Elisha Kent Kane
En este humilde blog, y posteriormente en mi
libro Avernum (25 Rutas al infierno), ya tratamos en su momento las hazañas de
pioneros y héroes antárticos como Robert Falcon Scott, Roald Amundsen o el gran
Ernest Shackleton. Sin duda alguna el nexo de unión entre ellos fue su amor y
pasión por la aventura y por ese brutal y desolado lugar llamado Antártida.
Pero en el lugar opuesto e igualmente
inhóspito del mundo también otros exploradores ávidos de aventuras se
enfrentaron al hielo y al frío, auténticos héroes que se jugaron la vida por
descubrir nuevos horizontes para el ser humano, como por ejemplo el mítico
“Paso del Norte” o conquistar el mismo Polo Norte. Uno de estos aventureros fue
Elisha Kent Kane, un tipo peculiar con unas características físicas muy
diferentes a los anteriormente citados pero con su mismo espíritu.
Nuestro protagonista vino al mundo en
Filadelfia el 3 de febrero de 1820, hijo de John Kintzing Kane, abogado y
político demócrata, y Jane Duval Leiper. Desde los primeros días tras el
alumbramiento su familia se dio cuenta de que el pequeño Elisha era un chico de
salud frágil, de apariencia enfermiza y que como sucedía habitualmente en
aquellos duros tiempos, tendría una vida corta y seguramente achacosa. Desde
luego en esto último no se equivocaron ni mucho menos.
Para empezar los médicos detectaron en el
pequeño Elisha una grave dolencia cardiaca con todo aquello que implicaba para
la medicina de la época. Pues bien, contra todo pronóstico y a pesar de crecer
aquejado constantemente de fiebres y todo tipo de males que le obligaban a
estar postrado en cama durante meses, Kane se graduó en la Escuela de Medicina
de la Universidad de Pensilvania allá por 1842. Y eso que durante su periplo
universitario la fiebre reumática se apoderó de él y entre sus amistades nadie
apostaba ni un solo centavo a que Elisha terminaba con vida sus años
universitarios. Imaginad hasta que punto llegó la situación que su padre llegó
a hablar con él y con la solemnidad propia de las circunstancias le dijo: “Elisha,
si vas a morir, muere al pie del cañón”. Aquella frase quedó grabada a fuego en
la mente de Elisha, decidiendo este que seguiría a pies juntillas el sabio
consejo de su progenitor ¡Y vaya si lo hizo!
Tras ejercer como médico durante solo unos meses
en Filadelfia, cosa que le aburría enormemente, el 14 de septiembre de 1843,
Elisha Kent se incorporó a la marina estadounidense como asistente de cirujano.
Ese mismo año ya se desplazó hasta China para una importante misión diplomática
comercial. Posteriormente pasó a participar en otras peligrosas misiones con el
escuadrón de África. Más adelante y ya con el Cuerpo de Marines, participó de
manera muy activa en la guerra entre EEUU y México, donde su comportamiento fue
catalogado como heroico.
A pesar de culminar con éxito todas estas
aventuras os tengo que decir que nuestro protagonista no lo pasaba lo que se
dice precisamente bien en los viajes entre un país y otro. Los desplazamientos
en barco los hacía de dos maneras, vomitando por la borda o bien recluido en su
camarote presa de sus habituales fiebres. Pero él siempre tenía su frase
recurrente y de la que seguramente su padre se sentiría muy orgulloso: “Si mi
salud me va a dar poco tiempo de vida... ¿para qué estar enfermo encerrado en
casa?”
En Filipinas no tuvo otra cosa que hacer que
cruzar el cráter de un volcán colgado de una cuerda hecha tan solo de tiras de
bambú. En sus aventuras mejicanas incluso llegó a recibir un lanzazo en el
abdomen, herida de la que también milagrosamente sobrevivió. En Egipto se
adentró en las catacumbas de Tebas y así muchas más aventuras ¡No está nada mal
para un tipo enclenque y enfermizo! Pero sus deseos aventureros no se vieron
saciados ni muchísimo menos con estas que os he enumerado, muy pronto llegarían
las verdaderamente importantes y peligrosas, las expediciones árticas.
Para situarnos, en el verano de 1845 se había
perdido el contacto con una expedición británica que había partido hacia el
Ártico en busca del “Paso del Norte”, se trataba de la tristemente recordada
“Expedición Franklin”, a la que por supuesto le dedicaremos en el 8º Pasajero
su merecido espacio. A partir de ese momento innumerables expediciones salieron
desde tierras británicas o norteamericanas en busca de recomponer el
rompecabezas de la desaparición de los navíos británicos. Una de esas primeras
expediciones fue financiada por el filántropo millonario Henry Grinnell y ésta
sin duda cambió para siempre la ya de por sí ajetreada vida de Elisha Kane..
