Condesa Erzsébet de Bathory
La “Virgen de hierro” colgaba del techo del aposento. Los sirvientes la balanceaban acompasadamente sobre el lecho de Erzsébet. Los finos hilillos de sangre de la desdichada doncella desembocaban como afluyentes de un terrible y mortal río sobre el cuerpo desnudo de la condesa. El placer que le producían la roja lluvia y los gritos de dolor y pánico era indescriptible. Haría cualquier cosa con tal de conseguir la recompensa de la juventud eterna… Y bien que lo hizo.
Esta macabra escena y muchas otras más, a cual más terrible, se repetirían en un indecente número de ocasiones a lo largo de la vida de la duquesa Erzsébet de Báthory, seiscientas doce veces, para ser más exactos. Esta mujer entraría por la puerta grande en la crónica negra mundial. Acompañada de sus secuaces realizó tal cantidad de aberraciones que es difícil de imaginarlas mínimamente. La crueldad y cantidad de sus crímenes la sitúa como la mayor asesina en serie de la historia. Sin más dilación centrémonos en la historia de la Condesa Sangrienta.
Esteban de Bathory
Nuestra protagonista, Erzsébet Báthory de Ecsed, vino al mundo en agosto de 1560 en el castillo de Cachtice. Perteneciente a una de las familias más poderosas y acaudaladas de la siempre, por una u otra causa, maltratada Transilvania. Fruto de una unión consanguinea entre Esteban y Anna de Bathory. Por cierto, y antes de que se me olvide, Erzsébet estaba emparentada con nuestro viejo conocido Vlad Tepes. En la familia desde luego estaban bien despachados de desquiciados, eso es indudable.
Como era habitual en la nobleza de la época, a los once años fue comprometida en matrimonio con el Conde Ferenc Nádasdy, otro psicópata de mil pares de narices. Vamos, juntar el hambre con las ganas de comer. A los pobres transilvanos les toco lidiar con este tipo de especímenes durante siglos.
Siendo una niña de doce años y como era menester, se trasladó junto a su prometido al castillo de los Nádasdy. Allí gustaba de hacer demostraciones a otros nobles de su superior rango y de su cuidada formación. Algo que provocó las antipatías de su suegra Ursula. A diferencia de la inmensa mayoría de los nobles húngaros, Erzsébet tenía una educación realmente exquisita. A parte de su lengua materna, dominaba a la perfección tanto el latín como el alemán.
Ferenc Nádasdy
En 1575, cuando contaba la edad de quince años, contrajo matrimonio con Ferenc. Su residencia habitual la fijaron en el castillo de Cachtice, al que también se trasladó su querida y amada suegra.
Castillo de Cachtice
Ferenc, al que apodaban el Caballero Negro de Hungría, pasaba poco tiempo en su hogar. Normalmente estaba combatiendo en los numerosos conflictos armados que se dieron en esta convulsa época en Hungría. Pero también dedicaba parte de su tiempo a ese hobby tan divertido y entretenido que era empalar a sus prisioneros enemigos. Que manía esta de los transilvanos!!! Como era un tipo verdaderamente encantador, en sus epístolas instruía a su amada Erzsébet en el arte de la tortura a sus sirvientes. Más que nada lo normal, como clavar unas astillas bajo las uñas, cortar la lengua o cualquier miembro susceptible de ello, etc.. Divertidísimo.
Debido al afán bélico de Ferenc, Erzesébet no concibió su primer vástago hasta cumplir los diez años de matrimonio. En 1585 nació su hija Anna, a la que seguirían Ursula, Katrynna y por último, en 1598, el esperado hijo varón y heredero, Pablo. En esta etapa las fricciones con su suegra Ursula fueron constantes. Y en las largas ausencias de su marido, nuestra protagonista se refugió en decenas de amantes de ambos sexos. Pero hasta de esto se aburrió y comenzó a acercarse peligrosamente al mundo del ocultismo y la brujería.
En Enero de 1604 todo cambió súbitamente. Ferenc cae enfermo en una de sus habituales campañas militares y fallece dejando viuda a Erzsébet a los cuarenta y cuatro años de edad. Este hecho supuso un cambio total en ella. Para empezar, los Nádasdy son expulsados del castillo con la suegra Ursula incluida en el lote. Y aquí comienza a fraguarse uno de los episodios más negros de la historia europea.
Erzesebet de Bathory se obsesionó con el envejecimiento, se negaba a afrontarlo. Es en este momento en el que se rodea de una corte de brujas, hechiceros y demás fauna esotérica para que le aconsejaran y buscaran remedios para frenar esa horrible lacra que suponía para ella el envejecer. Esta corte de brujos y brujas estaba capitaneada por una tal Darvulia, a la que llamaban la “Bruja del bosque” y por dos criadas de confianza de la condesa, Jo Ilona y Dorko. Pero la solución a su "problema" le llegó a ella directamente. Un “buen” día, en el momento en el que una de sus sirvientas le cepillaba el cabello, esta le dio un tirón del cabello involuntariamente. Bathory no dudó un segundo en golpear a la doncella en el rostro. Un salpiconazo de sangre de la nariz de la desdichada chica cayó sobre la piel de Erzesébet. Esta, para sus ojos, notó como la piel que había estado en contacto con la sangre, rejuvenecía y recuperaba la tersura que había tenido en otro tiempo. Inmediatamente ordenó a unos sirvientes que degollaran a la chica y que su sangre fuera vertida en una bañera donde posteriormente se daría un “rejuvenecedor” baño.
