lunes, 5 de septiembre de 2011

Robert Falcon Scott. El precio de ser segundo.

"…Afuera, delante de la entrada de la tienda, todo el paisaje es una terrible ventisca, resistiremos hasta el final, la muerte ya no puede estar demasiado lejos: es una lástima, pero no creo poder seguir escribiendo. Por el amor de Dios, cuidad de nuestras familias".

 Robert Falcon Scott


Estas líneas son el testimonio final de uno de los grandes exploradores que coincidieron a principios del siglo XX. A dos de ellos ya los tratamos con anterioridad, Ernest Shackleton y Percy Harrison Fawcett. Roald Amundsen y nuestro protagonista, Robert Falcon Scott conformarían este póker de ases de la exploración y sobre todo de la aventura pero con mayúsculas. Una vez más, el inexplorado continente helado es nuestro destino. Agarraos que con aquello del salto cuántico esto se va a mover un poco… 5, 4, 3, 2, 1 Ignición!!!!

Nuestro protagonista viene al mundo en un localidad muy cercana a la marinera ciudad de Plymouth, Davenport.  Un 6 de Junio de 1868. El pequeño Robert  fue el tercero de los cinco hijos de John y Hanna., propietarios de una cervecería de aires marineros, nada de nobleza ni aristocracia.
 
Robert destacaba en los estudios, pero su constitución era mas bien flacucha y por poca cosa enfermaba. A pesar de estos condicionantes, una vez que finalizó su formación académica se enroló en la Royal Navy a la tierna edad de trece añitos. Como han cambiado los tiempos afortunadamente.

En este momento Robert Scott comienza el carrusel de buques en los que prestaría servicio a lo largo de estos años y de los que de todos aprendería un poco. En ellos logró forjar su carácter y su débil físico se transformó. Su primer destino fue en el buque escuela HMS Britannia. Posteriormente pasaría a prestar servicios en el buque insignia de la Flota del Canal de la Mancha, el Boadicea. A estos destinos le sucederían muchos más según Robert iba ascendiendo en la escala militar. En 1886, pasó a formar parte de la escuadra de las Indias Occidentales, la cual se encontraba al mando del famoso explorador ártico Albert Hastings Markham. Este fue una gran influencia para Robert, que en 1892 consiguió alcanzar el grado de primer teniente y ser trasladado al HMS Majestic, donde se especializaría en exploraciones científicas.



Scott


En 1899 llega su gran oportunidad, la que había estado esperando durante años. Sir Clement Markham, presidente de la Real Sociedad Geográfica de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Scott para dirigirla. Estamos ante la expedición “Discovery”, nombre adoptado del buque encargado de realizar tan magna travesía.


Buque Discovery


El Discovery soltó amarras el 6 de agosto de 1901 en el puerto de Cardiff y llegó a Nueva Zelanda el 29 de noviembre del mismo año. Vamos, una vueltecita de nada. Tras unas semanas de preparación partieron rumbo a aguas antárticas, empezaba lo bueno. Sus compañeros de expedición fueron Wilson y un tal Ernest Shackleton que supongo que os sonará ¿no?, casi nada.
Edward Wilson

Una vez en el continente helado, Scott, Wilson y Shackleton partieron el 2 de noviembre de 1902 con perros y algunos hombres de la tripulación. Su intención era llegar lo más al sur que les fuera posible en línea recta sobre la barrera de hielo, alcanzar el Polo Sur magnético si era posible o encontrar alguna nueva tierra para la corona. Estos británicos siempre intentando expandir el imperio de su graciosa majestad.

El 11 de noviembre la expedición consiguió batir el record de distancia recorrida más al sur, llegando a los 78º 50´. Pero todo no iba a ser un camino de rosas. Las dificultades hicieron acto de presencia. Debido a la inexperiencia con los perros, la cosa empezó a ponerse complicada. Algunos de ellos estaban realmente débiles, casi incapaces de continuar y Wilson tuvo que tomar la drástica decisión de sacrificarlos para alimentar a los otros. Lo peor era que la dureza de las condiciones antárticas comenzaban a hacer mella ya no solo en los animales, sino también en los expedicionarios. La ceguera provocada por la nieve, la congelación de las extremidades e incipientes síntomas de escorbuto hicieron acto de presencia. Aun así siguieron adelante. 