Sir John Franklin
Una vez en el ártico, un buen día de enero de
1853 y tras adentrarse en solitario varios kilómetros en el océano de hielo que
tenía ante sí, Kane presenció el maravilloso espectáculo de un primer amanecer
tras más de ochenta días de oscuridad. En sus libros posteriores describió las
sensaciones de aquella experiencia de esta manera: “Nunca, jamás, hasta
que me cubra la tierra de la sepultura o el hielo de estas tierras, volveré a
privarme de esta bendición de bendiciones”.
Tras una infructuosa búsqueda de meses la
expedición en busca de Franklin fracasó en ese aspecto de su cometido, no
encontraron ni rastro de la tripulación del HMS Terror. Así que a su regreso a
los Estados Unidos nuestro amigo Kane se dedicó tanto a escribir como a dar
apasionadas conferencias sobre sus vivencias y aventuras en el ártico, que por
cierto fueron todo un éxito de público y crítica. Los auditorios se llenaban a
rebosar y llegó a cobrar incluso miles de dólares por algunas de estas
conferencias. Sus innumerables seguidores, ávidos de sumergirse en sus aventuras,
empezaron a llamarle “El doctor Kane de los mares árticos” y su estatus social
empezó a crecer hasta el nivel casi de héroe nacional.
Henry Grinnell
Si ya de por sí su fama había crecido como la
espuma, ésta subió unos cuantos peldaños más cuando Elisha contrajo matrimonio
con alguien muy conocido para todo amante del misterio y lo paranormal,
Margaret Fox, una de las tres hermanas “mediums” con las que comenzó ese nuevo
movimiento entonces que se denominó espiritismo. La boda fue todo un
acontecimiento social para la prensa rosa de la época, pero una cosa sí que
tenía que tener muy clara la recién estrenada Sra. Kane, su marido no iba a
pasar mucho tiempo en casa con ella ni de lejos, más bien nada, los espíritus
probablemente le harían más compañía.
Las hermanas Fox
En 1853 vuelve a escena el millonario Henry
Grinnel, este no se quedó muy conforme con el resultado de la primera búsqueda
de la Expedición Franklin y no dudó en poner de nuevo dinero sobre la mesa para
una segunda misión siempre que esta fuera liderada por el doctor Elisha Kane.
Este, que a pesar de sus habituales achaques de salud, de que no era marino y
de que ni mucho menos había capitaneado un navío en su vida, no dudó en
embarcarse en esta nueva aventura y con los ojos cerrados. Él deseaba volver al
Ártico como fuese y así lo haría, nadie le detendría. Hay que puntualizar que
el reclamo del famoso doctor Kane era un dulce para otros intereses, por
supuesto económicos como podréis imaginar, de su mentor y mecenas Mr. Grinnel.
En la primavera de 1853 y con una tripulación
de dieciocho hombres inicialmente, el navío Advance, un barco pequeñito pero
robusto, zarpó rumbo a territorios árticos en búsqueda de nuevo del capitán
John Franklin y lo que surgiera, porque ya puestos… Habría que explorar
un poco más al norte ¿No? ¿Al Polo quizás…?
Kane hizo entonces suyo el objetivo que ya
anteriormente había llevado a la tragedia a la Expedición Franklin. Este
objetivo no era otro que la búsqueda del inexistente entonces, hoy en día ya es
otro cantar, “Paso del Norte” y ya de paso pues añadiría el dar un pequeño
paseíto por el mismísimo Polo Norte. Pues bien, la broma les costaría el quedar
atrapados en el hielo ártico durante nada más y nada menos que más de tres
años, que se dice muy pronto, y para después escribir una de las páginas más
importantes de la historia de las aventuras que recuerdan los tiempos. Pero no
nos emocionemos y vayamos por partes, analicemos un poco lo que sucedió en ese
periodo de tiempo, que tiene su miga.
El Advance zarpó de los muelles neoyorquinos
el 31 de mayo de 1853, llegando a tierras de Groelandia el 17 de julio. Allí se
unieron al grupo Hans Hendrick, un inuit de diecinueve años, y Carl Petersen,
un danés especialista en trineos tirados por perros y que también ejercería de
traductor. Ya en agosto y bordeando las costas de Groelandia, superaron con
creces el récord hasta entonces de navegación más al norte. Pero Kane y sus
hombres no se detendrían aquí ni mucho menos, siguieron avanzando hacia terreno
desconocido.
