Un nuevo salto espacio temporal nos llevará a la Francia del siglo XVIII. Por esta vez, muy a nuestro pesar, no haremos escala en la esplendorosa y hedonista corte de Luís XV y Madame de Pompadour. En esta ocasión bajaremos un poco más hacia el sur, a la zona del macizo central del país galo, a la pobre y deprimida Gévaudan, en la región de Auvernia. Asistiremos a un episodio realmente extraño y siniestro. Unos hechos que aterrorizaron por un periodo de casi tres años a la población local y que marcaron para siempre sus vidas. De un día para otro aparece un extraño animal. Un ser que parecía haberse materializado de la nada y que su origen era el mismísimo averno. Se dedicó a atacar con una violencia extrema y cruel a las buenas gentes de Gévaudan. Niñas y mujeres fueron en su mayoría las víctimas de lo que muy pronto denominaron como la Bestia. Pero vayamos a ver que es lo que pasó, no perdamos tiempo…
Para situarnos un poco en el contexto social de la época, decir que nos encontramos en 1764. En pleno periodo prerrevolucionario. Socialmente la situación es realmente complicada. Mientras la nobleza mantiene un elevadísimo tren de vida y privilegios, el populacho vive en unas pésimas condiciones de vida y el hambre es una compañera habitual. La semilla del odio hacía las clases poderosas está sembrada y a punto de germinar. La vida diaria era aun más complicada si cabe, en comarcas tan pobres como la Auvernia. La desnutrición y la explotación del campesinado por parte de los terratenientes la hacían realmente difícil. Pero como siempre todo puede empeorar, lógicamente fue a peor y de que manera.
Un buen día, una joven que cuidaba su exiguo y famélico rebaño es atacada por un enorme animal. La chica milagrosamente consigue salvar la vida del ataque y denuncia a las autoridades los hechos y la existencia de ese desconocido ser. Como suele ocurrir, a priori las autoridades hicieron bien poco, más bien nada. Pero el 30 de junio de 1764 llega la primera víctima. Jeane Boullet, una hermosa joven de 14 años. Al cuerpo le faltaba la cabeza y los daños y mutilaciones eran realmente pavorosos. Una verdadera carnicería. Pero este solo era el primer episodio, habría más, muchos más…
Durante ese verano se sumaron cuatro víctimas más, dos niñas de 15 y 12 años respectivamente, un chico de 15 años y una mujer de 32. Todos ellos decapitados y brutalmente mutilados. Con el frío del invierno y la carencia de alimento, la actividad de la Bestia, como ya la denominaban las gentes del lugar, aumentó hasta una media de casi dos muertos por semana. El pánico se expandía como un incendio por la comarca. Los afortunados testigos de los ataques que se pudieron salvar, describían a este ser como un animal de pelo rojizo, con una especie de cresta sobre el lomo, rayado, una larga cola y con unas mandíbulas y dientes de un tamaño terriblemente desproporcionados. Por el tamaño y la profundidad de las huellas se le calculó un peso por encima de los cien kilos, nos podemos hacer una idea a lo que se enfrentaban.
Mientras los ataques y las víctimas se sucedían, las autoridades decidieron dar una jugosa recompensa por la cabeza del animal. Esto atrajo a decenas de cazadores de otras regiones que con tal de conseguir esa suculenta bolsa de dinero estaban dispuestos a cualquier cosa. Esto resultó ser un completo y absoluto desastre. Aparte de casi erradicar los lobos en la zona. Los cazadores, con tal de cobrar la recompensa, dejaban rastros falsos para despistar a sus competidores. Lo que se suele decir, los unos por los otros y la casa sin barrer.
