George Armstrong Custer
Un
recuerdo la infancia que se mantiene en mi mente con toda la viveza, imagino
que algunos de los que sois de mi generación también, es la alegría y el
alboroto que formábamos todos los críos cuando veíamos las películas de “indios
y cowboys”. El clímax de estos filmes llegaba en el momento en que los
“buenos”, los “rostros pálidos” claro está, se encontraban en una situación de
extremo peligro rodeados de “pieles rojas”, obviamente “los malos”. Estos
cabalgaban en círculos gritando y disparando a un grupo de caravanas de humildes
colonos. El éxtasis infantil culminaba cuando de manera totalmente épica
comenzaba a resonar el característico toque de corneta del glorioso Séptimo de
Caballería de los Estados Unidos de América. Los jinetes llegaban en su auxilio
en el momento justo y los críos rompíamos a aplaudir enfervorizados.
El
concepto que se nos inculcó a varias generaciones de niños es que los indios
americanos, daba igual la etnia, cheyenne, sioux, apache o arapahoe, no eran
más que un puñado de salvajes criminales con plumas en la cabeza. Unos indios
que a lo único a lo que se dedicaban era a hostigar, por no decir joder, al
hombre blanco que traía el progreso a aquellas desoladas e improductivas
tierras. Según uno se hace mayor y adopta un poco de raciocinio, aunque solo
sea un poquito, se va dando cuenta de que ni los buenos eran tan buenos, ni los
malos eran tan malos. Con los indígenas norteamericanos se hizo lo que hoy
llamaríamos un genocidio en toda regla. Se les asesinó, se violó a sus mujeres,
se les arrebató sus territorios ancestrales y se les privó de algunas fuentes
de su sustento como es el caso de la cuasi extinción de los bisontes que
habitaban en las fastuosas praderas norteamericanas.
Dentro
de este contexto histórico hubo una serie de personajes que grabaron su nombre
para siempre en la historia de aquellos duros tiempos en Norteamérica. Grandes
jefes indios como el gran jefe sioux Tatanka Iyotanka, más conocido por “Toro
sentado”. Sin dejar atrás a Tasunka Witco “Caballo loco”, también de etnia
sioux o el mismísimo Shi Kha She, mayormente conocido como “Cochise”, jefe de
los valerosos guerreros apache chiricahua. Todos estos y muchos más eran los
héroes del bando indígena. Al otro lado del ring, el bando de los hombres
blancos, citar a personajes como William Frederick Cody, al que supongo que si
conoceréis cuando os diga que se apodaba “Buffalo Bill”. El famoso sheriff de
Dodge City, Wyatt Earp, uno de los protagonistas del mítico duelo de Tombstone
o el celebérrimo militar al que le dedicaremos este capítulo, el General George
Armstrong Custer. Un tipo bastante alejado de la ejemplar y heroica imagen que
nos proporcionó Hollywood sobre su persona con la interpretación del mítico
Errol Flynn. Un personaje muchísimo más conocido por su muerte mientras
disparaba de pie y junto a la bandera del 7º de Caballería que por su ajetreada
y belicosa vida. Una vez más tenemos la prueba de que la historia, sobre todo
la del gran público, la escriben los vencedores. Así que sin más dilación,
ensillemos nuestros caballos y pongamos rumbo a los Estados Unidos de América
de mediados del siglo XIX.