La Navidad la celebraron dándose un festín con raciones dobles y un pudín que Shackleton había guardado para la ocasión oculto con sus calcetines, espero que al menos fuera enlatado porque si no….. El 30 de diciembre alcanzaron su trayecto más al sur en 82° 17´. Todo se complicó y de que manera en el viaje de regreso al campamento base, los perros restantes murieron y Ernest Shackleton enfermó de escorbuto. Scott y Wilson continuaron junto con Shackleton (que era incapaz de continuar por cuenta propia) caminando de regreso al campamento y ocasionalmente usando el trineo. Finalmente, el grupo llegó al barco el 3 de febrero de 1903 después de haber recorrido 960 millas (1.545 Km.) incluyendo paradas, en un viaje que duró 93 días con un promedio de más de 10 millas (16 Km.) recorridos por día.

Ernest Shackleton

Tras haber recibido los suministros y recuperado algo las fuerzas solo quedaba esperar que el Discovery quedara libre de los hielos para proseguir con la expedición. Los cálculos aproximados eran que el buque quedara libre a principios de 1903. Todo se vino al traste cuando se dieron cuenta de que el Discovery estaba atrapado y bien atrapado en esas fechas. 

Un momento crucial de la expedición fue cuando Scott decidió que Shackleton no seguiría en la expedición. Su estado de salud no era el apropiado para continuar. Esta decisión fue un verdadero mazazo para un hombre del duro carácter de Ernest Shackleton. Según fuentes de la rumorología, en ese instante se produjo un distanciamiento en la relación entre Scott y Shackleton, mencionándose una supuesta disputa surgida durante el viaje al Sur que provocó un más que acalorado intercambio de palabras. A pesar de ello, Shackleton recibió a la expedición tras su llegada a Inglaterra en 1904, y poco después escribió una carta muy cordial a Scott. Eran caballeros ante todo.

Una vez que terminó la temporada invernal de 1903, Scott comenzó los preparativos de la segunda fase de la expedición. Para que os hagáis una idea de las condiciones climáticas, decir que tuvieron que soportar temperaturas cercanas en algunos casos a los -90º. Da frío solo pensarlo.

El objetivo era ascender la cordillera occidental y si fuese posible alcanzar el Polo Sur Magnético. En la marcha les pasó prácticamente de todo.  Trineos defectuosos, tormentas de nieve, perdieron las tablas de navegación en un vendaval y no sabían con exactitud donde se encontraban. Las condiciones climáticas eran tan realmente extremas que el avance se ralentizó hasta una milla por hora en algunos casos. Para continuar con las desgracias Scott y Evans sufrieron una caída por una grieta que no les costó la vida de puro milagro.

Pero todo no iba a ser negativo. Presenciaron un raro fenómeno en la Antártida,  hallaron un “valle seco”, una amplia zona de terreno completamente libre de nieve. Era como un oasis en el desierto. Uno de los expedicionarios, con la típica flema británica, lo describió como un magnífico lugar para sembrar patatas. Tiene mérito el tener ganitas de bromas estando donde y como estaban. Su promedio de millas recorridas fue superior a los que se realizaron utilizando perros polares, lo que aumentó los prejuicios de Scott en la utilización de estos para futuras expediciones.

A su regreso, y en contra de lo esperado, el buque Discovery continuaba atrapado en el hielo. Hubo que tomar medidas drásticas. El 16 de febrero de 1904 y utilizando para ello cargas explosivas, el  buque se pudo liberar de los hielos y al fin pudo partir rumbo a las islas británicas. 

