A
los británicos hay que reconocerles algo muy importante, su hechos históricos
los tratan mejor que nadie en el mundo. Éxitos, fracasos, victorias y derrotas
son tratadas por sus cronistas de maneras tan épicas y heroicas que una vez
enfrascado en la lectura de los mismos, uno no tiene más remedio que terminar
identificándose con el bando de Su Graciosa Majestad. Pudiera parecer que
incluso de una u otra forma siempre hubieran salido victoriosos de sus batallas
y conquistas. Evidentemente, la realidad dice que esto no es así ni en broma y
que de la percepción a los hechos concretos, hay un verdadero abismo. Las derrotas
y los fracasos están ahí y muchos más de los que todos pensamos. Eso si, en su
totalidad están enfundados de la heroicidad con la que todo caballero británico
que se precie afronta situaciones tan complicadas y extremas como las que
trataremos en este capítulo, la guerra zulú.
A
finales del siglo XIX, la potencia hegemónica mundial era Gran Bretaña sin duda
alguna. Sus colonias y territorios estaban repartidas a lo largo de todo el globo terráqueo y millones de personas
vivían bajo la influencia británica. El continente africano se había convertido
en un enorme tablero de juego estratégico para los países europeos más
poderosos. Las riquezas naturales, y en concreto las minerales, situaron a
África como objetivo prioritario para las potencias del viejo continente. La
expansión colonial era el eje principal de la política exterior británica en
ese momento y no permitirían que nadie se interpusiera en la misión de hacer
mucho más grande el Imperio Británico, ¿o sí? Pues bien, poneos vuestras botas
altas y las casacas rojas que vamos a echar un vistazo.
A
principios de 1879, el comandante en jefe de las tropas británicas en el sur de
África, Lord Chelmsford, comenzó lo que se consideraba una simple y “rutinaria”
campaña de expansión. El reino zulú independiente gobernado por Cetshwayo, fue
considerado por el gobierno inglés como una amenaza molesta para la colonia
británica de Natal. El rey zulú ya había recibido un ultimátum invitándole
educadamente a entregar a las autoridades británicas un grupo de guerreros
zulúes acusados de asesinar supuestamente a un grupo de súbditos británicos. La
respuesta zulú como os podréis imaginar fue simplemente que no había respuesta.
Así que los británicos fueron totalmente ignorados por los zulúes. Lord
Chelmsford lo tuvo claro entonces, se internarían en su territorio y así
aprovecharían para matar dos pájaros de un tiro. Darían un escarmiento a esa
panda salvajes indígenas y a su vez agregarían más territorios para Su
Majestad. Ulundi, la capital zulú, se convirtió en un punto marcado en rojo en
los mapas del Lord inglés.
Lord Chelmsford
Las
tropas británicas seleccionadas para el operativo avanzaban de forma
parsimoniosa en una impecable formación de tres columnas y que pasito
lentamente comenzaban a adentrarse en territorio enemigo. Estas tres columnas
estaban formadas por seis compañías del 24 Regimiento de Infantería, dos
compañías de la infantería nativa, dos ametralladoras, setenta soldados de la
5ª Brigada de la Artillería Real y voluntarios de la Policía Montada, que ya
hay que tener ganas de ser voluntarioso para esos menesteres. Estas fuerzas
estaban comandadas por el teniente coronel Pulleine del 24 Regimiento de
Infantería, el teniente coronel Durnford y por supuesto Lord Chelmsford, que
era el que estaba al mando en la operación.
Rey Cetshwayo
En
frente, esperando con toda la paciencia del mundo, se encontraban las fuerzas
de Cetshwayo. El zulú había conseguido reunir ni más ni menos que un ejército
de más de veinticuatro mil valerosos, y muy cabreados, guerreros zulúes. Estos
estaban armados en su mayoría con lanzas, escudos y alguno que otro fusil
viejo. Aun así, la diferencia en el número de efectivos era realmente
desproporcionada y podría marcar diferencias.
El
jefe zulú dividió sus fuerzas en dos, un grupo se encargaría de interceptar a
los británicos a orillas del río Tugela y el otro se lanzaría sobre la columna
central. Dicha columna, la comandada por Lord Chelmsford, llegó a la colina de
Isandhlwana el 20 de enero de 1879 y allí montaron un campamento provisional.
Chelmsford, que era perro viejo y no se fiaba un pelo de los africanos, envió
patrullas para localizar a posibles fuerzas indígenas. El mayor Dartnell fue el
encargado de dirigir una de estas patrullas, precisamente la que se topó con
las primeras fuerzas zulúes. Tras un durísimo enfrentamiento en el que salieron
vivos de puro milagro, la patrulla del mayor Dartnell no pudo llegar hasta las
primeras horas del 22 de enero al campamento de Isandhlwana.
