Qin Shi Huang
Uno de los personajes más apasionantes y poco conocidos de la antigüedad fue el primer emperador chino, Qin Shi Huang. El megalómano y egocéntrico gobernante que bajo su mando consiguió la reunificación de los reinos que conformarían la futura China y responsable de alguna que otra de las maravillas arquitectónicas del mundo antiguo. Un personaje complejo, grandioso en algunos casos y brutal y despiadado en otros. Pero algo de lo que podemos estar seguros es que todavía nos dará mucho que hablar, habiendo transcurrido ya más de dos mil años desde la fecha de su óbito.
Cuando Zheng, su verdadero nombre, viene al mundo, China era un conglomerado de pequeños estados gobernados por señores feudales. Los conflictos bélicos entre estos estados eran eternos. Si no luchaban con unos, luchaban con otros, era un bucle sin fin. Poco a poco, debido a las anexiones de los reinos más pequeños a los vencedores su número se redujo hasta siete.
Zheng nació en Handan en el 260ac, la capital del estado enemigo de Zhao. Hijo de Zichu, un príncipe de la casa real de Qin que era rehén del rey de Zhao por un acuerdo entre los dos estados. Con el tiempo, Zichu pudo retornar a Qin con su hijo y se las ingenió, más bien conspiró, para ascender al trono de Qin.
Tras la muerte de su padre y a los doce años de edad, Zheng ascendió al trono en el 247ac bajo una regencia. Pero Zheng no estaba dispuesto a permitir que el poder residiera en otra persona que no fuera él. Así que a los veintiún años de edad planificó y ejecutó un golpe en palacio que derivó inevitablemente en la reunificación de todo el poder en su persona. Muy pronto se puso manos a la obra. Para empezar, ya que por motivos obvios no le caía muy bien el buen señor, ejecutó a Lao Ai, el amante de su madre, quien se había levantado contra él. De paso y como nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro también ejecutó a los dos hijos que éste había tenido con su madre, la reina. A su madre la confinó indefinidamente, una madre es una madre. Y finalmente se deshizo de su principal rival, el canciller Lu Buwei, del que las malas lenguas decían que era su verdadero padre, pero en fin, dejémonos de chismes...
Una vez que su poder era ya realmente incontestable, Zheng se lanzó a la conquista de los reinos vecinos. Esta contienda, iniciada en el 236ac contra los otros seis reinos, duró doce años. Los enemigos fueron sucumbiendo ante sus tropas unos tras otros. En los reinos conquistados fue abolido el feudalismo, y sus respectivos nobles obligados a residir en la capital de Qin para estar bajo una estrecha vigilancia.
Solo le quedaba un reino por conquistar, Wei, y no pararía hasta conseguirlo, fuese al precio que fuese. Sometió a asedio a la capital Daliang. Como el asedio no era efectivo no se le ocurrió otra cosa que desviar el curso del río Amarillo para inundar la ciudad, poquilla cosa vamos. Como después veremos era una “obrita” sin imporancia para lo que vendría después. Pero en contra de lo habitual y esperado, su rival fue capaz de derrotarlo y aniquilar a sus doscientos mil soldados. Como desde luego el que falte gente en China no es problema. Zheng reunió un nuevo ejército, esta vez de quinientos mil hombres, con los que al fin pudo derrotar a su rival. En el 221ac los siete reinos se convirtieron en uno solo y Zheng se convirtió en emperador, pasando a llamarse Qin Shi Huang.
Su poder y dominio sobre los antiguos siete reinos era total. Pero existía una amenaza cercana a sus fronteras que podía causarle problemas. Los hunos, procedentes de las llanuras de Mongolia. Así que una de sus primeras, y megalómanas, medidas fue la ampliación de la Gran Muralla. No le tembló el pulso en tener prácticamente esclavizados a casi dos millones de sus súbditos, que se dice muy pronto, en las tareas de tamaña construcción.
La Gran Muralla china.
Qin Shi Huang y su canciller Li Si unificaron China económicamente mediante la estandarización de pesos y medidas, la moneda, y sobre todo una lengua única para todo el país.
Poco a poco su ególatra personalidad creció hasta límites verdaderamente insospechados. Se hizo rodear de un poderosísimo y fiel ejército a su alrededor. Y como no le bastaba con construir la Gran Muralla, ordenó que fueran construidos en su honor palacios repartidos por todo el país, pero la cosa no quedó ahí ni mucho menos.
Un noble llamado Shun, tuvo la feliz y genial idea de criticar al Emperador Qin Shi Huang, que había que tener valor por cierto para hacerlo. En su crítica no tuvo otra cosa que hacer que citar las hazañas de reyes anteriores a la unificación. Y dado el ego del amigo Qin, este no dudó en ordenar la quema de todos los documentos que hacían referencia a periodos anteriores a su reinado, con la excepción de algún que otro tratado de agricultura. Para Qin Shi Huang la historia china comenzaba con él. Es difícil de imaginar el altísimo coste cultural y científico que habrá supuesto para la humanidad tal decisión. También decir que evidentemente el noble Shun no pudo efectuar ninguna crítica, ni ninguna otra cosa más. Como a todo aquel que se cruzaba en su camino, fue enterrado vivo.
Al poco tiempo de la unificación, Qin Shi Huang comenzó la construcción de su mausoleo. El complejo funerario tenía que ser acorde a la grandeza de su persona. Así que pronto se pusieron manos a la obra. Más de setecientos mil abnegados súbditos participaron en su construcción durante casi cuarenta años. Este se levantaba en la montaña de Lishan, en Xian. Las cifras eran realmente abrumadoras. El recinto medía 56km cuadrados, de base cuadrangular con una longitud de 350m y 76m de altura. La forma, una vez más en la historia, es piramidal.