A partir de ese momento comenzaron a reclutar doncellas por la comarca. Los padres de las muchachas las entregaban realmente contentos por el honor que suponía para ellos que sus hijas sirvieran a tan relevante personaje, aparte de tener una boca menos que alimentar. Estaban seguros de que ellas tendrían un futuro mejor que ellos. Estaban realmente equivocados. No sabían que realmente estaban enviando a sus amadas hijas al mismísimo infierno. La edad de las chicas oscilaba entre nueve y veintiséis años.
En un primer momento las orgías de sexo lésbico y sangre eran realmente frecuentes y las víctimas eran realmente numerosas. Pero llegó el momento en que por su escasez había que dosificarlas. Así que decidió no matar a las chicas en un solo acto, sino darles varios usos. Las que ya se encontraban muy debilitadas eran llevadas a las mazmorras para ser alimentadas y que en unas semanas pudieran de nuevo suministrar su rojo elixir de la juventud. A tal nivel de sofisticación se llegó para crear sufrimiento que ordenó construir un sistema de canalizaciones que iba desde una sala de torturas hasta una bañera o depósito donde una lluvia de sangre caía sobre su cuerpo desnudo. Era muy de su gusto que tras el baño sus doncellas le lamieran el cuerpo para retirarle la sangre. Aquella que ponía un poco de cara de asco… era la siguiente en suministrar.
Los cuerpos eran enterrados en terrenos anexos al castillo, pero con el tiempo vino la confianza y el descuido, los cuerpos podían estar desparramados por cualquier parte de la fortaleza.
Los rumores sobre las desapariciones ya corrían por toda la comarca. El temor a la aparición del carruaje negro con el emblema de la condesa pesaba sobre el alma del campesinado de la zona. Una sirvienta llamada Pola, de doce años, consiguió escapar del castillo y contar lo que estaba sucediendo. Pero las autoridades del pueblo la detuvieron acusada de robar en el castillo y fue entregada a las criadas de confianza de la condesa. Obviamente el final de la chica fue terrible. Nada más llegar la desnudaron violentamente y la introdujeron en la “Virgen de Hierro”. Esta era un instrumento de tortura que consistía en una especie de jaula antropomórfica en la que al encerrar al torturado cientos de clavos y cuchillas oxidadas casi cubrían el cuerpo del reo. Al menor movimiento de la víctima estos realizaban su atroz cometido. Estos clavos y cuchillas estaban situados de forma estratégica para evitar dañar órganos vitales y así poder infringir más dolor y sufrimiento. Los sirvientes comenzaron a balancear la jaula y la sangre comenzó a manar de ella. A las pocas horas el cuerpo destrozado de Pola fue arrojado al exterior del castillo.
Doncella de Hierro
Con el paso del tiempo las doncellas pertenecientes a las clases humildes escaseaban ya de una manera alarmante. Ninguna autoridad hizo nada al respecto, no dejaban de ser simples campesinas que prácticamente eran propiedad de su señora. El principio del fin de Bathory comenzó cuando las siguientes en desaparecer pertenecían a la pequeña nobleza local. Una cosa era las campesinas, pero ya también las nobles!!!!
Las denuncias de las desapariciones de jóvenes nobles llegaron hasta los oidos del Rey Matías II de Hungría, quien por cierto ambicionaba los inmensos bienes de Bathory. Así que envió al Conde Thurzó, primo de Erzsébet, para que con sus soldados diera un vistazo en el castillo a ver si podían sacar algo en claro. Estos no se esperaban el dantesco espectáculo que vieron sus ojos al entrar al castillo. Según las crónicas encontraron numerosas chicas en un estado lamentable. La mayoría al borde de la muerte por desangramiento. Los cuerpos sin vida de muchas de ellas estaban desparramados por todo el castillo. Un insoportable hedor impregnaba el aire hasta hacerlo casi irrespirable. La condesa y sus secuaces fueron inmediatamente arrestados y llevados ante la justicia.
Rey Matías II de Hungría
En 1610 comenzó el juicio en Bitcse. Bathory, que no se declaraba ni culpable ni inocente, se nego a comparecer acogiéndose a sus privilegios nobiliarios. Lógicamente a ella se le permitió. Los que no se salvaron fueron sus sirvientes. Los crímenes de los que se les acusaban eran los de las jóvenes nobles, los de las campesinas no contaban. Los seguidores de Erzsébet fueron decapitados excepto sus más estrechos colaboradores. A estos se les reservo algo mucho más especial. Al mayoromo Ficzko, Darvulia, Jo Ilona y Piroska Dorko se les arrancaron los dedos con tenazas al rojo vivo y posteriormente fueron quemados vivos. Delicados que eran por aquellos lares. Una burgesa que cooperaba en la captación con la condesa, Erzsi Majorova, también fue ejecutada.
Conde Thurzó
Bathory, por su condición de noble no podía ser procesada. Así que fue confinada en una habitación de su castillo en la que solo entraba un haz de luz. La habitación fue sellada dejando solo un orificio para poder introducirle comida y agua. Todas sus propiedades quedaron confiscadas y pasaron por supuesto a poder de la corona.
Tras cuatro largos años viviendo emparedada y aislada de todo, Erzsébet de Bathory falleció en 1614. Un corto castigo para pagar sus terribles crimenes. Había terminado directa o indirectamente con la vida de seiscientas doce jóvenes inocentes. Toda una generación de jóvenes mujeres se fue al traste en este rincón de Europa por la locura obsesiva de una de las más terribles psicópatas que ha dado la historia.
El Octavo Pasajero