La historia puede ser muy versátil y manipulable a la hora de ser entendida, y sobre todo, a la hora de ser contada. Lo que para muchos son hechos históricos triunfales y dignos del ensalzamiento, para otros pueden ser de lo más execrables e intolerables. Son demasiadas las ocasiones en la que la ortodoxia, académica o religiosa, por intereses espurios obvia intencionadamente hechos lamentablemente brutales e indignos al gran público. Todo ello con tal de ensalzar a toda costa personajes, hechos y situaciones que jamás deberían de haber sido elevadas a tan altos lugares. El tema que os traigo, personalmente me parece uno de los hechos más terribles y vergonzantes que ha protagonizado el mundo occidental en toda su historia. Para ello daremos un nuevo salto en el tiempo y espacio para situarnos en Tierra Santa a finales del siglo XI.
Corre el año de 1095. El Papa Urbano II, tras el Concilio de Clermont y con el grito de ¡¡Dios lo quiere!!, hace un llamamiento a la cristiandad solicitando arrebatar Tierra Santa a los musulmanes. La tierra que vio a caminar al divino redentor tenía que ser recuperada para los cristianos.
Comenzaba la que fue llamada “La Cruzada de los Pobres”. En un primer momento la intención papal, algo que no es muy creible, era solamente la de la peregrinación a Jerusalén. Esa pudo ser solo la primera intención pero a partir del momento en que los “pobres caballeros” fueron masacrados por las tropas turcas en Constantinopla todo cambió. A partir de entonces podemos decir que comienza la que se bautizó como “La Primera Cruzada”.
Durante el verano de 1098 los cruzados toman la ciudad de Antioquia y comenzaban a prepararse para seguir hasta Jerusalén a cualquier precio. Antioquia queda bajo el mando de Bohemundo de Tarento y Edesa en poder de Balduino de Bouillón.
Ya en 1099, las tropas cruzadas comandadas por los caballeros Godofredo de Bouillón, hermano de Balduino, Roberto II de Flandes, Tancredo de Galilea y Gastón IV de Bearn intentan sitiar si éxito la ciudad de Arqa. Tras deliberar sobre la situación decidieron abandonar para centrarse en el “premio gordo”, Jerusalén.
El 6 de junio, Godofredo encomendó a Tancredo y a Gastón la misión de tomar la ciudad de Belén. Tras violentos combates la ciudad no pudo resistir. Tancredo, ante sus enfervorizadas tropas, alzó su estandarte desde la Iglesia de la Natividad. Al día siguiente las tropas cristianas estaban a las mismísimas puertas Jerusalén. Pronto daría comienzo su sitio y los terribles hechos que acaecieron tras su captura.
Los cristianos residentes habían sido expulsados por el gobernador fatimí de Jerusalén. La ciudad se preparó para resistir las terribles y violentas acometidas que sabían que les llegarían a buen seguro. Jerusalén estaba muy bien fortificada y bien dotada de suministros como para aguantar un largo asedio, al menos eso creían. No cabe decir que estaban bastante equivocados. Se iban a enfrentar a las tropas cristianas, que contaban en ese momento con más de mil quinientos caballeros y unos doce mil soldados de infantería.
El primer asalto se produjo el 13 de junio y fue repelido. Las murallas de Jerusalén resistieron el envite de los cruzados ante el jolgorio y regocijo de sus habitantes. La situación de las huestes cristianas era realmente complicada, el hambre, la sed y la enfermedad hacían mella tanto física como moralmente. Al contrario de lo que podría parecer, las penurias se cebaban con el ejército invasor y no con el defensor, como sería más lógico. Tuvieron que esperar a ser aprovisionados por barcos cristianos en el puerto de Jaffa para poder sobrellevar medianamente la situación en la que se encontraban.
Las tropas genovesas de Guillermo de Embriaco construyeron torres de asedio con la madera procedente del desguace de las naves de aprovisionamiento. Las torres fueron enviadas a las murallas de Jerusalén entre la noche del 14 y la mañana del 15 de julio. Y tras horas de durísimos combates la ciudad santa no pudo resistir cayó merced de los cruzados.