Representación infográfica del mausoleo de Qin Shi Huang
Túmulo de Qin Shi Huang en la actualidad.
En un primer momento su idea era la de hacerse enterrar con su ejercito a su muerte, que ya le valía al muchacho… Pero al fin sus consejeros pudieron convencerle de que no hiciera semejante burrada. Le hiceron ver el peligro que correría el país si los soldados se fueran al otro mundo con su poderoso señor. Así que ordenó que se tallaran las imágenes de sus soldados de élite para que fueran enterrados junto a él, ¡¡que manía con enterrar…!!. Su idea era que de esta forma seguiría controlando el ejército aun después de muerto. Quizás una vez conquistado este, no es de extrañar que se propusiera conquistar el otro mundo. Los arqueólogos han encontrado por ahora más de siete mil figuras de terracota policromadas todas diferentes unos de otras. Entre estos hallazgos hay carros de guerra con sus caballos y armas de bronce.
Ejército de Terracota
Carro de guerra.
Yacimiento arqueológico de los guerreros de terracota.
Según los escritos, la tumba dispuesta para Qin Shi Huang fue excavada hasta el nivel freático, las paredes fueron reforzadas con planchas de cobre. En el suelo había un río de mercurio, sobre el cual flotaba el ataúd de oro donde reposaría el emperador con su armadura de jade. En el techo de la estancia donde se hallaba el ataúd, estos antiguos escritos cuentan que están representadas con gemas preciosas las constelaciones del firmamento. El piso de la cámara mortuoria estaba decorado con un mapa de China y pinturas de paisajes de su amplísimo reino. La estancia estaba iuminada por una “Lámpara perpetua", dando luz eterna a tales maravillas. Pero acceder a la tumba no será fácil ni muchísimo menos. La entrada está custodiada por cientos, o miles, quien sabe, de ballestas controladas por precisos mecanismos, contra posibles profanadores. Me viene a la mente Indiana Jones sorteando flechas envenenadas en alguna antigua sepultura. Se piensa que estas armas podrían funcionar a día de hoy gracias al tratamiento recibido con cromo, con lo que el óxido no habría hecho mella en sus mecanismos.
Representación de la tumba de Qin Shi Huang.
A todo esto y siguiendo con el hilo de la historia, Qin no había muerto aun, aunque ya lo habíamos matado y enterrado, pero poco le faltaba ya.
El emperador dio su paso al más allá mientras realizaba una visita a la zona oriental de su imperio. De hecho, la verdadera razón de este viaje era encontrar las legendarias islas de los inmortales y su secreto de la vida eterna. Los constantes intentos de asesinato le habían obligado incluso a dormir cada noche en un palacio diferente y a la utilización de dobles. Así que la mejor solución para su problema era localizar ese mágico elixir. Pero al pobre hombre no le dio tiempo de encontrar semejante maravilla. En el otoño del 210ac, Qin Shi Huang, el Emperador Dragón dejó este mundo para ponerse al mando de sus guerreros de terracota.
La muerte le encontró en Shaqiu, a dos meses de distancia de la capital del imperio. Si esta noticia llegaba a ser pública, el riesgo de levantamiento era elevadísimo. Imaginaos lo contentas que estaban estas buenas gentes después de levantar la Muralla China, el Mausoleo, los palacios… Es para estar bastante mosqueados. Aparte de los brutales métodos que solía utilizar su “amado” gobernante para mantener la ley, el orden y sobre todo su poder absoluto. Asi que el primero ministro Li Si decidió ocultar la muerte de Qin y emprender regreso a Xiangyang.
La mayor parte del séquito imperial que acompañaba al emperador no fue informado de su muerte. Cada día Li Si entraba en el carruaje donde se suponía que viajaba el emperador y fingía que ambos debatían sobre asuntos de estado. La secretísima naturaleza del emperador mientras vivía permitió que esta estratagema funcionara a la perfección y que no despertara dudas entre los cortesanos. Li Si, en una hábil maniobra, ordenó también que dos carros que contenían pescado se llevaran inmediatamente antes y después de la diligencia del emperador. La idea tras esto era evitar que la gente percibiera el nauseabundo olor proveniente del carruaje del emperador, donde su cuerpo se estaba empezando a descomponer severamente. Que malos y fatigosos ratitos tuvo que pasar el pobre hombre fingiendo conversaciones con el muerto en pleno proceso de putrefacción. Pasados los dos amargos meses, Li Si y la corte imperial estuvieron de vuelta en Xiangyang, donde se anunció la noticia de la muerte del emperador.
Como a Qin Shi Huang no le gustaba hablar sobre su muerte, nunca llegó a redactar un testamento. Después de su muerte, Li Si y el jefe eunuco Zhao Gao convencieron a Huhai, segundo hijo del emperador para que se inventara un falso testamento en el que él sería designado sucesor del emperador. A Fusu, verdadero sucesor en el trono se le invitó amablemente a que se suicidara si no era mucha molestia para él. Así Huhai se convirtió en sucesor de Qin Shi Huang, el Emperador Dragón, unificador de China y responsable de alguna de las maravillas jamás construidas por lo hombres.
Quizás en los próximos años las autoridades chinas den el paso definitivo de poder sacar a la luz por completo el maravilloso complejo funerario de Qin Shi Huang. Para ello habrá que cambiar de localización varios pueblos y alguna que otra factoría industrial, pero con los chinos nunca se sabe.
El Octavo Pasajero