Compañía británica en Isandhlwana
Lord
Chelmsford, tras conocer los hechos relatados por Dartnell, decidió que él personalmente
se encargaría dar su merecido a los guerreros zulúes, así de chulo era el
hombre, que le vamos a hacer. Al amanecer partió con dos mil quinientos hombres
y cuatro cañones en busca de cualquier zulú que tuviera narices de cruzarse en
su camino. A pesar de la abultada inferioridad numérica, Lord Chelmsford tenía
una fe ciega en el poder de sus armas de fuego frente al exiguo armamento de
los africanos. El poder aniquilador de los novísimos rifles de repetición
Martini-Henry era la gran baza a favor en la mente del militar británico.
El
comandante en jefe de los británicos dejó a unos mil trescientos hombres
protegiendo el campamento de Isandhlwana a las órdenes del teniente coronel
Pulleine, al que se le unió el teniente coronel Durnford por orden directa del
propio Chelmsford. Está bastante claro que el experimentado militar quería toda
la gloria de la victoria para él solito.
En
la mañana del 22 de enero la calma era total. Ni rastro de los zulúes por
ningún sitio y eso hacía que los militares británicos estuvieran con las orejas
tiesas, era demasiado extraño. Lord Chelmsford junto a Dartnell intentaban
localizar al enemigo de manera infructuosa, parecía como si se los hubiera
tragado la tierra sin dejar rastro alguno. Era solo cuestión de tiempo el que
se desatara el infierno en aquellas secas tierras.
Mientras
tanto en Isandhlwana, un centinela atisbó en la lejanía los movimientos de
algunos pequeños grupos de zulúes, la diversión estaba a punto de empezar. El
teniente coronel Pulleine ordenó a sus hombres apuntar todas sus armas en
dirección este. Mientras tanto enviaba un mensaje avisando a Lord Chelmsford
del peligro al que se enfrentaban en el campamento, indudablemente se iba a
liar parda y vaya si se lió.
Teniente coronel Pulleine
Durnford,
que llegó bastante justito de hora a Isandhlwana, el nombrecito se las trae
para escribirlo una y otra vez, junto a un nutrido grupo de sus jinetes y la
compañía que estaba al mando del capitán Cavaye, se apostó en una colina
cercana al campamento para esperar acontecimientos. Estos no tardaron en llegar
y cuando lo hicieron no podían creer lo que estaban viendo sus ojos. La visión
de los miles de enfurecidos guerreros zulúes que aparecían tras una elevación
del terreno era para asustar al más pintado. Había que comunicar inmediatamente
con el campamento para avisar de la que se les estaba viniendo encima. El
griterío de los guerreros africanos era realmente ensordecedor y la congoja
hizo acto de presencia de manera abrupta en el seno del campamento británico.
No obstante eran caballeros británicos y eso contaba para bien, lucharían hasta
el final por mantener intacto su honor y el de su país.
Capitán Cavaye
A
Pulleine se le acumulaba el trabajo, por un lado recibió un mensaje de Lord
Chelmsford en el que le ordenaba levantar el campamento y reunirse con el resto
de la columna. Por otro, el mensaje del Durnford en el que les avisaba del
inminente ataque de las fuerzas zulúes. Según algunos analistas militares, da
la impresión de que Pulleine y sus oficiales o no se enteraban de nada de nada
o en ningún momento fueron capaces de ser conscientes del enorme contingente de
tropas enemigas al que se enfrentarían en cuestión de minutos. La actuación de
Pulleine se limitó a tomar decisiones como si el que necesitara todo el apoyo
fuera Durnford y no él. Envió una segunda compañía de apoyo al mando del
capitán Mostyn para echarle una mano al capitán Cavaye. Durnford, que valoraba
mucho su vida, optó por retirar sus hombres y las piezas de artillería de aquel
avispero y volver al campamento. Con aquel número de efectivos sería imposible
aguantar, la única opción posible y realista que tenían de sobrevivir era
permanecer juntos en una posición defensiva. Los capitanes Mostyn y Cavaye
siguieron a Durnford lo que se dice echando leches. Los hombres de Pulleine comenzaron
las descargas de disparos sobre los guerreros zulúes. Los cadáveres de los
africanos comenzaban a amontonarse, pero eran muchos, demasiados y el ataque no
cesaba un ápice.
Capitán Mostyn
Los
zulúes, que no tenían ni un pelo de tontos, realizaron un movimiento táctico
envolvente, con el que empezaron a apretar el nudo que tenía por objeto ahogar
y aniquilar a los británicos. Las municiones de los europeos comenzaron a
escasear y el círculo empezaba a cerrarse de manera preocupante. El ejército
zulú intensificó sus ataques por el centro de la línea ya que los flancos
británicos ya estaban ciertamente debilitados. El final estaba más cerca cada
minuto que pasaba y estos se hacían eternos para los soldados que estaban ya
enfrascados en la desigual batalla.
