jueves, 27 de noviembre de 2014

Descubiertas las tumbas de seis supuestos vampiros en Polonia.





La ignorancia y el miedo son dos ingredientes que, por norma general, crean juntos más monstruos de los que en realidad huyen. En Polonia, durante los siglos XVII y XVIII, las gentes llevaban a cabo rituales funerarios para alejar al diablo y librarse de su influencia maligna. Los cuerpos de aquellos difuntos que corrían el riesgo de convertirse en vampiros por una variedad de razones, algunas tan peregrinas como un defecto físico, recibían un tratamiento específico de lo más grotesco. Las excavaciones en el cementerio de Drawsko, en el noroeste del país, han sacado a la luz seis tumbas cuyos ocupantes portaban alguna sorpresa: una hoz sobre la garganta para rebanársela en caso de que el sepultado volviera a la vida o una gran piedra en la boca para que se atragantara si pretendía respirar de nuevo o morder a alguien. Se trataban de un hombre adulto, una adolescente, tres mujeres adultas y un joven de sexo desconocido. Ni la edad ni el sexo eran un impedimento para esas prácticas.




Un equipo de la Universidad del Sur de Alabama (EE.UU.) cree que estos extraños ritos funerarios pueden revelar claves sobre las prácticas sociales y culturales de las personas que vivían entonces en la zona, además de darnos pistas sobre sus identidades. Para ello, los autores del estudio, publicado en PLoS ONE, analizaron los dientes molares de 60 individuos, incluidos los seis supuestos vampiros, utilizando isótopos de estroncio. Entonces, compararon los resultados con los mismos isótopos de animales locales.

De esta forma, se dieron cuenta de los «diablos» de las tumbas extrañas no eran inmigrantes, desconocidos que podían haber causado temor entre los lugareños, sino individuos de la zona cuyas condiciones sociales de identidad o forma de muerte les convirtieron en sospechosos.




Epidemia de cólera

La idea del vampiro o del no muerto tiene una larga historia. En el Este de Europa, el término proviene de «resucitado» y surgió alrededor del siglo XI, aunque el mito probablemente nació mucho antes entre los antiguos griegos y romanos. En el folklore polaco, se trata de un espíritu turbio que vuelve a la vida después de muerto para dañar a los vivos. En sus leyendas, las almas dejan el cuerpo y continúan habitando este mundo durante cuarenta días después de la muerte. Sin embargo, una pequeña parte de esas almas son peligrosas y pueden convertirse en vampiros. Generalmente, se trata de pobres desgraciados que fueron marginados en vida por tener una apariencia física distinta, practicar la brujería, no haber sido bautizado tras el nacimiento, suicidarse o haber muerto los primeros en una epidemia.





Precisamente, los investigadores creen que detrás de estos entierros para alejar el mal pudo encontrarse la epidemia de cólera que castigó Europa del Este durante el siglo XVII. La primera persona que muriera a causa de un brote de la enfermedad infecciosa podía tener más probabilidades de regresar de entre los muertos como un vampiro. «La gente de la época postmedieval no entendía cómo se propagaba la enfermedad, y en lugar de una explicación científica para estas epidemias, explicaban el cólera y las muertes que resultaban de ella de manera sobrenatural», apunta Lesley Gregoricka, responsable del estudio. De ahí a poner una piedra en la boca de un fallecido solo había un paso.