La travesía poco a poco fue entrando en una
nueva fase, los bloques flotantes de hielo cada vez eran más grandes y el
viento azotaba al Advance como si se fuese a terminar el mundo. Así que el 24
de agosto no les quedó más remedio que atracar en la bahía de Resselaer y
construir un almacén de víveres para el invierno que se aproximaba a marchas
forzadas. Estos almacenes que a priori eran una buena idea en realidad fueron
un gran error estratégico del doctor Kane, pues cuando quedaron atrapados
finalmente ya andaban realmente escasos de víveres. Entre las mil y una
eventualidades que sufrieron, una de ellas fue el desagradable problema de las
ratas en el barco. De hecho, para deshacerse de los roedores casi matan al
cocinero asfixiado por el humo tóxico del carbón y más adelante en otro
intento, casi queman el barco con los rescoldos, eso sí, las ratas murieron o
huyeron despavoridas por el ártico.
El USS Advance atrapado
El eterno y oscuro invierno polar comenzó a
hacer mella en la tripulación, la extrema dureza climatológica y la escasa
alimentación provocó en alguno de los tripulantes la aparición del temido
escorbuto. Los perros también enfermaron de una enfermedad similar a la rabia y
sufrieron una importante diezma, cuarenta y seis de cincuenta y dos animales
perecieron, lo que ya descartaba totalmente cualquier desplazamiento en trineo.
Milagrosamente toda la tripulación de mejor o
peor manera pudo superar el primer invierno ártico. Un encuentro casual con un
grupo de cazadores inuit a los que se les invitó a subir al barco hizo que los
hombres pudiesen recuperar fuerzas devorando carne de morsa cruda que les supo
a verdadera gloria bendita. Ya estaban preparados de nuevo para reemprender la
búsqueda de lo que quedase de la tripulación del capitán Franklin, búsqueda
cuyo resultado fue totalmente infructuoso si exceptuamos que en el camino se
descubrió el glaciar Humboldt y que también existían aguas abiertas más allá
del glaciar.
Pero pronto llegarían las primeras y casi
inevitables bajas entre la tripulación, en una de las partidas dos de los
miembros de la tripulación fallecieron y otros dos sufrieron amputaciones
debido a la congelación de algunos de sus miembros.
Las partidas de búsqueda, y a su vez también
los descubrimientos geográficos, se sucedieron a lo largo de los meses
posteriores, pero solo hasta que de nuevo el temido invierno hizo acto de
presencia, con este ya iban dos.
En julio de 1854 la situación de la expedición era algo así como bastante preocupante. Kane junto a otro tripulante trató la hazaña de navegar ¡¡En bote!! Una distancia de mil cuatrocientos kilómetros para intentar encontrar alguno de los barcos de las otras expediciones que también compartían la misión de encontrar a Franklin y sus hombres. Pero no hubo forma de superar una totalmente infranqueable barrera de hielo y tuvieron que volver de regreso cuando tan “solo” habían navegado unos doscientos kilómetros. Afortunadamente los inuits volvieron a prestar una inestimable y vital ayuda a nuestros protagonistas, las provisiones que les proporcionaban de vez en cuando les estaban salvando la vida, al menos por el momento.
A estas alturas de la película, ya a finales
de agosto de 1854, algunos de los componentes de la expedición ya tenían más
que claro que no saldrían de allí con el barco, éste estaba literalmente
atrapado en una inexpugnable trampa de hielo y parte de él se había utilizado
para calentarse. Había que encontrar desesperadamente la manera de huir de
aquel infierno blanco aunque la vida se les fuese en el intento.
Nueve hombres, los más fuertes, y en algo muy
parecido a un motín, decidieron partir en busca de ayuda el día 5 de agosto,
mientras que Kane y el resto de la tripulación decidió permanecer junto al
barco. El objetivo no era otro que llegar a Upernavik, a unos ochocientos
kilómetros de distancia. Preferían mil veces el morir en el intento a pasar
otro invierno más en semejantes condiciones. Kane escribió en su diario: “No
puedo dejar de sentir que algunos de ellos regresaran, abatidos y sufrientes, a
buscar un refugio a bordo. Deberán encontrarlo... pero si yo nunca regreso a
casa y pueden encontrarla el Dr. Hayes o Mr. Bonsall o Master Sonntag,
dejémosles cuidar sus pieles”.