Los
hombres de Durnford lucharon con especial valentía y arrojo. La línea defensiva
se había roto y ya se trataba de morir llevándose por delante a cuantos más
mejor. La munición de sus fusiles se terminó, entonces pasaron a las pistolas y
finalmente a los sables y cuchillos. No quedó ninguno de ellos con vida, fueron
aniquilados por los guerreros zulúes. Pero no creáis que todo fue heroísmo en
el bando británico, algún que otro grupito de soldados intentó huir dejando
atrás a sus compañeros. Su inevitable final fue el mismo, solo que mucho más
deshonroso, fueron perseguidos y ejecutados sobre la marcha uno a uno.
Un
grupo de unos sesenta fusileros al mando del teniente Anstey fue arrinconado en
una de las márgenes del río Tugela y resistieron hasta el último hálito del
último de sus miembros. El último soldado en caer en Isandhlwana intentó huir
hacia una cueva que existía en la ladera. Allí continuó luchando hasta que la
munición se le acabó y en el combate cuerpo a cuerpo pereció bajo las lanzas
indígenas, un glorioso final para un soldado desde luego.
El
momento “misterio” de esta historia nos lo traen dos tenientes británicos,
Melville y Coghill. Al igual que habría hecho cualquier legionario romano con
sus “Águilas”, defenderlas hasta la muerte y evitar que cayeran en manos
enemigas, el teniente Melville ante lo desesperado de la situación no dudó en
dirigirse raudo y veloz a la tienda de Lord Chelmsford. Había que poner a salvo
“The Queen´s Color”, la bandera con el emblema real. Melville montó a lomos de
su caballo y como alma que lleva el diablo se dirigió a toda velocidad hacia el
río Tugela, tenía la firme intención de salvar la insignia y de paso, si podía
ser, su vida. Cuando estaba casi desbordado por los zulúes, apareció en escena
el teniente Coghill, que llegó galopando en auxilio de su compañero de armas.
Juntos darían hasta la última gota de su sangre para salvar la bandera y el
honor de los soldados caídos en su defensa. El primero en caer fue el caballo
de Coghill, este no dudó en seguir batallando heroicamente ya sin su animal. El
desconcierto llegó cuando en pleno combate el sol se oscureció y el
ensangrentado campo de batalla se sumió en unas lúgubres tinieblas ante el
asombro y la extrañeza de todos. Se estaba produciendo un eclipse de sol,
parecía que hasta el mismísimo astro rey se entristeciese por la visión de lo
que estaba sucediendo en Isandhlwana. Pero al igual que todos los eclipses, la
oscuridad tan solo duró unos minutos y cuando el sol retomó su brillo habitual,
la resistencia de los dos soldados había dado todo lo que tenía que dar y mucho
más. Unos nativos de Natal abatieron a tiros a ambos soldados. Se había
consumado una dolorosa derrota para las fuerzas británicas en el infierno de
Isandhlwana.
Teniente Melville
Teniente Coghill
Mientras
tanto, Lord Chelmsford no tenía ni remota idea de lo que estaba sucediendo en
el campamento. Él aun seguía dando vueltas preguntándose donde diablos se
habían metido aquellos salvajes en taparrabos. Cuando una patrulla avanzada
regresó y le hizo un retrato de lo que se habían encontrado no podía dar
crédito. Solo podía repetir una y otra vez que había dejado más de mil hombres
dando custodia al campamento.
Neville y Coghill
Cuando
llegó a lo que una vez había sido el campamento no podía creer lo que tenía
ante si. Miles de cadáveres esparcidos por todos sitios. El color de las
casacas británicas se confundía con la sangre derramada. Lord Chelmsford había
llegado solo para enterrar los cadáveres de sus hombres y no dejar sus cuerpos
a merced de los buitres y otras alimañas carroñeras. A pesar de que las bajas indígenas
eran muy superiores en número, la derrota británica fue total y absoluta. Las
bajas en el bando perdedor fueron cincuenta y dos oficiales, ochocientos seis
soldados y cuatrocientos setenta y un soldados africanos bajo bandera
británica. Las bajas zulúes se aproximaban a las dos mil entre muertos y
heridos. Algo muy preocupante para el mando inglés fue que más de mil rifles
cayeron en manos zulúes, estos podrían causar muchos problemas en el futuro.
The
Queen´s Color fue rescatada de bajo las turbias aguas del río Tugela. La
bandera fue presentada con honores ante la mismísima reina Victoria. La monarca
otorgó de forma totalmente merecida, la Cruz de la Victoria a título póstumo a
los tenientes Melville y Coghill, por el valor y el honor demostrados en
batalla.
The Queen´s Color
Como
era de esperar ante tamaño fracaso, las cabezas de algunos altos mandos
comenzaron a rodar. Obviamente la primera en hacerlo fue la de Lord Chelmsford,
este fue relevado del mando por el prestigioso general Sir Garnet Wolseley, el
encargado de vengar semejante afrenta y de arreglar todo el desaguisado de
Zululand. Los zulúes fueron derrotados poco antes de la llegada de Sir Garnet,
pero él personalmente supervisó la captura los reyes Cetshwayo de Zululand y de
Sekukuni de Transvaal. Reorganizó Zululand a la manera de las provincias y puso
punto y final a la Guerra Anglo-Zulú en 1880.