Toro Sentado
El
pequeño George nació en New Rumley, Ohio, el 5 de diciembre de 1839. Sus
padres, Emanuel y Mary, se dedicaban a la herrería, las labores campestres y
sobre todo a cuidar de su caterva de niños. Emanuel era de ascendencia europea,
su familia llegó a América a finales del siglo XVII procedente de la región
germana de Renania y su apellido era en realidad Kuster, que después se
“americanizaría” para quedar en el conocido Custer. A lo largo de la vida de
George Armstrong Custer, tanto en el seno de la familia como en el de sus
compañeros de clase y de armas, nadie se puso de acuerdo a la hora de nombrar a
nuestro protagonista. Unos le llamaban Armstrong, otros Autie. En West Point lo
conocían por “Fanny” o “Rizos”, unos sobrenombres nada viriles por cierto. Unos
indios le llamaron “Pelo largo”, más que nada para no complicarse la vida con
el nombre. Sin embargo para otros fue ni más ni menos que “Hijo de la Estrella de la Mañana” o
“Pantera agazapada”, la de vueltas que le tuvieron que dar para poner los
dichosos nombrecitos. Sus soldados si que no se andaban con tantas florituras
para referirse a Custer. Entre ellas estaban “Culo duro”, “Culata de hierro” o
“Tirabuzones”. Vamos, que menos George Custer cualquier cosa. No obstante y más
que nada para llevarles la contraria, nosotros le nombraremos de esta manera o
simplemente como Custer, pero volvamos a la niñez de nuestro protagonista.
A
pesar de que el deseo de su padre era que George algún día llegara a pertenecer
al clero, a este le atraía sobre todo la parafernalia castrense. Como era de
ascendencia germánica, sus padres le vestían con el traje de terciopelo típico
de las tierras de Westfalia y le llevaban a ver los ejercicios que realizaban
los soldados que entrenaban para la guerra con Méjico. En cierta ocasión,
agarrando un fusil de juguete e imitando los movimientos de los soldados gritó:
“ Mi voz es para la guerra”. La verdad que no me parece muy creíble la anécdota
para un niño de corta edad pero en fin…
Suena más que nada a propaganda de biógrafos afines.
Aunque
Custer nació en Ohio, gran parte de su infancia la pasó junto a su hermanastra
Lidia y su hermano Reed David en Monroe, Michigan. Tras estos años de formación
regresó a Ohio y en 1856 comenzó un acercamiento al congresista John Bingham,
sobre todo con la intención de que le “enchufara” en la prestigiosa academia
militar de West Point. Ese mismo año fracasó en su intento, pero al siguiente
logró su ambicionado objetivo. Las malas lenguas dicen que realmente debió su
acceso a la academia a un padre que quería quitarlo de revolotear alrededor de
su hija. Lo que no haga un padre por su pequeña…
En
1861 sus estudios en West Point se vieron interrumpidos por el estallido de la
guerra. Dio la casualidad de que el ejército de la Unión necesitaba una
cantidad ingente de oficiales y gracias a ello se pudo graduar, si llega a ser
por las notas… Tanto el comportamiento como las calificaciones de Custer eran
realmente deplorables. Se graduó como el último de su clase con nada más y nada
menos que 726 deméritos o faltas acumuladas. En cambio el número uno de la
promoción, el pobre Patrick O´Rourke, cayó en la batalla de Gettysburg, lo que
son las cosas. En la evaluación de Custer se le consideraba como profano, libidinoso
y bebedor. Con el paso de los años, él mismo se declaró como lo que no debería
ser un cadete de West Point, al menos era sincero el chico. Como anécdota decir
que estando de oficial de guardia fue incapaz de detener una pelea entre dos
cadetes, lo mismo la había dado al whisky más de la cuenta en ese momento, y
fue arrestado en el momento de su graduación y no pudo asistir a las
ceremonias.
El cadete Custer en West Point
Una
vez metido de pleno en la Guerra de Secesión, el ascenso de George Custer fue
meteórico, algo normal por otro lado durante la Guerra Civil norteamericana,
pues los oficiales caían como chinches en el frente y había que reponer con
demasiada frecuencia. Sus primeros destinos fueron como teniente segundo en el
Segundo y el Quinto Regimiento de Caballería. Custer pasó posteriormente a las
ordenes del general McClellan como ¡¡¡Ingeniero topográfico!!!, ahí es nada. En
realidad su misión no era detallar mapas con precisión sino que al menos era
saber donde había un río, un cerro o la altura del trigo de alguna plantación.