Mientras tanto el resto de la tripulación con
Kane a la cabeza se preparó para pasar un invierno más, imaginemos por unos
momentos la extrema dureza de la prueba a la que se enfrentaban de nuevo. A
pesar de las provisiones y de la ayuda inuit la situación solo podría definirse
como dantesca o cuanto menos de pesadilla. El 12 de diciembre se produjo el
regreso del grupo de hombres que había partido en agosto, su aspecto era
absolutamente deplorable y con claros síntomas de padecer una desnutrición
bastante severa. Eran sin duda alguna la viva imagen del sufrimiento y de la
desesperanza. El propio Kane tuvo que amputar dos dedos de la mano y varios de
los pies del doctor Hayes por causa de la congelación.
La dureza de aquel invierno fue tan extrema
que incluso los inuit sufrieron tremendamente los rigores climatológicos que
les estaban azotando. El escorbuto regresó de nuevo y la situación ya pasó de
mala a nivel desesperación. Había que escapar de allí como fuese y desde luego
sería una lucha a vida o muerte, sin medias tintas, y de nuevo Upernavik sería
su destino.
El 20 de mayo de 1855 el grupo vio por última
vez la triste y fantasmal silueta del Advance apresada en el hielo polar. El
grupo arrastró tres botes con la ayuda de trineos durante muchísimos
kilómetros, más de ochenta y en las condiciones físicas y mentales que os
podéis imaginar. Pues bien, el 17 de junio de 1855, casi un mes después,
llegaron a Etah y allí comenzó una singladura marina que se podría calificar de
suicida. Supongo que con todos estos datos a todos nos quedará bien claro que
en aquella época los hombres estaban hechos de otra pasta. Navegaron durante
más de mil doscientas millas entre icebergs, témpanos de hielo, vientos helados
que desgarraban como cuchillos y con todo esto tan solo uno de ellos no pudo
superar semejante prueba de resistencia. El 21 de julio, ¡¡Observad cómo
pasaban los meses!! nuestros protagonistas doblaron el cabo de York y fue poco
más adelante donde fueron avistados el 6 de agosto por un ballenero danés.
Afortunadamente los daneses se prestaron a acercarlos hasta Upernavik, nada más
y nada menos que ochenta y cuatro días después de su partida.
Mientras tanto, desde los Estados Unidos el
propio gobierno financió expediciones en busca de Kane y sus hombres, vamos,
que esto era un no parar, expediciones que buscaban a otras expediciones que se
perdían y así sucesivamente. El caso es que una de ellas pudo alcanzar a otro
barco danés que llevaba a los supervivientes a las islas Shetland. Finalmente
Kane y sus hombres arribaron a Nueva York el 11 de octubre de 1855, más de tres
años después, que se dice muy pronto.
La misión inicial, que en principio no era
otra que la búsqueda de Franklin claramente fue fallida, de hecho lo fue así
durante más de ciento cincuentas años, pero los conocimientos geográficos,
climáticos y de otras disciplinas científicas que consiguieron con esta
expedición fueron de un valor incalculable para la ciencia del momento. Una
hazaña que si bien no llegó al nivel de fama de las de Shackleton o Scott en
años posteriores, pero que desde luego se quedaba muy cerca. Al año siguiente,
Kane publicó su libro “Exploraciones árticas: La segunda expedición Grinnell en
búsqueda de Sir John Franklin, 1853, 54, 55” donde relataba con una excelsa
cantidad de detalles el auténtico infierno vivido durante aquellos tres años.
Pero aquella heroicidad tendría su coste y Kane tendría que pagar su peaje.
La habitual “mala salud” de nuestro
protagonista empeoró bastante durante los siguientes meses. A pesar de todo, en
noviembre de 1856 cumplió con su promesa de entregar a Lady Franklin el informe
de la infructuosa misión de rescate de su marido. Desde allí y con la firme
intención de recuperar fuerzas al sol caribeño viajó hasta La Habana, pero allí
su cuerpo ya dijo basta. El 16 de febrero de 1857 y con tan solo treinta y
siete años de edad, Elisha Kent Kane fallecía después de una vida intensa como
solo unos pocos “elegidos” pueden haberla tenido y superando casi siempre a
pesar de su maltrecha salud, cualquier obstáculo que se le pusiese por delante.
La noticia fue muy dolorosa para la sociedad estadounidense, uno de sus mayores
héroes hasta entonces les dejaba para siempre.
El gobernador de Cuba acompañó personalmente
sus restos mortales hasta la ciudad de Nueva Orleans. De allí a Cincinnati, las
orillas del Mississippi estaban repletas de gentes con expresando su inmenso
dolor. Para que os hagáis una idea del impacto de su muerte, el trayecto
en tren de Cincinnati a Filadelfia duró casi cuatro días a causa de la multitud
que le quería rendir homenaje. Solo decir que su funeral fue el más grande en
la historia de Estados Unidos hasta esa fecha, solo superado por el de Abraham
Lincoln pocos años más tarde.