Cuando las cifras mortales casi llegaban a la centena, el caso llegó hasta la capital parisina. Directamente desde la corte de Versalles se dio la orden de que un cuerpo de Dragones, caballería e infantería, se desplazara a la zona para acabar con el animal. Para las pobres gentes de Gévaudan el remedio fue peor que la enfermedad. Si poca comida había para ellos, imaginaos para alimentar no solo a un cuerpo de Dragones, sino ¡¡¡a cuatro!!!! Pues hubo que enviar tres cuerpos más ante la ausencia de resultados. A esto debemos sumar las borracheras, peleas, juergas nocturnas y abusos de todo tipo sobre estos pobres campesinos… bueno, la verdad que sobre todo fueron las pobres campesinas las que se llevaron la peor parte. En definitiva, que se llegó a tal punto de que preferían que se marcharan los Dragones de vuelta a París y que les dejaran en paz con su bestia.
Como el asunto ya se expandió allende las fronteras francesas. Las naciones enemigas de Francia trataban con sorna lo que estaba sucediendo en Auvernia. Prusianos y británicos coincidían en que si los franceses necesitaban cuatro cuerpos de Dragones para matar a un lobo, ¿que necesitarían para enfrentarse a sus ejércitos? Estas burlas tocaron el amor propio de Luís XV y no dudó en tomar medidas más drásticas.
Mientras tanto los ataques se sucedían. El número de cadáveres aumentaba alarmantemente por semanas. Se dio total veracidad al testimonio de un capitán de los Dragones. En dicho testimonio se narraba un encuentro cara a cara con la bestia. Según el militar, el animal era de un tamaño prodigioso, casi tan grande como su caballo, un poquito exagerado si que era el muchacho, y que se desplazaba a tal velocidad que le fue imposible seguirlo en el bosque. Algunos de sus hombres le dispararon, pero fueron incapaces de derribarlo.
En la comarca los párrocos comienzan a culpar, como no podía ser de otra manera, a las principales víctimas de la Bestia, las mujeres jóvenes. Según ellos, estas habían provocado la ira de Dios, y este les enviaba un castigo por sus vidas licenciosas y pecaminosas. Vamos, lo de siempre por los siglos de los siglos... Algunos acusaron a varios campesinos culpándolos de ser hombres-lobo. Hubo quien señaló a los gitanos zíngaros. Suponían que se les había escapado alguna de sus bestias circenses. La histeria y el miedo llegaron hasta estos niveles.
El rey, ante la desesperada situación, decide enviar a su hombre de confianza para solucionar el conflicto, Antoine Beauterne. Este señor, al que coloquialmente podríamos denominar como el “pelota oficial” del rey, henchido por el orgullo y el honor se desplaza a Gévaudan. Alli organiza las búsquedas y abate, al menos fue lo que el dijo, un lobo de grandes proporciones. No duda un solo instante en auto-imputarse el honor de haber terminado él mismo con la Bestia. Había cumplido con total solvencia la misión encomendada por el monarca. Así que dio por finiquitado el dispositivo de búsqueda de la Bestia. El problema estaba solucionado.
A todo esto, el animal fue disecado y trasladado a la corte de París. Ante el asombro y la admiración de la corte versallesca, Beauterne es homenajeado y condecorado por el rey. Vivía su mejor momento. Había llegado a la cumbre del éxito. Pero poco le duró la alegría al buen señor. A las pocas semanas se reanudan las muertes en Gévaudan y es descubierto su fraude. Triste final para nuestro querido Antoine.
Uno de los sospechosos de los crímenes fue Antoine Chastel, un joven criador de perros que vivía en las profundidades del bosque. La leyenda dice que fue precisamente su padre, Jean Chastel, un experto cazador de la región, el que acabó con la Bestia el 19 de junio de 1767. Se cuenta que derribó al animal de un solo disparo, utilizando para ello una bala de plata proveniente de la fundición de unas medallas de la virgen, ¿no os suena de algo? Lobos, balas de plata…. quizás la explicación de un mito.