Con el general William Baldy tuvo también la honorable misión de cavar tumbas,
que también era algo importante ¿o no? A su favor hay que decir que con el paso
de los meses, George Custer se convirtió en un experto en los análisis
topográficos para los altos mandos. Esto le hizo colocarse en una buena
posición de cara a los ascensos importantes, los premios gordos. Deciros que
Custer a lo largo de su carrera militar llegó a conseguir un extraordinario
sentido de la topografía, la ubicación y de la localización de rutas para las
marchas.
En
cierta ocasión se le ordenó a Custer estudiar la profundidad del vado del río
Chikahominy. Este se abrió paso entre la vegetación de la rivera y de repente
se topó con un grupo de soldados enemigos que custodiaban el cruce del río.
Custer de manera realmente valerosa les sorprendió, capturó y les trajo de
vuelta a su compañía atados a su caballo. Las noticias llegaron de inmediato al
general McClellan que le reclamó de inmediato en su despacho. El general estaba
realmente impresionado y no dudó en ascenderlo temporalmente al grado de
capitán por aquellos actos de servicio.
En
junio de 1862, tan solo doce meses después de su graduación, el capitán George
Armstrong Custer había comenzado su imparable ascenso hacia la eternidad de la
fama, sobre todo tras la debacle de Chancerllorsville. En Washington llegaron a
la conclusión de que había que renovar casi en su totalidad a los mandos de
caballería con la idea de mejorar la eficiencia en las unidades. Necesitaban jóvenes
y brillantes oficiales que pusieran toda la carne en el asador para conseguir
la anhelada victoria. Tres de ellos fueron los elegidos para la gloria, E. J.
Farnsworth, Wesley Merritt y George A. Custer. Los tres jóvenes ascendieron al
rango de general de brigada. Habían pasado dos años desde su graduación y a sus
tan solo veintitrés años, Custer se convertía en el general más joven del
ejército de la Unión. Es en esta época en la que según parece Custer mató su
primer hombre. Según una de las cartas que le remitió a su hermana, esta le
pareció una experiencia de lo más emocionante y divertida. Se ve que con el
paso del tiempo le cogió más aun el gusto si cabe.
Tras
el repentino ascenso se le asignó la brigada de Michigan con la que
participaría en la mítica batalla de Gettysburg, Bristoe y Mine Run. En
Gettysburg, Pensilvania, George Custer se posicionó junto al general Gregg al
este de la ciudad para cubrir la retaguardia ante el más que posible ataque del
general confederado J.E.B. Stuart. La batalla se alargó durante tres
larguísimos días de encarnizados enfrentamientos y con un demoledor intercambio
de artillería. En la jornada del 3 de julio de 1863 se producirían dos de los
más importantes encuentros entre caballerías de uno y otro bando a lo largo de
la guerra. Se cumplió el presagio y las fuerzas confederadas del general Stuart
colisionaron con la división del general Gregg y la brigada de Custer. En la
batalla incluso se llegó al cuerpo a cuerpo con sables. Las tierras de
Gettysburg fueron regadas con la sangre derramada de hermanos contra hermanos y
entre ambos hubo un claro derrotado. Las fuerzas confederadas dejaron atrás los
cadáveres de más siete mil de los suyos y las sucesivas cargas de caballería
federales dejaron al general Lee en una situación ya difícilmente sostenible.
La
brigada de Custer se puso al servicio del general Philip Sheridan, un genocida
de tomo y lomo, y entre ellos surgió una gran amistad que duró años. En ese
momento se dio uno de los primeros episodios negros de la biografía de George
A. Custer. Este no dudó un instante en cumplir muy gustosamente la orden
dictada por los generales Grant y Sheridan de ejecutar sin juicio previo a todo
miembro capturado de las guerrillas confederadas. Como os podéis imaginar fue
toda una masacre, y no fue la última ni mucho menos.