La expedición Discovery con el paso del tiempo fue considerada como una de las más importantes expediciones antárticas de la historia. Scott fue ascendido al grado de capitán de marina y condecorado con la medalla de oro concedida por la Real Sociedad Geográfica de Londres. Por aquel entonces conoció a su futura esposa, Kathleen Bruce, y escribió El viaje del Discovery, obra en la que narraba las vivencias acaecidas en la expedición a la Antártida. Dedicado a su gran amigo y padre de la expedición, sir Clement Markham. 

Como no había tenido bastante, Robert Falcon Scott, a principios de 1905 comenzó  una ronda por toda Gran Bretaña con el objeto de buscar el patrocinio y los fondos para una segunda expedición, que había que tener ganas. Pero a pesar del éxito de la anterior expedición y de su recibimiento como un verdadero héroe, el apoyo económico no llegaba como Robert quisiera y la futura expedición se retrasaría más de lo deseado. Tras mucho esfuerzo Robert Scott consiguió lo suficiente para hacerse con los servicios del buque Terranova y empezar a probar los primerísimos vehículos a motor diseñados para la nieve. Como la tenía tomada con los pobres perros, esta vez los desechó para los trineos y optó por potros siberianos. Esta decisión a la postre resultó fatal.


Buque Terranova

El 10 de junio de 1910, el Terranova parte de las islas británicas rumbo a Australia. El objetivo no era otro que la conquista del Polo Sur. Exactamente pasados cuatro meses, el Terranova atracó en el puerto australiano de Melbourne. A pesar de estar solo unos pocos días en Australia le dio tiempo de recibir un mensaje del explorador noruego Roald Amundsen, que la verdad un poco chulo y prepotente si que era muchacho. En el mensaje le instaba a desistir de la empresa y le recomendaba abandonar. Como podéis suponer esto lo que hizo fue convertir la expedición en prácticamente una competición. Un capitán de la Royal Army no iba a dejarse vencer por un noruego, faltaría más.

Amundsen, que era perro viejo en estas lides, contaba con una gran experiencia en estas condiciones, de hecho era noruego y de frío entienden un rato. El material que utilizó digamos que era de la última tecnología  de la época, anoraks de piel, perros, piquetas etc. Mientras que el de los británicos, aparte de los potritos siberianos y algún que otro trineo mecánico que fallaba más que una escopeta de feria, solo decir que iban vestidos con el uniforme de la marina británica, como para no pasar frío.



 
Roald Amundsen


En diciembre de 1910 la expedición  británica comienza la marcha a pie en busca de una verdadera hazaña. Tenían por delante 2464 Km. de calamidades y verdadero sufrimiento.

Para empezar bien, los trineos mecánicos comenzaron a fallar al poco de empezar. Los motores no estaban preparados para soportar las terribles temperaturas polares. El coste de cruzar el glaciar de Beardmore supuso la pérdida de ocho potros y cinco perros de los treinta y tres que llevaban. Amundsen utilizó para lo mismo más de cien, que ya son perros. Gran parte de la carga tendrían que acarrearla ellos mismos. La cosa se ponía realmente negra por momentos. Como toda situación es susceptible de empeoramiento, esta ocasión tenía pinta de que no iba a ser una excepción. 



Expedición Terranova

El 4 de enero de 1912, Robert Falcon Scott y sus cuatro compañeros retomaron la marcha para el tramo final. Ya no les quedaban animales de carga y la situación era realmente desesperada, pero a pesar de todo continuaron. La determinación de estos hombres era realmente increíble.

El 12 de enero, tras haber sufrido lo indecible, los expedicionarios llegan al Polo Sur. Tenían la victoria al alcance de la mano, pero esa inmensa alegría les duró más bien poquito. La gloria se la habían arrebatado en sus propias narices. El mundo se les vino abajo cuando divisaron la bandera de Noruega y la tienda de Amundsen. Este las había plantado en esa ubicación cinco semanas antes.




Imágenes de la tienda de Amundsen en el Polo Sur

El noruego, que todo hay que decirlo, chulo tenía que ser un rato largo, se tomó la molestia de escribir una nota a sus “perseguidores” y que decía así: 

“……Querido Capitán Scott: Como usted probablemente es el primero en alcanzar este área después de nosotros, le pediría amablemente expedir esta carta al Rey Haakon VII. Si usted quiere usar cualquiera de los artículos abandonados en la tienda no deje de hacerlo. El trineo dejado fuera puede ser empleado por usted.
Con saludos cordiales, le deseo una vuelta segura. Cordiales saludos, Roald Amundsen”.