Para otras fuentes, bastante más fiables y reconocidas, el animal fue abatido cerca de la abadía de Chazel por un cazador profesional llamado Jean Charles Marc Antoine Vaumesle d'Enneval, en el nombre sus padres no se quedaron cortos, junto a su hijo Jean Francois, cazadores de lobos profesionales. Estos habían sido contratados personalmente por el rey, y por una considerable cantidad de dinero. Había que zanjar el asunto fuera cual fuese el coste. Como así sucedió.
Una vez abatido, la morfología del animal impresionaba a los presentes. Sobrepasaba los ochenta centímetros de altura, medía más de un metro y setenta centímetros de longitud y pesaba unos sesenta kilos. Imaginaos el tamaño del encantador animalillo. En la autopsia realizada a su cadáver, se apreciaban en el cuerpo las numerosas cicatrices de las heridas que recibió tanto por arma blanca como por disparos. Del estómago fueron extraídos restos de un animal, unos huesos de cordero y la cabeza y el fémur de un niño. El certero disparo que acabó con su vida había traspasado la nuca llevándose cuatro vértebras en el recorrido.
El rey pidió que los restos de la Bestia fuesen enviados a París. Estaba deseoso de ver ese maléfico ser que incluso le había distraído de sus fiestas y eventos. Pero una mala disección, unida al calurosísimo verano de aquel año, hizo que el cadáver llegara a la corte en un avanzado estado de descomposición. El cuerpo desprendía tal edor que era casi imposible acercarse a él. La casa real solo pudo donar su esqueleto al Museo de Ciencias Naturales de París. Allí se mantuvo hasta la revolución de 1830, en la que un incendio destruyó tanto el esqueleto, como infinidad de grabados que mostraban la naturaleza de la Bestia.
A día de hoy, la pregunta continúa en el aire. ¿Cual era la naturaleza de la Bestia de Gévaudan?, ¿a que clase de ser se enfrentaban? ¿Qué o quienes fueron los responsables de todas esas muertes? Las respuestas son muchas. Algunas realmente descabelladas, como son las versiones demoníacas o la de los hombres-lobo. Otras tan poco creíbles como que se trataba de un cruce entre león o pantera y lobo.
Pero si nos vamos a las más verosímiles, el catálogo también es de lo más variado. La primera opción es que simplemente tratase de un lobo de gran tamaño, de lobos alpinos quizás. Como argumento en contra a esta alternativa es que la naturaleza del lobo hace que huya de los humanos y que generalmente sus ataques sean en manada. Por lo que entraría en el terreno de lo poco probable.
Otra opción viable, aunque un poro rocambolesca, es que fuera un animal exótico como un tigre, que hubiera llegado hasta allá por cualquiera sabe que avatar del destino.
Tal vez la explicación más plausible según los especialistas es que se tratara de un perro salvaje o de un híbrido entre un lobo y perro de gran tamaño. Eso explicaría que no sintiera miedo por los seres humanos y que por la heterosis genética el animal fuera de un tamaño bastante superior al de sus progenitores.
La criptozoología nos da otra explicación, que se tratara de un arenotelicon, una especie de mezcla entre hiena y lobo, de la que se capturó un ejemplar en Sajonia en 1530. Pero son solo eso, suposiciones, nada en claro. El misterio suponemos que continuará por mucho tiempo
Haciendo un macabro recuento, que se que os gusta…., la Bestia de Gévaudan realizó oficialmente 198 ataques, dejando como rastro 36 heridos y 99 muertos. Otros elevan la cifra de víctimas hasta las 123 en 306 ataques. Pero estudios posteriores reducen la cantidad hasta setenta personas, la mayoría a niñas y mujeres jóvenes. Está cifra es sensiblemente inferior a la histórica porque no se han incluido un buen número de cuerpos que se encontraron con claros signos de abusos sexuales. Que lógicamente salvo que nos encontráramos ante un lobo violador, que sería demasiado raro ¿no os parece?, tiene el asunto más pinta de encubrir violaciones y abusos para posteriormente cargarle el muerto a nuestra amiga la Bestia.
El Octavo Pasajero.