General Philipp Sheridan
En
las últimas semanas de la guerra, Custer se dedicó a hostigar de una manera
extremadamente perseverante a las tropas en retirada del general Lee. Esto le
trajo consigo el premio de recibir personalmente la bandera de la rendición a
manos del propio general confederado. Una vez más, su leyenda militar volvía
dar un paso más hacia la historia.
Tras
la guerra, el rango de Custer fue normalizado al de capitán, pero pronto no
tardaría en tener otro golpe de suerte. Como en el oeste del país el “problema”
con los indios parecía que se agudizaba, Custer fue designado para dirigir al
recién creado, y a la postre mítico, 7º de Caballería con el rango de teniente
coronel. Como veréis, este tipo tenía la habilidad de que los ascensos le
cayeran como churros.
En
febrero de 1864, Custer pasó por el altar. Libbie Bacon se convirtió en la
esposa de nuestro protagonista. Un romance un poco accidentado porque en un
primer momento el padre de Elizabeth, el juez Bacon, no estaba conforme con la
relación que mantenían ambos jóvenes. La cosa cambió cuando Custer fue
ascendido, con lo que el juez ya no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer
ante esta relación. Este matrimonio por razones obvias y evidentes solo duró
doce años. Añadir que unos años después de la muerte de Custer, Libbie se
dedicó a escribir libros sobre su marido y ya en el primero de sus libros,
Boots and Saddles (Botas y Sillas de montar), lo retrató no solo como un genio
militar, sino como un hombre refinado, culto y mecenas de las artes. Vamos, que
no se lo creía ni ella misma y de imaginación se ve que iba bien despachada.
George y Libbie Custer
En
las Guerras Indias es cuando Custer se descoca y de que manera. Una vez el
mando del 7º de Caballería y en una de las primeras campañas contra los
Cheyenne en 1867, obtuvo uno de sus primeros pero importantes fracasos. Sus
tropas fueron reclutadas principalmente entre granjeros, estos fueron
pobremente entrenados en las artes militares y por otro lado, obligados a
realizar marchas verdaderamente extremas. Algunos soldados desertaron y al ser
capturados por supuesto que ejecutados y otros simplemente cayeron muertos
exhaustos de extremo agotamiento. Tras estos hechos, finalmente fue arrestado y
acusado de hasta cuatro cargos diferentes. Tras la vista en la Corte Marcial
fue declarado culpable y obligado a renunciar a su cargo y sueldo durante un
año. El veredicto no pudo ser más claro y demoledor. Aquí os dejo una muestra
de lo que salió a relucir del señor Custer. Su carácter fue considerado impropio
de un militar de su clase y rango. Fue responsabilidad suya la muerte de
algunos de sus inexpertos soldados por hambre y mostró un absoluto desprecio
por el bienestar de sus tropas en pos de sus intereses particulares. Con buen
criterio fue considerada como una gravísima irresponsabilidad el abandono de
Fort Wallace, Kansas, para cabalgar doscientas setenta y cinco millas para ver
a su amada Libbie. Es que cuando la pasión aprieta… Eso si, mientras el señor
utilizaba los caballos propiedad del ejército de los Estados Unidos para sus
escapadas, era capaz de ordenar que soldados hambrientos recibieran veinticinco
latigazos por robar una mísera manzana.
La
suspensión de empleo y sueldo por un año no se cumplió en su totalidad y se
quedo en unos pocos meses. Una vez más su mentor y amigo “Little Phil” Sheridan
volvió a echarle un cable recuperándolo para el Séptimo de Caballería en su
campaña contra los indios en Oklahoma. Al año siguiente Custer purgó sus
“pecados” de cara a la cúpula militar a orillas del río Washita. Esta acción de
“guerra” no dejó de ser otra cosa que un asesinato a sangre fría de niños,
mujeres y ancianos cheyenne.
