En esta tercera y última (por el momento) entrega de las cacerías de humanos volvemos de nuevo al Pacífico en plena II Guerra Mundial. Esta vez las víctimas fueron las tropas del ejército Imperial Nipón las que sufrieron quizás la mayor matanza perpetrada por animales sobre seres humanos en un episodio realmente estremecedor.
Situándonos geográfica e históricamente, nos encontramos en la isla de Ramree, frente a la costa de Birmania a finales del mes de enero de 1945. En el contexto de la Operación Matador, en la que las tropas británicas tenían la misión de tomar el puerto con el nombre casi impronunciable de Kyaukpyu, en la zona norte de la isla. El 21 de Enero el acorazado Queen Elizabeth abrió fuego con todo su poder destructivo para proteger la cabeza de playa para el posterior asalto anfibio y el desembarco de la 71ª Brigada India.
La resistencia que presentaron las tropas japonesas fue casi heroica. Se peleó cada metro de terreno de costa y los británicos tuvieron que utilizar todo su potencial bélico para que los nipones comenzaran a retroceder. Ellos no sabían que ese día aun les esperaba un enemigo más terrible y sanguinario, que ni siquiera se podían imaginar. La Infantería de Marina consiguió tomar el bastión japonés y sus aproximadamente novecientos defensores retrocedieron para unirse a un batallón que se proponía cruzar la isla y unirse al grueso del ejército apostado en el extremo sur. Fue para ellos una decisión equivocada que costaría muchas bajas.
Los tropas japonesas se vieron obligadas a cruzar un manglar de aproximádamente unos dieciséis kilómetros en el que vivieron uno de los episodios mas terroríficos con los que se haya podido enfrentar un hombre. En el manglar, aparte de las picaduras de los voraces mosquitos, les esperaba el temible cocodrilo marino o poroso. Este reptil tiene un promedio de envergadura de cuatro a seis metros y de un peso de hasta mil trescientos kilos, aunque el mayor ejemplar que se ha capturado llegaba a la tremenda medida de los nueve metros y casi los dos mil kilos de peso. Con estos datos nos podemos hacer una idea de la potencia de las mandíbulas, de la peligrosidad de este animal y de la impresión que debe producir encontrarse frente a frente con solo una de estas criaturas. En el manglar encontrarían miles.
Los japoneses comenzaron una desesperada huida haciendo caso omiso a las peticiones de rendición por parte de los británicos.y fueron penetrando poco a poco en el manglar sin saber que estaban bajando a los mismísimos infiernos. Mientras avanzaban a duras penas entre el fango y la vegetación, la infantería de marina rodeó el perímetro y disparaban a todos aquellos que querían escapar de la mortal trampa que eran esas pantanosas aguas. El manglar se convirtió en un lugar de auténtica pesadilla, gritos de dolor y pánico inundaban la sofocante atmósfera del lugar. La muerte se abrió paso en toda su terrible y máxima expresión. Desde fuera se podía escuchar el sonido del chapoteo del agua en la desigual lucha de los soldados nipones con los cocodrilos marinos que no se podían esperar en ningún momento semejante festín.
De los más de mil soldados japoneses que se propusieron romper el cerco, solo se pudieron hacer prisioneros a una veintena. Se cree que alrededor de cuatrocientos pudieron llegar con vida al otro extremo de la isla. El resto, según las diferentes crónicas y por las posteriores mediciones de la cantidad de sangre diluida en el agua del manglar, nos movemos en una horquilla de entre seiscientos y mil soldados los que perecieron víctimas de los cocodrilos, picaduras y falta de agua potable.
Basta con leer la crónica del naturalista y biólogo Bruce Wright, que acompañaba a las fuerzas británicas para darse cuenta de lo espantoso de este episodio:
“……..Esa noche (la del 19 de febrero de 1945) fue la más horrible que cualquiera de la dotación de la ML (lancha de desembarco de la infantería de marina) haya visto nunca. Entre el esporádico sonido de los disparos podían oírse los gritos de los hombres heridos, aplastados en las fauces de los enormes reptiles, y el vago, inquietante y alarmante sonido de de los cocodrilos girando creaba una cacofonía infernal que rara vez se ha igualado en la Tierra. Al amanecer llegaron los buitres para limpiar lo que los cocodrilos habían dejado.... "
El Octavo Pasajero.
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