El pánico se desató en la ciudad. Las defensas habían caído y las tropas que portaban el signo de la cruz arrasaban con todo a su paso. Los cruzados comenzaron una de las mayores masacres que han visto los siglos. Los gritos de pavor interpretaban una ignominiosa sinfonía que difícilmente se podría explicar con palabras. El olor a sangre y fuego lo impregnaba todo. La locura se apoderó del lugar.
Musulmanes, judíos, incluso algunos cristianos fueron asesinados en el frenesí del odio racial y religioso. Muchos de ellos se cobijaron en la Mezquita de Al-Aqsa. Una vez cercados, los cruzados genoveses propusieron la captura de los refugiados y su posterior venta como esclavos. A esta opción se opusieron rotundamente los caballeros normandos. Para ellos la única salida era su total exterminio. Y así se hizo.
Para que os hagáis una idea de lo que sucedió allí, citaré textualmente las palabras de Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy (habéis leído bien, ¡¡canónigo!!):
“….El maravilloso espectáculo alegraba nuestra vista. Algunos de los nuestros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el Templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta las rodillas. Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de Acción de Gracias”.
Durante horas procedieron a degollar y decapitar a miles de personas de forma sistemática. Es realmente difícil de imaginar el terror y el espanto que tuvieron que soportar tantos inocentes durante horas esperando su fatal desenlace.
Los judíos, presa del pánico, corrieron a buscar cobijo en la sinagoga. Símplemente el templo fue incendiado con todos ellos dentro sin el menor de los reparos. Una terrible muerte de la que poco más se puede decir.
Cuando se aplacó la furia de los cruzados, más que nada porque ya casi no quedaba nadie a quién degollar, ni nada que saquear, el hedor a putrefacción en las calles era nauseabundo. Los cadáveres y miembros cercenados se amontonaban por las esquinas. Los pocos musulmanes a los que se les perdonó la vida (momentáneamente) tuvieron la horrenda misión de deshacerse de los muertos fuera de la ciudad. Estos formaron piras de cadáveres de un tamaño realmente desproporcionado.
Cuando se aplacó la furia de los cruzados, más que nada porque ya casi no quedaba nadie a quién degollar, ni nada que saquear, el hedor a putrefacción en las calles era nauseabundo. Los cadáveres y miembros cercenados se amontonaban por las esquinas. Los pocos musulmanes a los que se les perdonó la vida (momentáneamente) tuvieron la horrenda misión de deshacerse de los muertos fuera de la ciudad. Estos formaron piras de cadáveres de un tamaño realmente desproporcionado.
Con el paso de los días y ante el avance de ejércitos islámicos que procedían de Egipto, se decidió que todos los musulmanes y judíos que quedaban vivos fueran ejecutados. Esto sucedió a pesar de que se les había perdonado la vida a cambio de verdaderas fortunas. La mayoría fueron degollados. Otros obligados a saltar desde las altas torres o simplemente arrojados a las llamas. No importaba ni el sexo, ni la edad, había que terminar con todos ellos. Así era como se las gastaban en esos tiempos.
La cifra de víctimas es realmente pavorosa, se calcula que fueron salvajemente ejecutados más de ¡¡¡setenta mil personas!!! La mayor parte en cuestión de horas como hemos comentado anteriormente.
Godofredo de Bouillón aceptó el cargo de ser el gobernador de la ciudad, pero se negó a ser nombrado rey. Algo que si haría su hermano Balduino a su muerte en el 1100 y al que se le coronaría como Balduino I de Jerusalén.
Así terminó la Primera Cruzada, que a la postre sería la única de ellas que se saldó de manera exitosa para el bando cristiano. Habían recuperado la ciudad donde Jesucristo había caminado y pasado sus últimos días. La toma de Jerusalén pasó a los anales como una gloriosa victoria para la cristiandad. Gloria bastante discutible a la luz de estos espeluznantes hechos. Es de suponer que Jesús no habría estado muy de acuerdo con semejantes crímenes.
El Octavo Pasajero