Como
sé que os gustan los chismes del corazón, no lo neguéis, os diré que Custer en
está época vivió un apasionado romance con una india cheyenne llamada Meotzi.
Esta era hija del jefe Little Rock, al que curiosamente los hombres de Custer
se habían cargado previamente y sin miramiento alguno. Como quien no quiere la
cosa, en la celebración de un extraño ceremonial indio, Custer, que no se
enteraba de nada de la película, contrajo sin saberlo matrimonio con la india
Meotzi y ya puestos... La relación entre Custer y la princesa india se prolongó
desde el invierno de 1868 al de 1869, como la cosa estaba complicadilla para
visitar a Libbie y la necesidad apremiaba, nuestro amigo no tuvo mas remedio que
ponerse manos a la obra. Los cuchicheos sobre esta relación llegaron hasta su
esposa, que ni corta ni perezosa se personó para comprobar “in situ” los
rumores sobre la posible paternidad de Custer, al que le endosaban dos hijos.
El primero de ellos era indio de pura cepa, no había duda. Pero el segundo
amigos míos… el segundo era
blanquito, rubito y le llamaban “Pájaro amarillo”, como para dudar. Era “vox
populi” y bastante común que a pesar de estar muy castigado, las prisioneras
indias de buen ver sirvieran de desahogo a las tropas. Custer normalmente tenía
prioridad para ponerse el primero de la cola. De hecho dicen las lenguas
viperinas que Custer tuvo que acudir al tratamiento de mercurio para la
gonorrea y que su esposa también contrajo el mal venéreo.
General George A. Custer
Volviendo
a temas más serios, en marzo de 1873, el 7º de Caballería recibió la orden de
acuartelarse en Fort Abraham Lincoln, en Dakota del Norte, donde participaron
en alguna que otra refriega con los indios Lakota en la zona de Yellowstone.
Mientras tanto Custer volvía, una vez más, a tener problemas con sus
superiores. En marzo de 1876 fue requerido en Washington para testificar ante
una Comisión del Congreso sobre un posible fraude en el Servicio Indígena. El
testimonio de Custer puso en clara evidencia al ex Secretario de Guerra y
provocó un terrible enfado al presidente de los EE.UU., Ulysses S. Grant. El
temperamental presidente no dudó en relevar inmediatamente del mando a George
Custer, aunque tras la presión de su gabinete no tuvo más remedio que
rectificar la situación.
Ullyses S. Grant
Allá
por 1876, los sioux y los cheyenne trataban de impedir por todos los medios el
avance colonizador de los rostros pálidos. El final de nuestro protagonista se
aproximaba a pasos agigantados. El 17 de junio de 1876 los cerca de mil
soldados del general George Crook
se enfrentaron en Rosebud a una coalición de Oglala-Lakota, Cheyenne,
Sans Arcs, Miniconjou, Hunkpapas y Pies Negros al mando del gran jefe Caballo
Loco. Se trataba de más de
mil quinientos guerreros en total. A pesar de tales fuerzas por uno y otro
bando no dejó de ser una “toma de contacto” en la que tan solo hubo nueve bajas
en el bando estadounidense y poco más de treinta en el indígena.
Caballo Loco
El
22 de junio de 1876, Custer y seiscientos cincuenta y cinco de sus hombres
fueron enviados a localizar los poblados sioux y cheyenne involucrados en el
incidente de Rosebud. Tres días más tarde sus exploradores localizaron el
poblado de los sioux. En uno de sus habituales arrebatos de chulería, en lugar
de esperar la llegada del grueso de las tropas comandadas por el general Terry,
y realizar un reconocimiento más intensivo y realizar un cálculo realmente
aproximado de los efectivos enemigos, Custer decidió atacar el poblado indio
dividiendo sus tropas en tres, como en Washita.
El
grupo del capitán Benteen atacó por el flanco izquierdo. El segundo grupo,
liderado por el mayor Marcus Reno, fue enviado a atacar el campamento a orillas
del río Little Big Horn. Custer se encargaría de taponar la vía de escape.
