La ignorancia y
el miedo son dos ingredientes que, por norma general, crean juntos más
monstruos de los que en realidad huyen. En Polonia, durante los siglos XVII y
XVIII, las gentes llevaban a cabo rituales funerarios para alejar al diablo y
librarse de su influencia maligna. Los cuerpos de aquellos difuntos que corrían
el riesgo de convertirse en vampiros por una variedad de razones,
algunas tan peregrinas como un defecto físico, recibían un tratamiento
específico de lo más grotesco. Las excavaciones en el cementerio de Drawsko, en
el noroeste del país, han sacado a la luz seis tumbas cuyos
ocupantes portaban alguna sorpresa: una hoz sobre la garganta para
rebanársela en caso de que el sepultado volviera a la vida o una gran
piedra en la boca para que se atragantara si pretendía respirar de
nuevo o morder a alguien. Se trataban de un hombre adulto, una adolescente,
tres mujeres adultas y un joven de sexo desconocido. Ni la edad ni el sexo eran
un impedimento para esas prácticas.
Un equipo de la
Universidad del Sur de Alabama (EE.UU.) cree que estos extraños ritos
funerarios pueden revelar claves sobre las prácticas sociales y culturales de
las personas que vivían entonces en la zona, además de darnos pistas sobre sus
identidades. Para ello, los autores del estudio, publicado en PLoS ONE,
analizaron los dientes molares de 60 individuos, incluidos los seis supuestos
vampiros, utilizando isótopos de estroncio. Entonces, compararon
los resultados con los mismos isótopos de animales locales.
De esta forma, se
dieron cuenta de los «diablos» de las tumbas extrañas no eran inmigrantes,
desconocidos que podían haber causado temor entre los lugareños, sino individuos
de la zona cuyas condiciones sociales de identidad o forma de muerte
les convirtieron en sospechosos.
Epidemia de cólera
La idea del
vampiro o del no muerto tiene una larga historia. En el Este de Europa, el
término proviene de «resucitado» y surgió alrededor del siglo XI, aunque el
mito probablemente nació mucho antes entre los antiguos griegos y romanos. En
el folklore polaco, se trata de un espíritu turbio que vuelve a la vida después
de muerto para dañar a los vivos. En sus leyendas, las almas dejan el cuerpo y
continúan habitando este mundo durante cuarenta días después de la muerte. Sin
embargo, una pequeña parte de esas almas son peligrosas y pueden convertirse en
vampiros. Generalmente, se trata de pobres desgraciados que fueron marginados
en vida por tener una apariencia física distinta, practicar la brujería, no
haber sido bautizado tras el nacimiento, suicidarse o haber muerto los primeros
en una epidemia.
Precisamente, los
investigadores creen que detrás de estos entierros para alejar el mal pudo
encontrarse la epidemia de cólera que castigó Europa del Este durante
el siglo XVII. La primera persona que muriera a causa de un brote de la
enfermedad infecciosa podía tener más probabilidades de regresar de entre los
muertos como un vampiro. «La gente de la época postmedieval no entendía cómo se
propagaba la enfermedad, y en lugar de una explicación científica para estas
epidemias, explicaban el cólera y las muertes que resultaban de ella de manera
sobrenatural», apunta Lesley Gregoricka, responsable del estudio. De ahí a
poner una piedra en la boca de un fallecido solo había un paso.
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