Estaréis conmigo que era para haberle metido un par de leches a Amundsen en la primera ocasión que lo cruzara, pero lamentablemente y por razones obvias jamás se las pudo dar. Scott como buen caballero inglés no perdió las formas, y haciendo gala de autocontrol solo pudo anotar en su diario lo siguiente: 


"¡Dios mío, éste es un lugar espantoso! Y espantoso sobre todo para nosotros, que nos hemos esforzado tanto sin vernos premiados por la prioridad..."

Ya habían logrado llegar al lugar que se proponían, sufrieron realmente para ello. Habían llegado hasta el límite de la resistencia de un ser humano, pero aun les quedaba lo peor, el regreso.

 Desayuno antártico

Los víveres eran ya muy escasos. Las fuerzas les estaban abandonando a raudales y el primero en sucumbir no tardaría en llegar.  El lugarteniente Evans fue incapaz de seguir el cansino deambular de sus compañeros. El frío antártico se lo tragó sin más.  A Evans le siguió el capitán Oates. Este tomó tremenda y heroica decisión de no continuar. Estaba suponiendo una carga para sus compañeros y si él se quedaba a esperar su final, sus camaradas podrían tener alguna oportunidad de sobrevivir. Scott hizo esta anotación en su diario: “…Aquí murió el capitán Oates, de los Dragones de Inniskilling. En marzo de 1912 caminó voluntariamente hacia la muerte, bajo una tormenta, para tratar de salvar a sus camaradas, abrumados por las penalidades".





Capitán Oates

 
Edgar Evans


Solo quedaban tres. En el fondo sabían que la dama de la guadaña les esperaba inexorablemente, pero lucharían hasta el final por sus vidas. Caminaron durante más de un mes, que se dice pronto, en unas condiciones realmente extremas, por debajo de los -45ºC Pero todo humano tiene su límite y a este se llegó en los últimos días de marzo. La inanición, la consiguiente debilidad y las tormentas de nieve hicieron que el esfuerzo en llegar al campo base fuera en vano. No pudieron dar ni un solo paso más. Solo les quedaba esperar el fatal desenlace. La muerte les hizo su terrible visita en sus respectivas tiendas, el frío se encargó de apagar lentamente los latidos de sus corazones. El lugarteniente Bowers y el doctor Edward Wilson fueron los primeros en fallecer. Robert Falcon Scott resistió unas horas más. En plena agonía fue capaz de escribir la que fue la última anotación en su diario, y que como hemos mencionado en la cabecera del artículo  rezaba así: "Afuera, delante de la puerta de la tienda, todo el paisaje, es una terrible ventisca, resistiremos hasta el final, la muerte ya no puede estar demasiado lejos: es una lástima, pero no creo que pueda seguir escribiendo. Por el amor de Dios, cuidad de nuestras familias". Tenía solo cuarenta y cuatro años. Y un terrible dato que no se nos debe pasar, murieron a solo 18 Km. del campamento donde se encontraban los víveres que les habrían salvado la vida. La vida puede llegar a gastar algunas bromas realmente crueles. Fue el alto precio de llegar segundo.

Henry Bowers

Al cabo de ocho meses una expedición de rescate localizó los cuerpos sin vida de Scott, Wilson y Bowers. Junto a Scott hallaron a su inseparable diario y una gran cantidad de anotaciones científicas y muestras que habían recolectado. Todo este material fue publicado en 1913 con el título de La última expedición de Scott.

Robert Falcon Scott y su diario.

Última anotación del diario de Scott

“ No se si he sido un gran explorador, pero nuestro fin será testimonio de que en la raza humana aún no han desaparecido ni el espíritu del valor, ni la fuerza para resistir el sufrimiento”. 
Explorador Robert Falcon Scott.