington para testificar ante una Comisión del Congreso sobre un posible fraude en el Servicio Indígena. El testimonio de Custer puso en clara evidencia al ex Secretario de Guerra y provocó un terrible enfado al presidente de los EE.UU., Ulysses S. Grant. El temperamental presidente no dudó en relevar inmediatamente del mando a George Custer, aunque tras la presión de su gabinete no tuvo más remedio que rectificar la situación.

 Ullyses S. Grant

Allá por 1876, los sioux y los cheyenne trataban de impedir por todos los medios el avance colonizador de los rostros pálidos. El final de nuestro protagonista se aproximaba a pasos agigantados. El 17 de junio de 1876 los cerca de mil soldados del general George Crook  se enfrentaron en Rosebud a una coalición de Oglala-Lakota, Cheyenne, Sans Arcs, Miniconjou, Hunkpapas y Pies Negros al mando del gran jefe Caballo Loco. Se trataba de más de mil quinientos guerreros en total. A pesar de tales fuerzas por uno y otro bando no dejó de ser una “toma de contacto” en la que tan solo hubo nueve bajas en el bando estadounidense y poco más de treinta en el indígena. 

 Caballo Loco

El 22 de junio de 1876, Custer y seiscientos cincuenta y cinco de sus hombres fueron enviados a localizar los poblados sioux y cheyenne involucrados en el incidente de Rosebud. Tres días más tarde sus exploradores localizaron el poblado de los sioux. En uno de sus habituales arrebatos de chulería, en lugar de esperar la llegada del grueso de las tropas comandadas por el general Terry, y realizar un reconocimiento más intensivo y realizar un cálculo realmente aproximado de los efectivos enemigos, Custer decidió atacar el poblado indio dividiendo sus tropas en tres, como en Washita.
El grupo del capitán Benteen atacó por el flanco izquierdo. El segundo grupo, liderado por el mayor Marcus Reno, fue enviado a atacar el campamento a orillas del río Little Big Horn. Custer se encargaría de taponar la vía de escape.
El mayor Reno fue el primero en llegar al campamento indio y darse cuenta de que habían metido la pata hasta el fondo. El asentamiento era muchísimo mayor de lo que habían imaginado. No tuvo mas remedio que retirarse a un lado del río perseguido por cientos de feroces guerreros indios. El capitán Benteen pudo unirse a él más tarde y a pesar de sufrir numerosísimas bajas, juntos lograron organizar una posición defensiva que aguantó durante dos eternos días. 

 Recreación de la batalla de Little Big Horn

Custer corrió peor suerte, él y sus hombres cabalgaron hacia el norte a través del vado este del río Little Big Horn. Los sioux y cheyennes se dieron cuenta de la maniobra del general y salieron en su busca. La osadía y precipitación de nuestro protagonista se pagarían con un elevadísimo precio, el más alto de todos, con la vida. Más de cuatro mil guerreros indios rodearon en un risco a Custer y sus doscientos treinta y un soldados. La desproporción de fuerzas era tal que la batalla no duró más de diez minutos. En ella perecieron todos los soldados incluyendo a George A. Custer, sus hermanos Tom y Boston, su hermanastro Calhoun James y su sobrino Autie Reed. Lo que podemos definir como un drama familiar total.
Podemos imaginar la estampa de Custer con casi treinta y cinco años de edad, sus casi dos metros de altura, su dorado cabello al viento y sus ojos azules viendo aproximarse miles de valerosos y enfurecidos pieles rojas. Él disparó todo lo que pudo y más aun, muchos de sus enemigos cayeron abatidos por su revolver. Pero su suerte estaba echada y Custer cayó abatido entre el estruendo del fragor de la batalla. Las tropas del general Terry llegaron al lugar de los hechos el 28 de junio de 1876 y el panorama que se extendía ante ellos era totalmente desolador. El único miembro del ejército estadounidense que salió vivo de la trifulca fue el caballo del mayor Keogh, “Comanche”. 

 Comanche, el único superviviente de Little Big Horn

Una vez más y ya van…, Sheridan exculpó a Custer de cualquier responsabilidad y cargó las tintas contra el mayor Reno. Se acusó a este de no haber acudido al rescate de Custer cuando lo podría haber hecho y de haber estado completamente borracho la noche anterior. Una acusación a todas luces injusta que con el paso del tiempo quedó plenamente aclarada a pesar de todos los intentos de Libbie Custer por evitarlo.
Como en casi todo en la vida de Custer, la polémica le siguió acompañando tras su muerte. El cuerpo del general presentaba tres heridas de bala y ni una sola flecha como sería de esperar por todos. La rumorología empezó a expandir a toda velocidad la idea del posible suicidio de George A. Custer. Este hecho fue refrendado por el testimonio de un par de indios y negado por el teniente James Bradley, el oficial que encontró el cuerpo sin vida de nuestro protagonista.
En el bando de los indios no se ponían de acuerdo para adjudicar el honor de la autoría de la muerte de Custer. Los candidatos eran Toro Blanco, que era sobrino de Toro Sentado, Dos Lunas, Lobo Harshay y Oso Valiente de los cheyenne. Tras horas de deliberación y la posterior fumada de pipa, el consejo de ancianos decidió por unanimidad que Oso Valiente fue quien acabó la vida de Custer, el Hijo de la Estrella de la Mañana.

Dos Lunas
 
Esta es la historia de un gran héroe para algunos y un vanidoso, ambicioso e impetuoso asesino para otros. Sin embargo, admiradores y detractores coinciden en que el valor y la intrepidez estaban concentradas en grandes cantidades en la figura del general George Armstrong Custer, el que murió “Con las botas puestas”.

 Cementerio de Little Big Horn