El
mayor Reno fue el primero en llegar al campamento indio y darse cuenta de que
habían metido la pata hasta el fondo. El asentamiento era muchísimo mayor de lo
que habían imaginado. No tuvo mas remedio que retirarse a un lado del río
perseguido por cientos de feroces guerreros indios. El capitán Benteen pudo
unirse a él más tarde y a pesar de sufrir numerosísimas bajas, juntos lograron
organizar una posición defensiva que aguantó durante dos eternos días.
Recreación de la batalla de Little Big Horn
Custer
corrió peor suerte, él y sus hombres cabalgaron hacia el norte a través del
vado este del río Little Big Horn. Los sioux y cheyennes se dieron cuenta de la
maniobra del general y salieron en su busca. La osadía y precipitación de
nuestro protagonista se pagarían con un elevadísimo precio, el más alto de
todos, con la vida. Más de cuatro mil guerreros indios rodearon en un risco a
Custer y sus doscientos treinta y un soldados. La desproporción de fuerzas era
tal que la batalla no duró más de diez minutos. En ella perecieron todos los
soldados incluyendo a George A. Custer, sus hermanos Tom y Boston, su
hermanastro Calhoun James y su sobrino Autie Reed. Lo que podemos definir como
un drama familiar total.
Podemos
imaginar la estampa de Custer con casi treinta y cinco años de edad, sus casi
dos metros de altura, su dorado cabello al viento y sus ojos azules viendo
aproximarse miles de valerosos y enfurecidos pieles rojas. Él disparó todo lo
que pudo y más aun, muchos de sus enemigos cayeron abatidos por su revolver.
Pero su suerte estaba echada y Custer cayó abatido entre el estruendo del
fragor de la batalla. Las tropas del general Terry llegaron al lugar de los
hechos el 28 de junio de 1876 y el panorama que se extendía ante ellos era
totalmente desolador. El único miembro del ejército estadounidense que salió
vivo de la trifulca fue el caballo del mayor Keogh, “Comanche”.
Comanche, el único superviviente de Little Big Horn
Una
vez más y ya van…, Sheridan exculpó a Custer de cualquier responsabilidad y
cargó las tintas contra el mayor Reno. Se acusó a este de no haber acudido al
rescate de Custer cuando lo podría haber hecho y de haber estado completamente
borracho la noche anterior. Una acusación a todas luces injusta que con el paso
del tiempo quedó plenamente aclarada a pesar de todos los intentos de Libbie
Custer por evitarlo.
Como
en casi todo en la vida de Custer, la polémica le siguió acompañando tras su
muerte. El cuerpo del general presentaba tres heridas de bala y ni una sola
flecha como sería de esperar por todos. La rumorología empezó a expandir a toda
velocidad la idea del posible suicidio de George A. Custer. Este hecho fue
refrendado por el testimonio de un par de indios y negado por el teniente James
Bradley, el oficial que encontró el cuerpo sin vida de nuestro protagonista.
En
el bando de los indios no se ponían de acuerdo para adjudicar el honor de la
autoría de la muerte de Custer. Los candidatos eran Toro Blanco, que era
sobrino de Toro Sentado, Dos
Lunas, Lobo Harshay y Oso Valiente de los cheyenne. Tras horas de deliberación
y la posterior fumada de pipa, el consejo de ancianos decidió por unanimidad
que Oso Valiente fue quien acabó la vida de Custer, el Hijo de la Estrella de
la Mañana.
Dos Lunas
Esta
es la historia de un gran héroe para algunos y un vanidoso, ambicioso e
impetuoso asesino para otros. Sin embargo, admiradores y detractores coinciden
en que el valor y la intrepidez estaban concentradas en grandes cantidades en
la figura del general George Armstrong Custer, el que murió “Con las botas
puestas”.
Cementerio de Little Big Horn